Cartelera

Será ésta,
la gran historia en vivo
con sus escenas tristes
hiladas por el espeluznante suspenso
entre los finales a veces felices,
los mil capítulos
y los personajes
con sus historias paralelas
que se entretejen y sirven de fondo
recreando
el eje principal,
el argumento
del guión escrito a diario
del film sobre mi vida.

Próximamente a partir del último espacio en blanco de ésta página.

-Ana Beatriz Corona Calcaño
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Tengo un secreto destructivo
que vuela
como sádico avión.
Me seduce
con el frío
de la muerte.
Mientras escucho un disparo
ensordecedor
dentro de mi cabeza
transformado en llanto
sin voz.
Mi secreto
es uno solo
y lo comparto
con la salada
lluvia de mar
que limpia mis ojos
secando está realidad.
No quiero
volver a escapar
por estar
sintiendo esposas
ahogar mis muñecas.
No quiero volver a
aspirar el humo amargo
ni pastillas que
inyecten a mi mente
una momentánea felicidad.
Tampoco quiero
ver ángeles
rodeando al
sol radiante
para que bloqueen
mi razón
hundiendo mis ideas
en el vacío
de la fraudulenta religión.
Secreto como lago furioso
que se cree
mi dueño
Promete lo peor
Predica la destrucción
viviendo al lado
de mi odio
viviendo entre
mi decadencia
formando una
incansable marejada
con mis jugos gástricos
que ahogan
mis últimos
inocentes sueños
desgarrando
la ilusión.
Deseo agua dulce
que no reseque
la pasión
ni opaque mi voz
Deseo agua dulce
que me dé
la oportunidad única
de reaccionar
sin estar condicionada
por la supervivencia
Para borrar
el secreto y jamás
extrañar
anhelar,
agua dulce
para ser
nada en la nada
satisfaciendo mi placer
de no existir.

-Claudia
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Esos árboles desnudos

Qué perverso es el invierno con los árboles
desnudos y ateridos, agraviados
por la exaltación de los vendavales;
forzados a contorsionarse, extravagantes,

entre los aplausos infatuados de la lluvia,
con faroles de inoportunos ademanes
que los celan en las umbrosas avenidas
y silencios quebrajados por el llanto
de los seres traicionados.

Qué severo es el invierno con los árboles
desvestidos por las tormentas y los céfiros;
plañideros desde las cepas y los brazos
desarticulados de sus cuerpos,
suplicantes tras la postrimera furia,
como manos con lágrimas entre los dedos
brotando de la tierra.

Esos árboles desnudos y entumecidos
de todos los inviernos iracundos.
Esos tristes fantasmas profanados,
que no pueden surcar los territorios
como las aves en busca de indumento
para cobijarse.


Esos viejos árboles que vomitan resina
en los caminos lejanos,
con las entrañas abiertas a tajo de viento.
Desdichados árboles ofreciéndose
en holocausto como esculturas mutantes,
despojadas de su fronda
y de la dignidad de los árboles en primavera.

-Antonio Alvarez Bürger
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No busques las horas,
algún reloj que revele la rotación de tu cuerpo
planetario, mírate entre auroras
navegar curuja un tiempo de vigilia,
oírte en cada poro transacciones de salterio
los regateos del insomnio
reposando su alerta
donde escondes razones de sombra.


Balandro fantasmal asedio tu pleamar
buscando quebrarte
puerto en un meridiano de estertores.
No hagas caso de tercianas bulevares
de las voces susurrantes entre los fuegos de Escila y de Caribdis,
esas nereidas que te fingen
regresos ululando sus vinos
un reflejo de postergaciones sobre el cristal de la vidriera.


Quédate y escucha
maniquí desarropada,
embotellado en el hule y el neón
sobre las playas de vinil su intemperie digital, el ladrido de mi voz.


Un frémito de Azof,
acaso un eco
silente que atormenta su galope desde Mármara
en Crimea
como albura fervescente de corceles
hollando sus ollares de recelo en los horambres del coral,
un férvido muriente resplandor que se nos oye


                                    se nos huye


de tanto mar este desencuentro
mirándonos mirarnos eternamente vesperales,
rapsodas olas,
en un síndrome de nada y de conjuro
la zíngara bebdez del nos que se hace
marinero,
en voz y en silencio,
tanto indefensos
que huyéndosenos oye
irredimibles al vahído
una utopía de huesos bajo la piel,
isla fabularia e imposible
a refluirnos la incesante salumbre de mareas,
                                    cada noche,
                                    cada amanecer.


Apenas sólo una canción de fablas extranjeras que repetimos
en el cuerpo del alma,
sin saber lo que nos canta su plegaria,
su bisbiseante salmodia desoyéndosenos,


                        deshuyéndosenos,


la víspera de cualquier día sumidos
imprecantes
sobre una roca de ilusiones flotando
una estepa azul que tampoco navegamos,
                                    jamás.


