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Abanico a Canónigos


-Roland Devereaux
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textos: extractos del libro "Abanico a Canónigos" de O.


   













¿Sabes? cuando sabes que vas a morir, sólo piensas en lo que pudiste corregir. En el peso irrevocable. Ya ni deseas regresar ahí y cambiar las cosas. Simplemente, al final, sientes que el castigo postergado no tendrá otra oportunidad y te sientes justiciero acribillando al criminal que convive contigo en tu cuerpo. Intentas separarte de tu maldad y reprenderla para sentirte bueno al final. La maldita contrición.






   


















Una pareja espera que el conteo regresivo de la secadora termine, veinte minutos que dan cabida a muchas palabras o muchos silencios. Él lo sabe, con los años lo ha aprendido y por eso trae un crucigrama y un bolígrafo. Ella, con añoranza y quizás hasta dolor, lo mira llenar las casillas esperando la próxima pregunta. “Cuatro letras, sentimiento de placer o de alegría”. Ella piensa, como siempre, y él, indefectiblemente responde “gozo”.

















 



En el terreno había unas tablas y bloques de ladrillo, unas grúas oxidadas y un par de paredes a medio terminar, todas grafiteadas. Junto a una de las paredes, oculto a la vista desde la calle, estaba el club. Yogui le iba echando el cuento al nuevo del tiempo que llevábamos construyendo y de cómo iba a quedar. Yogui y Bubu habían limpiado un pedazo para jugar metras; Arepa y el chino habían pintado una portería en una pared para chutar penaltys; Marian, la única de las niñas que jugaba con nosotros quería que yo la ayudara a utilizar un pedazo de tierra para sembrar matas y yo lo hacía cuando no estaba jugando metras. Perdiendo metras. Los seis chiquitos nos reímos cuando Yogui dijo que yo perdía mis metras.












Me dijo “es hora de dormir” y me cargó a la parte de abajo de la cama. Le pedí que me echara un cuento y me dijo “nené, tengo que lavar todavía. Mañana te echo un cuento, ¿si?”. Alzó la cabezota y se golpeó con la cama de arriba. “Bien hecho” le dije. Se rió y se fue. Olía feo en el cuarto. A sudor viejo, decía mamá.
 










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