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Literatura, arte y poder a propósito de “Historia de un Encargo: La Catira de Camilo José Cela”

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La “Historia de Un Encargo” de Gustavo Guerrero acaba de llegar a Caracas en el momento y la hora indicada, cuando las relaciones carnales entre arte y poder rozan el límite de la impunidad, al evocar el tristemente célebre y patético caso de Camilo José Cela durante su pasantía por tierras venezolanas con el objetivo ominoso de escribir una novela al servicio de Marcos Pérez Jiménez, para contrarrestar la influencia de “Doña Bárbara” en la región y estrechar lazos de sangre con Francisco Franco,el oscuro patroncito del reconocido narrador gallego.

En tal sentido, el ensayo guerrero de Gustavo no sólo merece la rendición incondicional de la crítica por su oportuna valentía, sino también debe leerse en el mismo marco contextual de las obras maestras del género, tanto en el plano audiovisual como ensayístico.

Así pues, el virulento desmontaje de “Historia de un Encargo” logra inscribirse en la tradición de títulos emblemáticos de la talla de “Mephisto” de Klaus Mann, posteriormente adaptado por el genio húngaro István Szabó.

Por ende, y según el trabajo del autor criollo, Camilo José Cela vendría a ser como un “Mephisto” sobrevalorado por las políticas culturales de su tiempo, como producto y consecuencia de su pacto con el demonio de El Caudillo ibérico, aliado, no por casualidad, al eje del mal de Adolfo Hitler.

De forma natural, ello permite comprender el origen de la actual epidemia fáustica sufrida por la intelectualidad vernácula, bajo el impulso económico de los líderes carismáticos y los gorilas de por ahora.

Ayer fue Camilo José Cela con su jugoso contrato de 30 mil dólares para producir un escandaloso folletín de aliento nacional.

Hoy la lista pica y se extiende desde la Villa del Cine hasta los bolsillos henchidos de Danny Glover, para desarrollar encargos abominables, estériles y corruptos como “La Clase”, “Miranda Regresa” y pare usted de contar bancarrotas estéticas anunciadas con antelación.Es contigo, Luis Alberto. No te hagas el loco, José Antonio Varela. Sus “Catiras” vayan por delante como testimonio de la claudicación del gremio y la necesidad de reeditar episodios nefastos de nuestra historia.

Al respecto, conversamos con Guerrero sobre el tema en cuestión, a fin de intentar comprenderlo y asirlo dentro del panorama contemporáneo a la luz de la publicación de su texto galardonado, de manera justa, con el premio Anagrama.

Para el autor, existen dos tipos de intelectuales funcionales al poder.Número uno, quienes lo hacen por convencimiento, quienes lo hacen porque creen y comparten la ideología del proyecto planteado por el gobierno de turno, como el caso de Albert Speer, el arquitecto del Fhurer.

Número dos, quienes lo hacen por mero interés personal y especulativo, en busca de fama y prestigio a toda costa, como el caso de la generación de relevo a las órdenes de Farruco Sesto.

Por extensión, Camilo José Cela encarna la fusión de ambos arquetipos,  al representar en vida lo mejor y lo peor de ellos a lo largo y ancho del proceso de gestación de “La Catira”, un monumento a la desfiguración de la identidad llanera, desde el enfoque etnocéntrico y neocolonizador defendido por la pluma del ganador del Nóbel, tras la huella del siniestro ideal hispánico enarbolado por Franco en sintonía con Marcos Pérez Jiménez,cuyo fascismo eugenésico lo conduce a alentar la inmigración española en la época de la dictadura para  mejorar la raza y el espíritu del gentilicio criollo,condenado supuestamente al infierno de la flojera y el subdesarrollo por su origen étnico. Semejante proyecto del tirano supondrá uno de los múltiples correlatos de la historia del encargo de “La Catira” de Cela.

Al parecer de Alberto Barrera Tyska, el también ganador del premio Anagrama pero en materia de narrativa, el libro de Guerrero tiene la gran virtud de poner en orden un secreto a voces, de organizar un chisme para dotarlo de significación teórica en la era de la Quinta República.

Para el autor de “La Enfermedad”, el artefacto estético de “Historia de un Encargo” representa el canon literario de la posmodernidad, al fusionar los códigos de la crónica y la no ficción, para clavarle la estocada final al cadáver insepulto del vampírico Camilo José Cela, acogido y albergado en Venezuela en calidad de turista de lujo, por el séquito ministerial de Pérez Jiménez y la embajada de Franco.

Por ejemplo, Guerrero da cuenta de la estrecha amistad entre el escritor  y Vallenilla Lanz, Ministro del Interior de Pérez Jiménez e hijo del reaccionario redactor de la tesis de “El Cesarismo Democrático”, piedra filosofal y estructural de la obra de gobierno de la junta militar de 1953, donde surgió el nuevo ideal nacionalista de la mano de la construcción y elevación de nuestra infame mitología urbana.

