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Yo sí me iría demasiado

Reconozco que también caí en el juego de criticar a los malpegaos de «Ciudad de Despedidas». De hecho estaba redactando algo sobre la importancia del compromiso de las élites con la conducción de un país.

Pero nada de eso tenía mucho sentido.

Caracas es una mierda, reconozcámoslo. Cualquiera con dos dedos de frente tiene la tentación de irse para el coño y absolutamente todos despotricamos del país. Sin embargo basta salir de la capital para reconocer a Venezuela y tomarle algo de cariño.

Pero Caracas pareciera irrecuperable. El problema no son los huecos, ni el deficiente alcantarillado, ni el alumbrado público, ni el cinturón de miseria. El problema es la gente. La gente en Caracas se comporta, generalmente, como una mierda. No son una mierda, que eso quede claro, pero sí se comportan así.

Aquí nadie respeta un semáforo, por citar uno de los más básicos acuerdos ciudadanos. Aquí la gente te circula por el hombrillo, quieren ser todo el tiempo los más arrechos sin importar a quién atropellen, son pantalleros, superficiales. Yese es un mal de todos los estratos sociales. El malandro que mata a alguien para robarle el celular, es igual que el malandro de cuello blanco que anda en su camionetota Toyota Prado, hasta el culo de cocaína y a exceso de velocidad.

Aquí la gente se colea hasta en la cola de la misa, esa que hacen para ir a recibir la comunión. Botan basura a la calle, desde el envoltorio de un caramelo hasta una nevera.

Por si esto fuera poco, el caraqueño es resentido y sectario. Los de clase alta desprecian a los que están debajo y los tratan como la mierda. Los de clase media quieren ser ricos y odian a los que están arriba, mientras le temen a los que están abajo. Son tan nazis, ambos grupos, que han convertido esta ciudad en un laberinto al cerrar las calles que pertenecen a todos y son tan imbéciles, que creen que tú no puedes estacionarte frente a su casa porque ellos «pagan derecho de frente». Maldita sea, ni siquiera saben en qué consiste ese impuesto, que a lo mejor ni lo pagan.

Más defectos de la clase media y alta: son pasmosamente incultos, aunque todo el tiempo quieran aparentar lo contrario. Tienen un gusto musical atroz. Son cursis hasta el hastío. Su manejo del lenguaje es, en el mejor de los casos, lamentable.

Las clases «populares» también tienen defectos comparables, o peores, no lo sé. Si nos atenemos al tráfico, que me parece un indicador fundamental del civismo… aquí nadie se salva.

El asunto es que en Caracas no hay una verdadera cultura de convivencia, pero no es porque el gobierno no haga nada, sino porque a la gente no le da la gana, porque nadie quiere entender que los demás también existen y que también son dignos de respeto. Como no parece que esto vaya a cambiar en un futuro razonable, parece que lo mejor es pirar.

Dicho esto: los chamos del video también son unos idiotas. Pero no porque hablen como si tuvieran una papa caliente en la boca ni porque se la tiren de intensos, sino porque ¿a quién coño de la madre se le ocurre decir que es «del este del este» y quedarse tan tranquilo con ese aire de superioridad? ¿a quién puede ocurrírsele que salir a «rumbear» a las 3 a.m. sea una prioridad con este cuadro de desempleo, carencia de vivienda y en general falta de oportunidades? Tienen las prioridades por completo trastocadas, eso está claro. Como las tienen trastocadas el 99% de la gente que vive in hac lacrimarum vale. Y me quedo corto.

El Ávila está sobrevalorado. Si el precio por no calarme más la viveza y la estupidez del entorno (aunque suena contradictorio, pero no lo es) es no ver más la dicha montaña, pues qué carajo.  Ni que fuera la Sierra Nevada de Mérida.

Se me acaba de ocurrir: ¿qué tal si el resto del país se une y le da la independencia a Caracas? Eso: que se convierta en una ciudad-Estado, a ver si esta ciudad deja el parasitismo y al fin produce algo que no sean problemas.

Y la moraleja es que sí, me iría para el coño ya mismo si pudiera, y lo cierto es que sí puedo, quizá no en este momento, pero puedo activar un plan beta e irme demasiado. El asunto es que hasta ahora me he quedado por optimismo, o idealismo, o lo que sea. Estamos acá, arrimando el hombro. Para poder remediar los problemas, hay que reconocerlos primero. A mí no me contarán entre los que han esgrimido esa defensa boba de que Venezuela es la vaina más arrecha. No, no lo es, bájense de esa nube. Porque si no se bajan, nunca lograrán que sí sea una vaina arrecha de verdad.

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