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Más allá de los libros: El gobierno bolivariano y la verdad

-Jesús Nieves Montero
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    Tenemos que conceder al artista su tema, su idea, su donnée: nuestra crítica se aplica solamente a lo que hace con ellos, escribía Henry James y comenzar con esa frase, no evitar el deseo de hacerlo, tiene dos causas: reconocer que en manos de un filósofo la idea de esta columna estaría desarrollada a cabalidad y que los lectores no deben crearse falsas expectativas.

    Puede ser que la vinculación con la ficción literaria, como escritor o como lector, haga elásticas mis concepciones de verdad, después de todo, a veces uno recuerda más claramente las historias leídas que las experiencias. Sin embargo, creo que aún no me ha pasado como a los trabajadores del aseo urbano, quienes pierden el sentido del olfato por el abuso que sus labores conllevan.

    Y esta aclaratoria es importante cuando hablamos de política y lo hacemos en 2004 desde Caracas, Venezuela. Estamos metidos en aquella canción de Durán, Durán, too much information, no es un fetiche simplemente, sintonizar las noticias de gobierno y oposición permiten predecir el tránsito, saber si se va a suspender alguna función teatral o cinematográfica a la que planeamos asistir, si tenemos que cacerolear o marchar, trancar una calle o ir a recoger nuestro chequecito por graduarnos de primaria, secundaria o universidad en cómodas y cubanas lecciones.

    Repito, para tener una idea clara hay que ver ambos lados, es decir, todos los canales habidos y por haber y Venezolana de Televisión, canal 8, la trinchera comunicacional de la revolución.

    Yo parto de un principio, tal vez aprendido en las novelas policiales más que en un tratado de Bunge o Sabino sobre el método científico, pero igual válido: no hay cosa mejor que poder contrastar las informaciones que se reciben, sobre todo cuando se argumenta que se trata de “la verdad”.

    Muchas teorías explican que la verdad no es una sola, que es relativa, un ideal que no se alcanza sino que se bordea. Sin embargo, el gobierno venezolano hace severos esfuerzos por cercarla, cual si la tuviera en un coto de caza, reducirla, procesarla y dejarla lista para ser consumida por el público; no de forma aislada sino como una estrategia que, hasta ahora, cuenta con dos ejemplos particulares a los cuales me referiré:

    El primero es un compacto de aproximadamente 1 o 2 minutos denominado “Contacto con la realidad”. Realmente, desde el nombre comienza una tentación, parece avecinarse una experiencia extraordinaria. El problema de estos contactos es que, a pesar de que el canal 8 cuenta con equipos de microondas, se trata de imágenes grabadas un par de días, incluso semanas antes y, en caso de que se haga alguna entrevista, la persona encargada de hablar recita, tiesa y caletrera, un manifiesto como si saliera de la peor pesadilla de un director teatral. Entonces, comienzan las dudas. ¿Por qué la realidad tan lejana? ¿Por qué tan corto el contacto? ¿Por qué no se utiliza este material en el noticiero del canal? ¿Es acaso incompatible? ¿Son contactos con la irrealidad los espacios que conforman el resto de la programación? Preguntas, preguntas y preguntas. No tan retóricas, según creo.

    Pero la verdadera innovación del gobierno bolivariano es un programa que conduce el ministro de comunicación e información, Jesse Chacón. Uno se estremece cuando escucha el nombre (no Jesse, el del programa): “10 minutos con la verdad”. En ese lapso de tiempo, el cual es ininterrumpidamente marcado por un reloj en la parte inferior de la pantalla, el señor Chacón primero nos advierte que el programa será repetido cuantas veces sea necesario. Luego repasa algunas imágenes y va comentado cómo el gobierno bolivariano y él tienen la razón. No importa si en nuestras pantallas se ve un ataque de bombas lacrimógenas que parece una réplica en maqueta de los bombardeos a Irak, eso que vemos no está pasando y, en caso de que estuviera pasando, tiene un significado totalmente diferente. Es un bonito intento de decretar la realidad, casi como los entusiastas del esoterismo más básico que recomiendan que uno declare lo que quiere que suceda para que sea así (con la salvedad de que siempre hablan hacia el futuro, decretemos para cambiar el futuro, no el pasado). Uno incluso se anima, se alegra de la deferencia de tener un límite de tiempo el espacio del programa (sólo diez minutos) pero es un entusiasmo moderado, así que igual vienen las preguntas. ¿No bastan las 5 o 6 horas dominicales del programa “Aló, presidente” para decir la verdad? ¿En la revolución 10 minutos Chacón son más que seis horas Chávez? ¿Cuánto tiempo pasa el señor Chacón con la verdad para poder condensárnosla en diez minutos? ¿Con quién estaremos las 23 horas 50 minutos restantes de cada día? ¿Existe un racionamiento de la verdad? ¿Será incrementado el número de minutos con la verdad? ¿Tenemos derecho a aspirar a ese aumento? Poco más que decir, sólo invitarlos (ya el gobierno se encargará de obligarlos) a ver el programa y revisar la lista de preguntas.

    Quiero, cual cuentista infantil, terminar con moraleja. Hace pocas semanas, en medio de un incidente en el cual declaró a periodistas presentes en el lugar cierta situación para verse inmediatamente desmentido, el presidente del Consejo Nacional Electoral declaró su amor a la verdad, sentimiento del cual, sinceramente, no tengo dudas. Sólo haría una aclaratoria: en el campo de los sentimientos hay que estar preparado para todo, incluso para descubrir que a veces los amores no son correspondidos.

    En abril volvemos con los libros. Es una promesa. De verdad.



   


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