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Estreno de Zamora en el Teresa Carreño: una telenovela personal

Capítulo 16: en la pequeña Venezzia

Lee la primera parte aquí

venezzia

Finalmente, comienza nuestro ascenso por la escalera de los triunfadores. Pienso en Gastón Bachelard y en su famoso ensayo “La Poética del Espacio”, hermoso libro, mejor escrito.

Bachelard me enseñó muchas cosas. A distinguir la relación del arriba con el abajo, a descifrar los intricados códigos sociales de la trama urbana, y en general, a leer los signos arquitectónicos del poder. Gracias a él, soy inmune a la manipulación conductista de mis sentidos por medio del embrujo del decorado.

Por tanto, la imagen del Teresa ni me sobrecoge, ni me entusiasma, desde las alturas. Apenas si me mueve a la reflexión pasajera, a diferencia de quienes lo defienden como un majestuoso patrimonio de la nación, más allá del bien y del mal.

En lo personal, puedo compartir la idea de abogar por su justa preservación, frente a los embates de la revolución de la Cultura. Sin embargo, el lugar me horroriza. No de ahora, de siempre.

Por eso, me identifiqué en su momento con el rotundo desmontaje de Luis Britto García a la edificación copeyana de Tomás Lugo, otro infiltrado de la cuarta en la quinta.

De hecho, Tomás es el responsable de diseñar el nuevo Centro de Acción Social por la Música, concebido por su majestad divina, Hugo Rey, para coronar la obra maestra del adeco José Antonio Abreu, antecesor de Farruco Sesto en el CONAC y miniministro plenipotenciaro de CAP. De Maquiavelo a Maquiavelo. De Fausto a Fausto. De Doctor Diablo a Doctor Diablo.

Luego hablaré del célebre ensayo de Luis Britto García, cuando nos toque marcar distancia con su legado, a propósito del estreno de su guión zamorano adaptado por Román.

Por lo pronto, suelto mi comentario a vuelo de pájaro, entre el Doctor y la señora de protocolo. Los tres nos elevamos hacia el firmamento de espaldas al monumento y de cara a la prole marginada.

Es un instante de soledad compartida y de melancolía por el evidente fracaso de las ilusiones perdidas. Las escaleras mecánicas nos conducen a un destino incierto, pretendidamente mejor.

Elevarse es así: un sueño de redención metafísica, como si fuésemos llevados al paraíso antiséptico de Hollywood de la mano de Morgan Freeman, tras haberlo secundado en el infierno de “Seven”, al nivel de una mezanina sitiada y acordonada por milicos. De «El Inframundo» al «Reino de los Cielos».

Pero la realidad es muy diferente a la ficción de la meca. En efecto, si acaso subiremos de peldaño en la escala y en la pirámide de nuestro Apocalypto Maya, donde los sacerdotes del gobierno cortan las cabezas de sus mártires en ofrenda a los dioses y semidioses del calendario electoral del PSUV. Si mal no calculo, el “2012” será la fecha de su cataclismo, según la predicción de Roland Emerich.

Enseguida, le busco conversa al Doctor, para romper el hielo…

Yo: ¿está bonita la escalerita, no?

Doctor: sí, muy bonica.

Yo: fíjese como se mueve, Doctor. Parece una batidora.

Doctor: una licuadora, una bailarina de Bimbolandia.

Yo: además es altísima, Doctor. Si alguien se resbala, se mata.

Doctor:esa fue la idea del arquitecto constructor.

Yo: muy considerado de su parte. Ya me empezó a dar vértigo y todo.

Doctor: sí, yo también estoy con un nudo en la garganta.

Yo: mejor dejemos de decir pistoladas y concentrémonos en nuestra tarea.

Al alcanzar la cúspide de la cima, decidimos romper filas para descansar y echar un vistazo. El Doctor se dirige al baño con la señora, y yo me quedo en la platabanda, suspendido en el aire y en el tiempo. Un grupo de lisiados y de niños con síndrome de down pasan delante de mí con franelas de color rojo rojito. Los veo con tristeza porque los utilizan y los explotan contra su voluntad. Me parten el alma y me arrancan una lágrima.