Uno de los dos enciende un cigarrillo
y el otro presagia en las volutas del humo dorado las cenizas
en excesiva capnomancia
para decirnos de cualquier manera,
que no respiramos en Ankara
que sólo recorremos el Mercado de las Flores
y que siempre habrá de entunicarnos
este olor de róbalo fresco que se sale de la radio
velando sin desmayos el albur de las estrellas.

-Alberto Guaura
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Bailadores

Nenas bailadoras.
Sus manitos son navajas
que se reflejan en la luz multicolor.
Cuerpitos ácidos bajo la lupa de la noche diabólica.
Muñecas de trapo que se descosen
cuando bambolean sus pechos
que son granadas llenas de humo.

Nenes bailadores.
Bufoncitos embebidos hasta el cuello,
lanzando pedazos de garganta
hundiéndose los dedos hasta el alma.
Flema adolescente, canción péndulo
que los marea y los voltea.

Torsos lampiños y brillitos químicos.
Yo no puedo ni mirarlos,
es que los ángeles ya colgaron sus alas
porque estaban cubiertas de polillas.
Es que los ángeles se quedaron en la esquina
con todos nosotros, borrachos y conversadores.

Y a éstos nenes y nenas se los tragó la noche,
con sus venenos del demonio.
Y es que él ríe y ríe al verlos bailar así.

-María José Maio
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Perro Callejero

Perro callejero,
Te han abandonado en millones de ciudades
Te han pateado en millones de avenidas
Te han despreciado demasiados lobos domesticados.

Perro callejero,
Vives en el castillo de concreto
Arrastras una capa de pulgas
Luces una corona de sarna.
Sin duda alguna, posees sangre gris
Eres el monarca de este basurero de cristal.

Tienes una mirada tan triste
(Me recuerda tanto a la mía)
Tus movimientos se pierden
entre los árboles andantes
Tus colmillos muerden carroña
y heces enlatadas.
A pesar de todo, te mantienes vivo
Cada día te veo pasar
Y le ruego al cielo que me de un poco
de tu valentía.

Perro callejero, enfrentas a la acera desnudo,
Hace tiempo que perdiste el pedigrí,
Te tragas la espuma que brota de tu hocico
para curar tus heridas,
Le das razones a tu corazón para latir.

Sinceramente, trato de compararme contigo
y concluyo que soy tan poca cosa:
Tú hablas y yo ladro,
Tú esquivas a la muerte
Mientras yo la estoy buscando.

-Carlos Rubín de Céliz
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Sucedió en un instante
    Todos dejaron sus caras de plástico en la mesa
por un momento
    
       Las quijadas relucientes 
    deboraban el cuerpo caliente de los gusanos
 
 Ahora 
todos desconfiamos, tememos...
 
 ¡Esta tragedia de reconocernos en la arena del circo!
 
Servidores del diablo
      negros y rojos alzan su bandera de dolor
 
 Los espectadores temblamos, deliramos
 
 Nunca como hoy estuve de acuerdo con la sentencia:
                 No tenemos memoria,
                  SOMOS NINGUNO!
 
 
 

-Libeslay
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Homenaje póstumo a Virginia La Loca

              a millán



Virginia tenía un turbante
amarrao de la frente a los sesos
y un traje colorao
como el fuego
que le quemó los mejores
recuerdos.

Los muchachos del barrio gozaban
gritándole tonterías
de lejos,
asustando a la pobre Virginia
que lloraba angustiada
en silencio.

Yo la miraba escondido en mí mismo,
buscando en su rostro
el misterio,
la razón de su andar taciturno
y el porqué de su mundo
sin cielo...

Una noche de estrellas brillantes
le conté a mi padre
el tormento
que veía en los ojos de "Iginia",
en su rostro abatido
de miedos...

"Esa mujer
(me dijo mi padre)
sufrió un dolor muy intenso...
Cosas del alma
(me dijo)
que sólo entendemos los viejos."

Yo no sé
(no me alcanza el recuerdo)
si fue una mañana de enero
que mi padre bajito
me dijo:
"Hoy vamos al Jardín de los muertos..."

Recorrimos la ruta,
el trayecto,
de aquel valle de cruces
e inciensos...
Mi padre caminando despacio
y a mi devorándome el miedo.

Los muchachos del barrio miraban
insonoros
el paso del féretro...
Fue la única vez que recuerdo
que al pasar la mujer del turbante
y aquel traje deshecho
en su cuerpo
no sintió en su carne sencilla
la maldad de aquel mundo
enfermo.

Mi padre,
en sus manos cansada,
sujetaba aquel libro tan negro
y en su voz
el misterio en penumbras,
el tranquilo dormir de los muertos,
develaba horizontes de vida,
dibujando siluetas de luz
en el cielo...

Es verdad
(mi padre lo dijo):
"El dolor de Virginia fue inmenso..."
Como el llanto apagado de un niño
que se pierde en las ondas
del Tiempo.

Pero esas son cosas del alma
que sólo entendemos
los viejos...

-Josué Santiago de la Cruz
<[email protected]>