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Gottfried Benn

Melancópolis - Marcelo Seguel Bon
(Mansfeld/Westpriegnitz 1886 - Berlín 1956)

 La Mirada Clínica
 Pequeño Aster
 Hermosa Juventud
 La Novia del Negro
 Requiem
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La Mirada Clínica

   El poemario “Morgue” y otros poemas de Gottfried Benn (1886-1956) se publicó en 1912 en Berlín, causando un escándalo tan violento como pocos en la historia de la literatura. La edición de 500 ejemplares se agotó en una semana y fue prohibida y confiscada a en 1916. La conmoción pública le dio a este médico de 26 años una temprana celebridad. Poetas expresionistas como Ernst Stadler y Else Lasker-Schuller recibieron la publicación del libro con entusiasmo. Para el público lector, “Morgue” significó una ruptura radical con los parámetros literarios vigentes. La combinación novedosa de temas grotescos y macabros tomados de la praxis médica, con estereotipos líricos y frases tradicionalmente poéticas revelaba no sólo la posibilidad de romper y transformar el lenguaje, sino que además señalaba el vacío semántico de la expresión poética tradicional. Frases hechas, valores comunes, como “hermosa juventud”, “la felicidad del primer amor”, “delirio y patria”, “fe amor esperanza”, se relacionaban con imágenes del despojo humano, cadáveres y dolencias físicas para expresar una crítica feroz al imaginario lírico del momento, trazando un cuadro muy diferente del ser humano, de un ser desprovisto de toda trascendencia.

   “Morgue” no es la primera manifestación de lo macabro y grotesco en la literatura europea. En antecedentes como “La Charogne” de Baudelaire, el poema “Morgue” de Rilke, en sus “Apuntes” de Malte Laurids Brigge o en “El día eterno” de Georg Heym presentan visiones parecidas que también ponen en duda la imagen idealista del ser humano.

   Sin embargo, fue sobre todo esta “Morgue” la que representó para el naciente expresionismo alemán el salto definitivo hacia la modernidad. La destrucción y recombinación de los elementos líricos, la relación de lo horrible y lo bello, lo maligno y lo sublime y el rechazo visceral a la visión burguesa y tradicional del mundo, hicieron del poemario de Benn uno de los libros más importantes de la poesía alemana del siglo XX.

   La concepción del ser humano que se revela en estos poemas, un ser reducido a carne enferma o carroña, despojado no sólo de alma y trascendencia, sino de todo valor convencionalmente relacionado a su supuesta condición de ser superior, puede leerse como extrema manifestación de un nihilismo radical. Pero detrás de la dura superficie de los versos, de los cadáveres y cancerosos, de la patología humana, surge otro tono, otra intención. Y posiblemente sea aquí donde radique la fascinación de estos poemas para el lector actual. Pues una de las motivaciones ocultas para estos juegos combinatorios se vincula con un profundo e inconfesable sentimiento de piedad, piedad con ese ser despojado y reducido a lo más carnal de su existencia. El médico Benn, consciente de la vacuidad de todo ideal, logra con la destrucción del lenguaje poético niveles más profundos de comprensión. Al describir fríamente la incongruencia evidente entre la realidad y la palabra, su mirada clínica, pero también piadosa enfrenta las terribles consecuencias de tal incongruencia. De la distancia existente entre el dolor real y el sueño ideal surge el presentimiento de una condición humana que trasciende las convenciones culturales aceptadas.

Texto escrito por Verónica Jaffé.
Caracas, 1991.



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Pequeño Aster

El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura-clara-lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!.
¡Descansa en paz,
pequeño Aster!.











Hermosa Juventud

La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
las otras se alimentaban del hígado y del riñón,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, como chillaban los pequeños hocicos!.









    La Novia del Negro

    Entonces sobre almohadas de oscura sangre
    se recostaba el cuello de una mujer rubia.
    El sol radiaba en sus cabellos
    y lamía los pálidos muslos
    y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
    aún sin deformar por los pecados y los partos.
    Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
    le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
    de su sucio pie izquierdo
    se hincaban en la pequeña oreja blanca.
    Pero ella yacía y dormía como una novia:
    orlando la felicidad del primer amor
    y en espera de numerosos viajes celestiales
    de la sangre joven y cálida.
    Hasta que alguien
    le hundió el cuchillo en la nívea garganta
    y un delantal púrpura de sangre muerta
    le cubrió las caderas.






    Réquiem

    Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
    en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
    El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
    engendran ahora por última vez.
    Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
    Y el templo de Dios y el Corral del demonio
    ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
    se ríen del Gólgota y del pecado original.
    El resto, en ataúdes. Sólo nuevas criaturas:
    pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
    Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
    yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.

   

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