Ahora estoy llorando solo como un pendejo y nadie me entiende. Nadie va a ser capaz de entender mi dolor. Por eso agacho la cabeza y reprimo el llanto.Tengo el corazón hecho leña y la autoestima quebrada. Venezuela te pega duro, te revienta en cada esquina. No es un país para débiles. Es un país para gente insensible de cuero seco, de piel gruesa de culebra. Yo ya hice mi cuerito, pero igual me pegan las cosas.

En el intento por sobrevivir a la deshumanización del entorno, pongo en práctica el cinismo, la chanza, el humor, la informalidad, el ascetismo, la humildad y la cordialidad. A la mayoría le funciona la agresividad como mecanismo de defensa. Compran rifles, camionetas, relojes, celulares y afectos, para sentirse seguros. Yo por mi lado, me conformo con lo mínimo: un libro, un paseo, un beso, una tertulia, una cerveza, una película, aunque sea mala. Yo no quiero cambiar el mundo. Yo nada más quiero vivir tranquilo. Es mi único reclamo, mi única petición, mi único deseo. Ojalá ,algún día, se me conceda.

Por fortuna, me desahogue antes de entrar. De lo contrario, habría metido la pata. De inmediato, agarro fuerza, abandono el noveleo, y paso de la tragedia a la comedia en un tilín, amén del desfile caricaturesco de la productora de “Venezzia”, Delfina Catalá, quien llegó para alegrarme la noche.

Ella es la versión madura y fashion de Eva Golinger. Viste de rojo con una curiosa minifalda y unas extrañas plataformas del mismo color. De lejos, evoca la figura de una muñeca gótica de Tim Burton. El Cuerpo de la Novia al estilo de Alejandra Szeplaki. De cerca, es aún más aterradora por su arrogancia al caminar y por su exagerada forma de llamar la atención. De solo verla, me agoto. No me imagino ser su pareja. Terminaríamos peleados o a golpes, como mínimo. Es demasiado “show off”, para mí gusto. Le fascina alardear y presumir a viva voz. Reafirmarse delante de la gente y venderse en público, al punto de lucir sobreactuada.

Ella es el arquetipo criollo de una generación cuarentona y cincuentona de mujeres supuestamente fuertes y emprendedoras, al estilo chic de “Sex and The City”. Tan lejos de Lina Ron, tan cerca de Titina Penzini y Gabriela Chacón. Frivolidad boliburguesa en sintonía con la gala de la belleza de Osmel Souza.

Curiosamente, el socialismo del siglo XXI les extiende un cheque blanco y una alfombra roja a su decrepito materialismo histérico, disfrazado de causa justa y políticamente correcta.Por fuerza de atracción, dios las cría y el diablo las junta.

No en balde, Delfina Catalá le hizo la producción ejecutiva a Solveig Hoogesteijn para “Santera” y a Fina Torres para “Un Té en la Habana”, siempre a costa de la caja chica del estado. Así cualquiera imprime su nombre con letras de molde en el pequeño diccionario ilustrado del cine nacional. Por eso, ella es aquí un referente en la línea de Debora Schneider. Y por consiguiente, varios caen en la trampa de rendirle pleitesía y hacerle la corte.

Delfina da para un telenovela completa de Dellia Fiallo. Es un personaje digno de un culebrón. Delfina se embarcó con Fina en “Un Té en la Habana”, dentro del esquema de coproducción con el rígido sistema de censura cubano. Olvídense de ponerse comiquitas con el régimen del camarada Fidel. Máximo se puede canalizar descontento a través del recurso de la alegoría. Pero no es el caso. “Un Té en la Habana” es “una comedia romántica ambientada” en el casco histórico del feudo de los barbudos. La odisea para rodarla de cabo a roba, es también de coger palco.

Torres fue a grabarla en video, y cuando regresó a Caracas, descubrió la crónica de una muerte anunciada por la falta de orden en la pea de la producción: el material bruto era impresentable por fallas técnicas en la fotografía. Según las malas lenguas, gran parte del metraje se veía desenfocado y deslucido.

