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Espiando alemanes


Trascripción de la grabación etiquetada [Köln 19052002]

Viaje: O. <[email protected]>
Fotos: Roland Devereaux <[email protected]>

9:45 a.m. Arrivo a Köln HauptBahnHof. Reconocimiento inmediato de la zona mientras me reestablezco tras el sueño de tres horas que evidencia mi noviciado en el espionaje.

La estación de trenes borra de inmediato mi idea de que Colonia es una ciudad pequeña y apacible. Pero al salir se observa que algo de ella permanece: Colonia parece resistirse cuando su catedral, el “Dom”, se levanta rodeada de arquitectura contemporánea, como una masiva isla gótica en un mar de aluminio. Empiezo allí mi recorrido. Hay misa. El cura inicia el cántico y todos siguen en alemán, sin desentonar. Unos tipos en la entrada parecen restringir el paso, por lo que decido subir al campanario.

10:10 a.m. Desde uno de los reposos en el recorrido de 509 escalones observo a través de una ventana. Enfrente, en el tercer piso del Dom Hotel, una cama está desecha. Detrás del mismo edificio, un hombre bota la basura. Los hechos no parecen tener conexión.

El aspecto de la iglesia es de descuido. Oscura de sucio y moho, oculta sus formas y apenas se identifican algunas de las gárgolas que de vez en cuando son sustituídas por un hombre que gritará agua con la lluvia. En el campanario se encuentra la campana más grande del mundo y desde el tope se tiene clara visibilidad de Colonia, desde el centro histórico hasta las plantas nucleares que pueblan las afueras, hacia el este, si mis habilidades cartográficas no son tan malas. La subida es agotadora pero el panorama es una excelente recompensa.

11:00 a.m. De vuelta, junto a la campana más grande del mundo, un anciano recorre una y otra vez el pasillo que une su oficinita con el otro extremo del cuarto. Da exactamente treinta pasos de un extremo al otro. En un extremo tose, en el otro, mira el reloj.

Al llegar a tierra firme, la cola para entrar a las torres de la catedral es inmensa. Hay misa, imagino que es el siguiente turno. Frente a la catedral hay muchísima gente, es domingo y el lunes es libre por pentecostés o Pfingstmontag, asi que la cantidad de turistas es poco normal. Al lado de la catedral se encuentran dos museos: el Ludwig y el museo de artes románicas y germánicas. El primero es es un museo devoto a las distintas tendencias plásticas del siglo XX ; el segundo es un museo casi arqueológico famoso por su colección de mosaicos y cristales. Pero es casi mediodia y decido comer y sentarme un rato antes de decidir. Camino, buscando algo que tomar y un sitio donde comer, hasta el Rathaus, lo que vendría a ser la alcaldía, que también alberga un museo de arte del siglo XV, pero se encontraba cerrado, asi que camino hasta el Rhin, donde hay un parquecito y mucha gente tomando sol.

12:15 p.m. a orillas del Rhin, por las caminerías, un joven da vueltas en su bicicleta, en la que pedalea casi acostado. Con una banderita de colores identifica su tendencia sexual.

El número de parejas homosexuales, de gays y lesbianas, que se pasean tomados de las manos es tan grande, no exagero, como el número de parejas heterosexuales. Varios grupos de punks pasean con sus perros; una punk falsa habla por celular echada sobre una manta raída. Me siento en la grama a comer unos sandwiches que preparé antes de salir y desde el jardincito se ve el Rhin y el puente que une el Altstad, la Colonia vieja, con la parte moderna de la ciudad. La calma que brinda estar rodeado de personas que solo desea descansar, disfrutar del sol y la compañía de su gente, siempre es necesaria a mitad del día. Tras la recuperación, decido por el Ludwig, porque no me siento con ánimos de ver los mismos motivos religiosos y mitológicos revisitados todo el tiempo por artistas diferentes. A veces lo disfruto, pero ese dia sentia la necesidad del arte como disparador de ideas, de emociones. Nada mejor que un Dalí para poner a volar el cerebro. “La estación de Perpignan” me convenció de que Cristo regresará. Y Cristo regresará en medio de una celebración fastuosa y Dalí será el maestro de ceremonias. El museo nació principalmente de una colección de Peter Ludwig. Una de sus esposas era una ginecóloga de ascendencia judía y los alemanes la persiguieron hasta que se suicidó, su hijo murió en la guerra y su colección de arte siempre fue atacada por la comisión nazi de cultura. Algunas cosas sobrevivieron y luego de la guerra amplió la colección de Warhols (el doble Elvis, las cajas de Brillo y Campbel´s), Lichtensteins (TAKKA TAKKA! Muy parecido al famoso WHAM!), Christos (varios empaquetados forman parte de la colección) y mucho arte alemán de la época (Marc, Grosz) que pueblan los tres niveles del edificio. El piso inferior estaba temporalmente dedicado a la economía del tiempo, exposición de la que entendí bastante poco.

2:43 p.m. Desde una ventana del Ludwig Museum se ve una fuente en la que fluye el agua como en un rio y unos niños saltan de una piedra a otra. Uno de ellos resbala y cae pesadamente sobre su mano derecha. Se incorpora, ve a todos lados y como nadie lo nota, decide no llorar.

A la salida del museo doy un paseo por un mercado de antigüedades y me detengo un rato en un concierto al aire libre con una banda que hace versiones en alemán de “Baby, I love your way”, que la gente corea en inglés en medio de la borrachera. Camino hasta las torres que aún permanecen en pie y que hacían de Colonia una ciudad fortificada. Cruzo un puente y en la otra orilla del río la gente hace parrillas y juega con sus perros. Me como una salchicha y descanso sobre la grama. La vista del casco histórico de Colonia es impresionante, dominada totalmente por el Dom. Vago un rato y camino a la estación, listo para regresar y junto a un edificio, un par de punks duermen. Sus perros despiertos, miran amenazadores a quien pase, cuidando la totalidad de las pertenencias de los durmientes. Los niños de la calle, en Caracas, duermen sobre sus zapatos, para que no se los roben; los punks tienen perros.

8:14 p.m. Desde el megáfono se anuncia un retraso de 8 minutos en mi tren. Recuerdo que hace poco más de un año, en visita a la ciudad vecina de Aachen, el tren se retrasó casi una hora.

8:20 p.m. Desde el megáfono se corrige la información: la señorita dice que aún debo esperar diez minutos, poniendo fin al mito de la puntualidad alemana.

Fin de la grabación.

O. Pfingstmontag 2002




   

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