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Carta Urgente a Mario Benedetti

-Héctor Torres
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NOTA: La siguiente carta fue escrita luego de haber leído un documento en el que varios intelectuales uruguayos (entre ellos Mario Benedetti y Eduardo Galeano) firmaban un documento en respaldo al gobierno de Hugo Chávez. La necesidad de hacerle llegar al querido poeta una visión distinta a los rígidos dogmas de la izquierda latinoamericana y la necesidad de hacerle comprender el camino de violencia por el que está transitando el país, ante la incomprensión de la dimensión de la lucha de la sociedad venezolana, fueron el combustible para redactarla, y la razón de que esta columna se aleje en esta ocasión de su natural temática literaria. El caso así lo amerita.


Querido Mario Benedetti:

Hubiese querido escribirte, luego de tanto soñarlo, en una ocasión más agradable. Tantos momentos (desde “El sur también existe” de Serrat, hasta tu monólogo de marinero alemán en aquel clásico de Subiela; pasando por los poemas y canciones que te robamos para ablandar los corazones de las chicas), me hacen participar de una desigual y anónima amistad en donde tú has dado tanto, sin que yo pudiese retribuir en lo más mínimo tan descomunal deuda.

Pero me dispongo a escribirte movido por un pesar sólo comparable con la admiración que profeso por tu obra. El pesar de sentir que tu amor por la justicia puede llegar a ser injusto, puede llegar a ser inocentemente parcializado por ideas que no se compadecen con la compleja realidad de una nación entera.

No he merecido el privilegio de que exista algún motivo para que me conozcas. Soy un abnegado principiante de la cárcel de la escritura, y no me alcanzará la vida para que mi voz adquiera la dimensión de la tuya. Por eso, por lo mucho que puede resonar tu voz en el continente, me consternó tanto leer que suscribías un documento de artistas de tu país en el que señalaban que “Venezuela está siendo amenazada por quienes, en nombre de la democracia, desconocen la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, limpiamente expresada en las urnas”. Mi honestidad me obliga a ofrecer a los que suscriben dicho manifiesto, otra perspectiva en torno al nada sencillo panorama político venezolano.

Pretender ahondar metódicamente en el asunto sería poco pertinente. No tendría yo el espacio ni la autoridad, ni tú el tiempo para ello. Preferiría apuntar algunos aspectos, conocidos por los que lo padecemos a diario, sobre el actual gobierno de Venezuela.

Comienzo por advertir que no pertenezco a las clases privilegiadas de mi país. Mi residencia en una urbanización popular al oeste de Caracas da fe de esta afirmación. Al igual que el 90% de los ciudadanos que ofrecieron su respaldo (aunque no su voto) a la gestión que iniciaba el teniente coronel Hugo Chávez, en 1998, tuve muchos expectativas por el gobierno que este militar retirado iniciaba entonces, dada la esperanza despertada por la novedad, dado el espaldarazo de todos los sectores, dada la urgente necesidad de reformas que requería nuestro maltrecho país, dado que ya no podíamos esperar más y nuestra fe mostraba alarmantes señales de haberse jugado el resto.

Chávez tuvo todo a favor para hacer el mejor gobierno de nuestra historia contemporánea: un grupo de asesores proveniente de la Universidad Central de Venezuela, una imagen de alta “pegada” comunicacional, ausencia de pasado político... pero el camino que eligió (quizá elegido de antemano) se fue alejando progresiva y aceleradamente del camino por donde transitaban las esperanzas de la mayoría de sus conciudadanos, los que optaron por su propuesta y los que no.

No sería exagerado afirmar que en la hora actual, más del 75% de los venezolanos rechaza contundentemente al “Gobierno revolucionario de la República Bolivariana de Venezuela”, que lo único que ha revolucionado ha sido los nombres de la nueva élite política. La riqueza súbita de algunos diputados y gobernadores adeptos al régimen así lo demuestran. Hubiese bastado una reforma sensata que incluyera verdadero ataque a la corrupción, eficiencia en el desempeño y consenso en las decisiones para hacer un gobierno que mereciera el respaldo mayoritario a su gestión con miras a un nuevo período electoral. Pero el comandante es prisionero de sus alucinaciones históricas, pregonando que gobernará hasta el 2021, fecha en la que se conmemora doscientos años de la decisiva Batalla de Carabobo.

Para no extenderme, quisiera intentar desmontar dos mitos que el Chavismo ha vendido a la opinión pública internacional: 1) Lo relativo a los sucesos de abril, y 2) El secuestro de PDVSA por parte de la oposición.