Acto seguido, el “Comando X” del desastre vuelve a tomarse el té en la Habana, bajo el patrocinio condescendiente de la Villa del cine, en una de sus múltiples anomalías de carácter administrativo. Por menos, te abren un juicio en Polonia. En la pequeña Venecia es la practica habitual, o como diría Errol Morris, el procedimiento estándar de operación. Moraleja: si quieres guisar doble, si quieres viajar doble, si quieres filmar dos películas en una, avísale a Delfina y ella te lo resuelve con la Villa. ¿Miento? ¿Invento?¿Exagero la nota? La respuesta a continuación.

Luego del cataclismo de “Un Té en la Habana”, Delfina levantó otro proyecto de la nada con el respaldo de la Villa del Cine, “Venezzia”, en complicidad con Ruddy Rodríguez, Edgar Ramírez y Alberto Arvelo. Tres diligentes embaucadores de la plataforma del cine. Emblemáticos mercenarios del cine nacional, cuya única ideología es el afán de lucro personal, económico y profesional. Por lógica, el país de caramelo los quiere, los sobreestima, los aprecia y los valora, por encima de sus actos dolosos, reñidos con el derecho.

Verbigracia, obtuvieron financiamiento a dedo limpio, como Román, para perpetrar su delito mediático a plena luz del día. No participaron en concurso alguno, en licitación alguna, y lograron gestar su golpe en un reunión de negocios durante el Festival de cine de Margarita, edición 2008.

Ruddy tenía los contactos, Edgar la idea y Delfina la madera para moldear la talla al gusto del Teniente Coronel. Lo demás es historia conocida.

Ruddy es intocable, Ruddy es una protegida del proceso, Ruddy es una viuda negra de armas tomar. El tamaño de sus agallas sobrepasa con creces el diámetro de las branquias de Delfina. Ambas son tiburonas de la comunicación, a su particular modo. Yo las comparo, salvando las distancias, con la Nicole Kidman de “To Die For”, aquella obra maestra acerca de la locura americana por la fama, actualmente extendida, globalizada y democratizada por la maquinaría de Facebook.

Ruddy es recibida en despachos de la nomenclatura, en pasillos de gobernaciones y de Ministerios públicos. Un día llegó a la Alcaldía Metropolitana, de Juan Barreto, a pedir un edificio en comodato para su fundación, mientras al Ateneo lo desalojaban de su sede. Por ahora, puede hacer una película con tan solo mover un dedo, regalar una sonrisa y guiñar un ojo. No se lo conocen méritos reales como actriz, ni como nada en especial, fuera y dentro de Venezuela.

Aun así, la prensa y el status la consienten como una Marilyn del subdesarrollo, en decadencia, a preservar como fuente de la eterna juventud demagógica. Nuestra pequeña Venecia creció con ella en unitarios y en programas de factura dudosa. Su sexualidad populista despertaba y despierta el morbo de una nación machista embelesada por el embrujo de la carne reprimida, el encanto de la piel desnuda y la fascinación por las leyendas originarias de orientación amazónica, desde Maria Lionza hasta el video porno de Roxana Díaz, seguido por sus derivaciones y degradaciones falsas de Chiquinquirá Delgado en adelante. Nos encanta Urbe Bikini, nos domina el volcán erótico de la carne mutilada y empacada por el canal de la colina.

Aunque usted no lo crea, allí radica el cerebro de nuestra dictadura científica, perfectamente modelada por los ingenieros sociales de la eugenesia femenina, donde utilizan a las mujeres como cebo para sacar beneficios políticos y comerciales.

Los ingenieros sociales las esculpen como robots en serie, para instalar su totalitarismo de ciencia ficción.Así «Metrópolis» conoce a los «Doctores Caligari» de Miraflores.

En tal sentido, Ruddy es una pieza fundamental del engranaje de la fábrica chavista de lavar conciencias. Por ello, es la imagen de las campañas del gobierno, es la imagen del nuevo cine nacional, en su proceso de cautivación y asimilación de la clase media.

Como diría Baby Rasta y Gringo:atención, alarma, pendiente, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.

El cine nacional es, de hecho, una enorme industria de captación y domesticación de nuestra clase media ilustrada, de nuestra pequeña burguesía descomprometida, vulnerable, apolítica y desinformada. El barranco de “Venezzia” lo demuestra, junto con el resto de las ofertas de la Villa.

