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Cuentos de terror o contar aterrorizados


     Parte inolvidable de mi infancia son las dos semanas de vacaciones de fin de año escolar que solíamos pasar con mi abuelo en la destartalada finca que servía de refugio a su espíritu de antiguo coplero. A lo largo de un zaguán colgábamos nuestras hamacas, improvisados columpios durante el día, que en las noches se convertían en original salón de reuniones. Ahora comprendo que era inevitable que la oscurana de las noches llaneras inspirara lúgubres historias para encontrar el sueño en medio de aquella soledad. Cualquiera que haya pasado algo de su infancia en los llanos recuerda con cierta sorna la ingenuidad de esos noches de cuentos de espantos y aparecidos, especialmente porque más que rondas de cuentos como tal, eran encarnizadas competencias de imaginación.

     Pero algunos somos más ingenuos ¿impresionables? que otros. Personajes entre siniestros y misteriosos comenzaron a habitar interminables noches en medio de la nada. Hasta que un día ya no quise escuchar más. Y en un arranque de no muy inusual autonomía cambié mi sitio de dormir. Para sacarme del mutismo él dijo algo que seguro moldeó indefectiblemente mi idea de lo folclórico: “Para apreciarlas, uno debe saber que esas leyendas se inventaron para que las noches no se hicieran tan largas y oscuras”. Y mi abuelo debía saber algo de noches llaneras... Sin embargo, la espesura de la noche ya nunca más fue la misma y no volví a colgar mi hamaca con el resto.

     En estos días las historias de espantos y aparecidos vuelven a invadir mis noches (y por desgracia mis días). Ladrones que se esconden en los tanques de agua, muchachas violadas por sus compañeros de clase, asaltantes que disparan a pleno día, un cuñado, una tía, el primo... “personajes” y “protagonistas” que suenan tan reales... Cada quien relata su capítulo, nadie parece poder o querer salirse de las interminables rondas. La ciudad es una enorme cadena de historias. Lo malo es que nadie podría asegurar que se trate de puro folclorismo para ir pasando estos tiempos tan largos y oscuros. Y lo que es peor, adondequiera que vayas te persigue el espanto.



-Fanny Diaz
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¡Vuelve, Luisa!

     Cuando la mezcla de pastillas Vandral, Desenfriol y whisky The Guadalquivir River entró en ebullición en el estómago, estornudante y todo me fui arrastrando casi enterrable hacia el recibidor y manoteándolo, conseguí hacerme con el teléfono. Marqué entonces un número considerable y disparatado y probablemente desde el ano del mundo o desde el mismo infierno, respiroso, oí por el auricular una voz que no entendí lo que decía pero que por la entonación como ensoñadora supuse inmediatamente que preguntaba con amabilidad. No perdí el tiempo áurico y diligente y feliz pregunté, claro, por ti. Dije ese nombre tuyo, tan posible, muchas veces. Incluso mencioné algunos apellidos que me inventé rápidamente, que casi despezuñándose en mi auxilio se me acercaron al entendimiento. Rogué que te buscaran, que te trajeran de una vez a mi lado, conchabada incluso. Escuché con atención una vocalización suavita y como intrigada. Dije entonces atropelladamente que necesitaba verte, que tenía una muy perentoricante urgencia de ti, que las noches y los días se me iban personal e irremisiblemente al repateado carajo sin tu compañía, que ya no podía más con tu lamentable y estropeante ausencia. La voz, conjeturé de mujer, seguía su perorata extraña pero cálida y hasta tonificante. Aprovechando uno de sus silencios describí entonces a borbotones como eres, tal vez, tu ropa preferida, el pelo, la forma de mirar y sonreír y hasta apunté lúcido el nombre de tu muy posible y taimado perro. Y cuando tuve la certeza espantosa de que iban a colgar berreé como un poseso ¡¡HELP!! y entonces, solo entonces, con el corazón ya estomagado pude oír, cariacontecido, cómo comenzaba aquella voz sinuosa a entonar una canción conocida, silbándola y cantándola después. No tenía ni la menor idea qué idioma hablaba la rubia puta, porque tenía que ser rubia, pero juro por mis amojamados muertos que estaba copleando una canción de los Beatles. Sobrecogido y jadeante esperé casi agazapado que terminara. Y cuando lo hizo pude oír de fondo algunas palmadas y carcajadas y lo que me pareció un contundente eructo. En ese momento la voz me decía dichosa, yes, yes, yes,........

     Escribo esto con el teléfono pegado con tesafí a la oreja y a toda la cabeza, importándome una fabulosa mierda la factura de Telefónica, oyéndolo todo, tosiendito y azorrado. Por el otro lado ha desfilado gente para contarme sus cosas o, quizás enneciados, para ornear un poco o insultarme, no sé, no entiendo nada. La rubia no ha vuelto a ponerse. Ya me da la impresión de que hablan varios a la vez y en muchos idiomas y risas. Es igual. De aquí no me moveré, es mi última esperanza. Esperaré cagado y todo que lo mismo, quién sabe, el mundo no tiene que ser tan grande, me vuelva loco por fin cuando en este o en cualquier otro número al azar oiga otra voz y otra y otra y tal vez a la que hace mil dos o seiscientas quince oiga infartantemente tu voz y la reconozca milagrosamente y por lo tanto acierte, es decir, que supuestamente te toque a ti, te pongas tú en el aparato, amor mío.

-Domingo Lopez
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