Aquí es bueno traer a colación el rosario de mamotretos y expresiones artísticas del barroco perezjimenista, destacadas por Guerrero como subtextos de “La Catira”.

Para empezar, no podemos olvidar las torres del Silencio y la Ciudad Universitaria, frutos de la colaboración del intocable Villanueva.Otro referente más curioso, simplón y cuestionable es el del pintor ingenuo Pedro Centeno Vallenilla, el Miguel Ángel cursi y épico de Pérez Jiménez.

Por cierto, su visión kistch además de recordar algunos pasajes de “La Catira”, parece resucitar en el tercer milenio gracias al cine de encargo de La Villa. Verbigracia, el patrioterismo ridículo y afectado de “Miranda Regresa”. Ni hablar del lenguaje del costumbrismo rocambolesco de “La Catira”.

Camilo José Cela vuelve a fallar al momento de pretender reconstruir al detalle la jerga coloquial del Llano. El resultado es completamente deslucido, porque nubla la comprensión del lector y lo invita a despertar suspicacias sobre la verdadera intención del escritor.

Por eso, algunos mal interpretaron “La Catira” como una ofensa a la cultura de los llanos, mientras la academia de la lengua liquidó la discusión al pronunciarse de la siguiente manera: La Catira adolece del defecto de presentar como habla típica popular de la región llanera venezolana, algo que es mera combinación según el gusto personal del autor, quien ha reunido y usado a capricho y en acumulación exagerada, voces y locuciones tanto de diversas regiones de Venezuela, como de alguna otra república americana y aún de España.De esta manera se ha querido presentar como real y típica del llano venezolano una jeringoza que nada tiene que ver con la realidad de nuestra habla popular.Por todo lo cual, esta Academia cumple con el deber de declarar que la citada obra del escritor Cela ostenta abusivamente el calificativo de venezolana, puesto que ni su manifiesta deformación del habla popular llanera ni, con ello, su equivocada interpretación del alma y el ambiente venezolanos pueden justificar aquel título.

En paralelo, la recepción de “La Catira” en Venezuela fue de mal en peor, al punto de convertirse en un fiasco internacional, provocando la huida sin retorno del propio autor en su última visita a Venezuela, después de creerse con el suficiente conocimiento de lo autóctono como para escribir la definitiva novela del tema llanero. Típico de la mentalidad arrogante del creador megalómano poseído por el demonio de sus antepasados imperiales. Imagínense si hubiese sucedido al contrario. Una total falta de respeto a la usanza de los westerns xenofóbicos.

Paradójicamente, él obtendría, años más tarde, el cacareado premio Nóbel por su carrera literaria.Frente a ello, “Historia de Un Encargo” de Gustavo Guerrero demuestra la auténtica dimensión humana del escritor gallego, al poner en tela de juicio su legado para reconfirmar así el valor de la crítica en los oscuros tiempos de hoy en día, cuando las doctrinas y las verdades absolutas retornan con fuerza.

“Historia de un Encargo” es un riguroso y demoledor testimonio de los dilemas éticos del artista en su relación con el poder. “Historia de un Encargo” es un grito de resistencia contra el trasfondo de la visión colonialista, paternalista y etnocéntrica del tercer mundo. Es, en pocas palabras, una repuesta a los demagogos del siglo XXI y a una larga historia de censura venezolana de cincuenta años, donde nadie quiso hablar del asunto con seriedad.

Es un marco de referencia para analizar la lamentable ley de retorno. Es un espejo de la soberbia populista y la clásica subestimación del viejo continente hacia América Latina. Pero al mismo tiempo, es una invitación a reconciliarnos pero sin dejar de reconocer primero nuestras abismales diferencias. Esperemos que, algún día, quienes fomentan iniciativas hegemonizadoras como la comunidad europea, el nafta y la globalización aprendan de esto.

Ya para concluir, cerramos con las sabias palabras del propio Guerrero: el affaire de La Catira es como un símbolo o metáfora de esta parte de nuestra memoria conjunta desde las dos orillas, ya que, de lo contrario, ni se entiende del todo ni nos deja entendernos a nosotros mismos, pues sigue formando parte de la historia que somos.Por ello, si algo habría que retener del fiasco de Cela, sin olvidar las responsabilidades del escritor gallego, es justamente lo que , en última instancia, el análisis pone al descubierto: la falacia comunitaria de la Hispanidad Franquista. Nadie puede pretender hoy remplazarla con otro metarrelato intercultural, pero ello no debe ser obstáculo para comprobar que su desaparición ha dejado un espacio en ruinas donde acaso ya esté tomando forma ante nuestros ojos-y generándose esta vez desde abajo-otro modelo relacional que aún no dice su nombre.Lejos de estar asegurado,pienso que su futuro dependerá en buena medida de nuestra capacidad para dejar atrás definitivamente el siglo XX e inaugurar un tiempo en que la lengua común no esté ya al servicio del poder sino del saber. Sólo así se podrá situar al fin la mutua exploración y reconocimiento de las diferencias por encima de la tópica exaltación de la unidad.

  

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