“Venezzia” acumula situaciones inverosímiles en el intento de rescatar un pasado olvidado por la historia nacional:el de nuestros gloriosos combatientes al servicio del amigo americano y en contra del eje del mal en la segunda guerra mundial.

El trazo grueso abunda por doquier, al instante de delinear el perfil estereotipado de los personajes protagónicos, una mujer medio ciega, y un galán medio imposible. El amor a primera vista surge por defecto y por piloto automático, a la sazón de un argumento predecible, redundante, cansino, almibarado,deshilachado, acartonado y desvencijado.

De repente, hay una golpiza en una taberna de alemanes colaboracionistas, y al mero macho de la reyerta se le ve el transistor del micrófono de balita.

De repente, hay una fiesta de carnaval, y todos los extras no dejan de mirar indiscretamente a Ruddy Rodríguez, como si estuviera coleada en una fiesta de tambores en Choroní.

De repente, los diálogos y las escenas carecen de ritmo o provocan una mezcla de malestar con sueño. Los minutos pasan lento, y la paciencia se pierde a la media hora. El libreto no daba para un largo. Pero los eventos y las circunstancias se estiran porque la plata sobra.

De repente, cae el telón y la función culmina con una predica evangelizadora, medio necia, medio ambigua, a favor de la paz y en contra del menoscabo de la memoria.

Paradójicamente, la película contribuye a manipular el pasado en provecho y en usufructo del presente, al convertir a la historia en un sucedáneo de la propaganda militar en boga, en un suplemento dominical sin ningún valor. Tal cual como una soap opera de época incorporada por Ruddy, para un domingo cualquiera.

Nuestra participación en la segunda guerra no fue crucial para conseguir la victoria sobre el fascismo. Bájense de esa nube. No sean hiperbólicos y acomplejados. No quieran hacer de un asunto menor, un capítulo trascendental, inédito y jamás escrito por la academia del pensamiento oficial. Pregúntenle a Pino Iturrieta y verán “cuán importante” fue nuestra participación en la segunda guerra mundial. Sean reales.¿Hasta cuándo con el patriotismo publicitario de cartón piedra?

En suma, “Venezzia” prosigue el camino heroico de “Zamora”, al narrar otra gesta emancipadora de los imperios locales y extranjeros. La única diferencia estriba en su insólito subtexto Hollywodense: el uniformado criollo es el villano, el yanqui es el bueno, y la cieguita es la esperanza blanca de la patria redimida por el soldado extranjero. Vaya etnocentrismo, vaya egocentrismo el de Ruddy, la emperatriz del matriarcado local con ínfulas de Nicole Kidman en la espectacularmente aburrida “Australia”. “Venezzia” es su espejo deforme, ínfimo y bufonesco, cual sainete teatral para montar en el Teresa, cual opereta en la tradición de “Otto, el Pirata”.

En última instancia, la cinta refleja el espíritu contradictorio de su productora ejecutiva, Delfina Catalá, invitada de honor al sarao de Román. Para cerrar con broche de oro, Delfina es la cabeza de Alter Producciones. Revisen su página de internet. Es un poema. Registra su anterior coproducción con Cuba, “La Edad de la Peseta”, y sus frustradas contribuciones para la caja boba: “Cuenta Conmigo” y “En Góndola”. Es muy irónico, la página de Alter delata su relación con RCTV,con el ICAIC y con el CNAC al mismo tiempo. Los comentarios sobran. ¿Alguien dijo “conflicto de intereses”?

Por allá la veo pasar, como una estrella fugaz, con su tumbado de guapa al caminar. Derrocha seguridad al andar y satisfacción por la tarea cumplida. Goza de sus quince minutos de fama y se complace en compartirlos con Román. La noche es de ellos y de Zamora. Larga vida a la plataforma del cine. Larga vida a la Villa del cine.

El Doctor retorna con la señora y levanta los brazos en señal de victoria. Aleluya, la brecha se restringe, el círculo se cierra. No nos para nadie, somos imbatibles, no nos para nadie, somos sensacionales.

En el próximo capítulo, describiré mi ingreso al patio central del Teresa Carreño. Prepárense para afrontar el descenso.

Alerta, pendiente…

http://www.youtube.com/watch?v=hlbDsgnYDLo

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