En lo que respecta al golpe de abril, el mismo general en jefe Lucas Rincón, comandante general de la Fuerza Armada Nacional y hombre de confianza de Chávez, fue el que anunció ante las cámaras de televisión que la FAN solicitaba la renuncia del presidente “y éste aceptó”, según sus inolvidables palabras. Divergencias en el seno del sector castrense, y torpezas mayúsculas en las primeras decisiones del gabinete de transición, hicieron que los militares (y no el pueblo, como pretendió vender el Gobierno) devolvieran el poder a Chávez. De Rincón, nunca se supo más, a pesar de su protagonismo en los acontecimientos.

En cuanto a PDVSA, diversos pronunciamientos de la nómina mayor, de las primeras y segundas líneas de gerencia y de asambleas de trabajadores en todas las sedes del país, demuestran la sólida unidad del holding en torno al liderazgo corporativo, forjado a través del desempeño y no de nombramientos gubernamentales. PDVSA es del estado venezolano, es decir de la nación; no del gobierno de turno y mucho menos del partido de gobierno.

Cuando el capitán del supertanquero Pilín León, decidió fondear su embarcación frente a las costas del Lago de Maracaibo, encendiendo la mecha del conflicto y radicalizando la protesta de los trabajadores de la petrolera, ya la posición de los petroleros estaba fijada.

Cuando en su remitido ustedes aluden a “los señores del petróleo”, ¿se refieren a la gerencia mayor de la mundialmente prestigiosa PDVSA, uno de los pocos símbolos de eficiencia de los que los venezolanos nos podemos enorgullecer? ¿Qué pensarías si te digo que el líder de la protesta en nuestra petrolera, Juan Fernández, viene de extracción social humilde, que su solvencia económica es el resultado de una suma de esfuerzos, preparación y talento, a diferencia de las meteóricas riquezas de algunos personeros del actual régimen?

La petrolera estatal, una cerrada tecnocracia celosa de sus valores corporativos, ha visto pasar cinco juntas directivas en los cuatro años de gestión del actual gobierno; y ha soportado la inclusión en su nómina de más de doscientos militares afectos al presidente, los que han tenido la misión de politizarla en favor del partido de Gobierno. La colocación de Gustavo Pérez Issa (un verdadero comisario político), en la Gerencia de Control de Pérdidas de PDVSA, al que se le acusa de manejos paralelos y espionaje a los gerentes de la corporación, fue el germen de la situación actual, devenida en crisis mayúscula debido a la incapacidad del gobierno de canalizar una protesta inicialmente corporativa.

Conocidos intelectuales, escritores y académicos venezolanos, como Ernesto Mayz Vallenilla (fundador de la Universidad Simón Bolívar), José Agustín Catalá, José Ramón Medina (editor fundador de la Biblioteca Ayacucho), Rafael Cadenas, Pedro León Zapata, Guillermo Morón, Oscar Sambrano Urdaneta, Héctor Malavé Mata, Alexis Márquez Rodríguez, Lucila Velásquez, Ana Teresa Torres, Elías Pino Iturrieta, Luis Barrera Linares, Adriano González León, Oscar Marcano (ganador del premio Internacional Jorge Luis Borges), Oscar Lucien y Rodolfo Izaguirre, entre muchos otros más, suscribieron recientemente un documento en el que condenaron “el desenfreno de una violenta política represiva contra el pueblo, para lo cual se utilizan indistintamente la Guardia Nacional y otros componentes de las Fuerzas Armadas, y los grupos de choque descaradamente entrenados, armados y azuzados por funcionarios y organismos del Estado” entre otras denuncias, por lo cual solicitan la renuncia del Teniente Coronel Hugo Chávez por haber “demostrado inequívocamente su incapacidad y su inmadurez para el ejercicio de la más alta investidura del país, hasta el punto de hacer fracasar su propio proyecto político”. ¿Crees que esas personas que han dedicado su vida al pensamiento son unos traidores a la patria, unos oligarcas insensibles, unos enemigos del pueblo, como suele llamar Chávez a quienes lo adversan? ¿Será que tanta gente podría estar comprometida con la misma conspiración?

