Gitana

Los nervios te adornaban la sonrisa y embellecían una mirada crepuscular que enternecía a cualquiera presente en la ceremonia. Mas allá, un sentimiento de omnipresencia me embargaba y me hacía testigo de tu retirada, gitana. Saber que existe un ser amante capaz de embriagarte tanto como para provocar tu rendición ante el sortilegio de sus caricias y sus palabras regocijaba mi alma y, sin que otros supieran, empalagaba el insulso de sus corazones. Lo lograste de nuevo, eres sencillamente tu, gitana. Resisterse resultaba extenuanente, no había un observador que no se dejase arrastrar sin advertir como sus esfuerzos eran en vano.

La gitana apagaba su solitaria llama y yo estaba ahí. Me equivocaba otra vez. Gracias mil por este privilegio, Señor! Entre mi contemplativo extásis y las lágrimas que inundaron mi corazón, una voz, fácil de reconocer pero díficil de escuchar, me hizo saber que la llama no se había extinguido, al contrario, trascendía. Ahora ésta cambiaba de domicilio para un lecho sublime dónde dos se entregaban al calor de sólo uno. Oh milagro! - dice el padre – mientras tu ex errante aura le daba la bienvenida a áquel que no titubeó y, como el inagotable caballero, reconoció a su amada entre los harapos y velos que cubrían tu esquivo rostro, gitana. Desde ese momento, algo indescriptible y hermoso invadió mis entrañas y crecí en su amor...

Mil bendiciones,

Raúl.



   




Hoy, después de hablar contigo, comencé a pensar lo que inconscientemente ha estado conmigo desde Noviembre: fuí un imbécil, un verdadero idiota muchas veces, una en específico y quiero pedirte perdón.

Esa despedidad al teléfono, mandándome un abrazo "fuerte, muy fuerte", con esa voz de niña juguetona, fue demoledora. Me costó recordar todo lo que no me gustaba de nosotros, desistí al rato. Por fortuna no fuimos a Escocia juntos.

La vida en un planeta donde nada ni nadie más existe, sería maravillosa.