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VENEZUELA: PALIMPSESTO QUE SE DESHACE Y SE FRAGMENTA

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Si miramos bien, nos daremos cuenta que una de las subtramas del drama en Venezuela consiste en que intentamos, constantemente, imponer una imagen hegemónica acerca de cómo son las cosas. Pareciera que nos rige un mandato cultural en donde “si lo ves distinto, estás equivocado”. Es esa vena autoritaria que va desde Hugo Chávez, pasando por la piadosa Sra. Capriles, hasta el vigilante del banco que se apodera de las planillas de depósito para hacerse con una ridícula cuota de poder que le da una seguridad ficticia. Nos encanta colocar a los demás en posición de inferioridad; nos da placer ser instrumentos del control social mediante la crítica, la burla y, si es necesario, la discriminación y la violencia física. Estamos tan ocupados en vigilar y castigar, que perdemos la oportunidad de mirarnos a nosotros mismos y reflexionar en lo que sí podemos cambiar o mejorar. Venezuela es una gran vecindad y cada uno de nosotros es la chismosa del edificio.

Siempre el problema lo tiene el otro; los chavistas, los opositores, los ateos, los gays, los sifrinos, los tukis…; todos aquellos que se distancian de esa imagen (falsa) acerca de cómo son los venezolanos. No nos damos cuenta de lo patéticos que nos vemos en el rol de policías del status quo; del dolor que inflingimos y del daño que nos hacemos a nosotros mismos, como individuos y como grupo. Estamos tan empeñados en hacer realidad esa fantasía imposible de homogeneidad, que nos cegamos al hecho obvio, a la causa de nuestro malestar: Venezuela es diversa; ser venezolano no consiste en manifestar una esencia inmutable, y no hay nada que fundamente una visión única de cómo debemos ser. Somos como somos, nos guste o no. ¿Mucho cientificismo en nuestro sentido común? No lo creo. Somos un pueblo “simple y cristiano” según afirma Osmel Sousa. Además, si algo nos caracteriza como nación es la falta de educación formal. Somos por encima de todo, analfabetas funcionales que, gracias a la solvencia petrolera y a Internet, nos creemos profundos, intelectuales, artistas, críticos y poetas; la verga de Triana (mejor no causemos una conmoción al recordar que el exceso de autoestima suele ser un mecanismo para compensar las deficiencias que percibimos en nosotros mismos).

Pareciera entonces que, como nación, hemos apostado por el fundamentalismo como amuleto contra las incertidumbres propias del tiempo que nos toca vivir. Angustiados frente a los cambios, la apertura y la complejidad, cada cual se inventa su libro sagrado; Chávez se refugia en ese pastiche llamado socialismo del siglo XXI, la Sra. Capriles en su biblia rancia, y así, en un intento por cerrar las fisuras de un muro que se derrumbó hace décadas. ¿Quiénes son los ignorantes, los adolescentes que aún no han tenido la oportunidad de descubrir las complejidades de la vida o los adultos que trabajan activamente para renegar – negar lo ya visto – de las infinitas posibilidades que nos brinda el mundo contemporáneo?

¡Ay de ti si apuestas por el cosmopolitismo! – dicen los pacatos. Usaremos lo que esté en nuestras manos para aniquilarte, revisaremos tu basura y buscaremos tus defectos; te expondremos al escarnio público para borrarte del mapa social. Aquí sólo se puede ser de una manera: la que yo diga.

Así andamos, en un barco que se hunde, que se hunde precisamente porque estamos demasiado entretenidos en acosar a nuestros compañeros de viaje. (Si vivir civilizadamente supone una renuncia a un goce particular, ya sabemos entonces por qué en Venezuela se vive en la barbarie. Ser venezolano: obstinarse en el «derecho» de abusar del prójimo.)

En resumen, estamos irritados. Nos irrita vivir en una sociedad compleja.

Si reconocemos que adaptarse a los cambios pasa por una serie de etapas (Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación), debemos admitir que estamos estancados en este proceso; peleando, dando pataleos de ahogado. Reaccionamos como víboras amenazadas cuando la realidad nos confronta con las diferencias, esas que están allí y que no se van a ir, esas que nos muestran cómo somos en realidad.

Resulta muy curiosa esta estrategia. Antes que sentirnos interrogados por los textos (¿qué dice este post de mí mismo? ¿qué nos dice ese documental de nosotros como grupo?); antes de establecer una relación de diálogo, tomamos la actitud de jueces. ¿Qué te pasa bruto? ¿Cómo te atreves a decir eso? Vanos intentos por mantenerse ajenos al mundo por miedo a ser tocado por él. Simples y cristianos; más simples y cristianos que el propio Pablo de Tarso y su pretensión infantil de anular “la carne”.

Al final, el mensaje es claro para cada uno de los venezolanos: puedes insultar todo lo que quieras. Acá sigue tu gallo muerto, esperando que te hagas cargo de él.

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