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Pinche Gente

-TLACUILO
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    Bruselas se apreciaba bien trazada desde lo alo de su basílica, esta basílica enorme en tamaño y tan pequeña en fe. Vacía y fría espera a algún turista despistado como yo que recorra sus espacios, aprecie sus fotografías de la época de construcción y tome el pequeño elevador con el temor de quedar atrapado por siempre dentro de ese enorme elefanta blanco.

    Pensé que el recorrer el camino del centro de la capital Belga hasta el recinto valdría la pena e inicié mi recorrido aquel mediodía frío de sábado coronado con una espantosa cruda y el dolor de cabeza que lo acompaña. Terminando la zona de tiendas tomé el camino recto hacia el norte de la ciudad alejándome cada vez más del centro y de la zona turística. Conforme avanzaba en la ciudad esta tomaba nuevos matices y se notaba otra dinámica. Las calles se cubrieron de un silencio suave, no del clásico murmullo de la gente que visita, se escuchaba el cuchicheo dela gente que vivé, que trabaja. Creo que las primeras calles a las que llegué estaban pobladas de gente oriente, musulmanes. Las miradas me recibieron sin perder actividad, las verduras lucían en las puertas de los comercios y los chicos jugaban o charlaban en la banqueta.

    Dos tipos me abordaron en una esquina y como buen chilango deposite en ellos toda mi desconfianza. No es que llevara mucho encima, la cámara digital era lo más valioso, de ahí en fuera solo un reloj viejísimo, una chamarra sintética y un GSM comprado de oferta era lo que podría interesarles. Esperaba sacaran una navaja, cualquier otra arma o simplemente se abalanzaran a mi cuando uno de ellos dijo:

    -Quelle heure? l´ h e u r ?

    -Deux heures- respondí con un francés patético a pesar de que eran la una cuarenta y ocho.

    Los tipos se alejaron y después del semáforo seguí caminando, de nuevo me topé con calles diferentes, no en estructura, sólo en comportamiento. La gente de color comenzó a aparecer de pronto, su francés tan peculiar me gusta y era halagador escucharlos hablar con ese acento que sólo relaciono equivalente al de los cubanos hablando el español. Las miradas también se dirigían a este extraño pero esta vez comprendí era diferente, mis rasgos de indio americano debían de ser nuevos para ellos, pienso que era un intruso con un rostro pocas veces visto y trataban de adivinar mi nacionalidad.

    Después de cuarenta minutos de caminata llegué a un parque que antecede a la basílica, me di un descanso en una de las bancas y me di un poco de tiempo para tomar algunas fotos.


    El regreso al centro de Bruselas no podía ser de otra forma sino por metro. El trayecto para llegar a la estación central fue corto y pude tomar el tren a la hora y cuarenta y uno en punto con dirección a Amberes. Por la noche me esperaba una charla y cena con amigos. No me daría tiempo de regresar a mi estudio para dejar la cámara así que decidí llevarla conmigo. La cena resultó placentera con pláticas de fin de semana, velas en las mesas, pastas en los platos y sonrisas en los rostros. Para entonces la cruda ya había salido y la propuesta latina fue mas cerveza y baile en un buen bar brasileño del centro de la ciudad. La mitad del grupo aceptó la propuesta.

    El lugar era pequeño pero familiar, nos despojamos de las chamarras y nos dirigimos directamente a la pista de baile, la chica de la barra comprendió mis señas para una cerveza y dos campiriñas, después las comprendería de nuevo. El ambiente era bueno y la gente agradable, la música no podía ser mejor. Un ambiente bien en un lugar bien. Por instinto revisé la cámara, la llevaba sujeta al cinturón a pesar de que Linda y Eva, las chicas belgas, me habían dicho era mejor dejarla en la barra, todo estaba bien y me dirigí al baño.

    Al regreso del baño pensé en dejar la cámara junto con mis demás cosas. Mi chamarra no estaba y pregunté de inmediato a la chica de la barra.

    -¡Mi chamarra, chaqueta!

    No la había visto y no tenía idea donde podía estar, Linda me observó y fue en busca del resto de las cosas. La chaqueta de Eva también había desaparecido. Buscamos y preguntamos a toda la gente ahí dentro sin obtener éxito. Eva lanzaba “ferdomes” maldiciendo la perdida de sus anteojos, todo el set de llaves y su GSM nuevo. Por mi parte sólo mi GSM iba dentro de mi chamarra.

    Derrotados en nuestra búsqueda salimos al frío de las dos de la mañana, me ofrecí a acompañar a Eva a casa de sus padres pero sólo aceptó 500 francos en préstamo para un taxi que compartiría con Linda. Las vi subir al taxi y las despedí temblando de frío, era el último auto y cuando se alejaron me quedé solo entre una llovizna que amenazaba nieve.

    -¡Pinche gente! – fue lo único que pronuncié al recordar mi chamarra y sentir el frío. Ya me sentía cansado, revisé de nuevo la presencia de mi cámara y comencé el recorrido por las desoladas calles de Amberes con dirección a mi estudio.



   

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