Sobre "El gran Meaulnes" de Alain Fournier

(Los libros de la guerra, 2da parte)


Ortega y Gasset escribió: "El hombre es el hombre y su circunstancia".

De los grandes libros, siempre, hay mucho que decir, y el de Fournier es gran libro. Pero existen cosas como el tacto de la nieve o el calor que produce un beso que no se pueden describir con detalle y que, de intentar explicarlas, podría arruinar la experiencia a quien aún no lo ha experimentado. También es este el caso del "Gran Meaulnes".

Por ello, sobre el libro, sólo quisiera anotar unos pocos datos. Por ejemplo, que revisa algunos días de la vida de aventuras y rebeldía juvenil de Agustin Meaulnes desde el punto de vista de su amigo François Seurel, hijo del maestro a cuyo cargo queda la educación de Meaulnes.

Sobre la escritura del libro resalta su descripción de paisajes del campo francés que evoca, a quien tenga la referencia, los tonos pastel de Degas o las pinceladas quebradas de Monet. Por otra parte, la prosa tiene algo de nebuloso y fantasmal que le impide a la imaginación ver formas nítidas pero en esta confusión, parecida a la que experimentamos en los primeros momentos de nuestro despertar diario, hace que percibamos los episodios cubiertos de un aura casi mística.

Y concluyo con el libro diciendo que hay que leerlo.

Pero esta vez he decidido rescatar algunos aspectos tangenciales.

Que François Seurel se dedique como observador atento, como testigo respetuoso que venera la historia que, sin ser protagonista, comparte; que se entregue a la recreación de esos años de su niñez no es simplemente un rasgo cándido cuya validez es estrictamente literaria, sería una reducción tonta pensar en Seurel como un pobre muchacho que vive a través de la experiencia de Meaulnes. Para mí la lección puede y debe ser ampliada.

Se suele llegar en la vida a un momento en el cual se pierde la capacidad para admirar a los demás. Se cree que es un signo de "madurez" la concentración ciega en el logro propio que cierra la posibilidad de contemplar y elogiar la grandeza ajena.

Y entonces se toman dos caminos: la frustración (porque los logros verdaderamente trascendentes por mucho que los ignoremos siguen allí, mortificándonos como el corazón bajo el sótano del cuento de Poe) o la arrogancia en el vacío (cuando sucesivamente encontramos explicaciones complicadas y justificaciones para exagerar nuestros logros y hacerlos ver superlativos.)

Desde el punto de vista de un escritor es triste no poder reconocer los buenos libros, de cualquier época, escritos por otros. Sin embargo, este pecado de omisión se comete en la literatura. Y, nuevamente, no es una lección privada para gente de letras, es la realidad en cualquier ámbito de la vida.

El otro aspecto tangencial es la muerte de autor. Fournier cayó durante la Primer Guerra Mundial con el conflicto recién comenzado. Con su única obra escrita, dejándola como reflejo aislado de lo que pudo ser una gran carrera literaria.

Fournier no murió imaginando como escritor sino sumergido en la acción. Con mayor o menor convencimiento, aceptaría su destino escuchando los ecos personales e históricos que le repetirían la heroicidad de morir en defensa del territorio propio, sobre todo si se trataba de la grandeza que coronaba París.

No tuvo tiempo de reflexionar sobre la guerra una vez concluida. Desapareció imposibilitado de ver que su libro no fue un mero ejercicio de ocio o catarsis poética, unas cuartillas prescindibles producidas en una sociedad al borde de la crisis sino que la vida de Meaulnes completa y, en cierto modo, da sentido a las imágenes turbulentas que eran su realidad.

Tal vez, cuando Javier Marías en su discurso para recibir el Premio Rómulo Gallegos en 1995 dijo que la escritura de novelas era importante porque el hombre necesita saber lo posible además de lo cierto, podía estar tocando, directa o indirectamente, casos como el de Fournier.

"El gran Meaulnes" es un gran libro del cual hubiese podido entresacar reflexiones interesantes, personajes entrañables, pasajes como el de un banquete fantasmal que nunca he podido olvidar y que de cuando en cuando releo. Mas he optado por subrayar que la literatura, como los hombres, no es cuestión de libros aislados sino, adaptando la frase de Ortega y Gasset, de los libros y de sus circunstancias.


   
     



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