¿Sostendrías el carácter democrático de un mandatario que sólo tiene descalificaciones para los que disienten de sus políticas, o ejerzan su derecho a la crítica? La clase media es “una oligarquía cómoda y cobarde”; los sectores populares, cuando engrosan las marchas de la oposición, están “confundidos”; los voceros de la Iglesia, cuando hicieron llamados a disminuir la violencia verbal merecieron ser llamados “diablos con sotanas”, y a los opositores en general, les endilga epítetos como “delincuentes”, “golpistas”, “terroristas”. Y ni hablar de los medios de comunicación, los cuales han recibido distintos niveles de insultos y amenazas en 127 de 133 ediciones del programa presidencial dominical.

¿Tendrá espíritu plural un presidente que, sistemáticamente, alimente el odio de un sector de la población, cada vez más pequeño pero más radical, apelando al resentimiento social, como una perversa estrategia para permanecer en el poder y hostilizar a los sectores críticos de la sociedad? ¿Qué me dirías si escucharás a nuestro jefe de Estado arengando —como si de la Guerra Federal se tratara— “a defender la revolución con la vida si es necesario”?

La reacción acumulada y progresiva de diversos sectores de la sociedad, ante los desmanes verbales del jefe de Estado, el gasto dispendioso, el sectarismo, la corrupción, la mentira, la ineficiencia y el ataque injustificado, encontró en el régimen, por respuesta, allanamientos ilegales, llamados a los militares a desconocer órdenes del Poder Judicial y una represión desmedida a las concentraciones opositoras. La respuesta del pueblo, de todo pueblo, a la ceguera de los gobiernos será siempre la misma: más voluntad, más valor, menos miedo.

Recientemente, hace dos semanas, unos mil quinientos adeptos al régimen, agrupados en lotes de 300 y dirigidos por diputados oficialistas, rodearon las cinco televisoras privadas de Caracas, para hostilizarlas con grafittis y amenazas a la seguridad de sus instalaciones. Esa misma noche, a esa misma hora, otros grupos causaron destrozos en dos televisoras regionales, azuzados por una emisora “bolivariana” clandestina. El gobierno señaló, en voz de su ministro de Interior y Justicia, el teniente Diosdado Cabello, que esa era una justificada reacción del pueblo ante la violencia de los medios (mil quinientas personas, llevadas en autobuses, son el “pueblo”, para el Gobierno; mientras que una concentración de 750.000 personas no amerita comentarios por parte de la televisora estatal).

Sin duda existe una enorme deuda con los sectores económicamente más deprimidos de la sociedad; y esa deuda lo es económica, social y cultural. Pero este Gobierno ha invertido cuatro años en hacer proselitismo permanente, dejando de lado los temas prioritarios. Cautivo de su entorno paranoico, no ha hecho más que ver conspiraciones en cualquier gesto de descontento. Su íntimo temor a un golpe —¿remordimientos? ¿inmadurez política? ¿falta de visión?— lo ha allanado entregando armas a los adeptos más radicales, constituyendo células parapoliciales de choque. Es comprensible, el entorno inmediato del poder está conformado por tenientes y capitanes que se estrenan en la vida pública, luego de varios años en cuarteles. Es decir, que los asuntos políticos corrientes y sus vicisitudes características los aborda desde una perspectiva militar: precisar al enemigo, atacarlo, aniquilarlo y vencer. Ustedes saben cómo actúan los “milicos”.

Lo afirma un ciudadano que nunca ha tenido militancia político-partidista: el gobierno perdió la calle. En la última concentración masiva que convocó (al día siguiente de la masacre de la plaza Altamira, cuando el país no se reponía de la consternación que le produjo un suceso inédito en nuestra manera de hacer política), requirió de cientos de autobuses venidos de todas partes de Venezuela para llenar cuatro cuadras. Ese día, en medio del duelo del resto del país, el oficialismo instaló una fiesta frente al Palacio de Miraflores (sede del Gobierno).

En esto quiero ser insistente: con marchas y llamados a elecciones no se perpetran golpes; ni los miles de ciudadanos que a ellas asisten son golpistas. Los golpes se perpetran con fusiles y tanques, como los que usó el teniente coronel en aquel intento del 4 de febrero de 1992, que acabó con la vida de varios soldados.

¿Te habrás preguntado por qué Chávez, que se jacta de haber ganado cuatro elecciones consecutivas, se niega a contarse nuevamente, tal como lo solicitó, siguiendo las reglas del juego, un porcentaje legítimo del electorado? ¿Será porque no quiere enfrentarse a una derrota cuya estadística maneja de antemano? ¿Será porque quiere forzar, cuando la presión sobre las elecciones sea incontenible y anuncie un baño de sangre, una intervención extraconstitucional para presentarse al mundo como un líder legítimo despojado de su mandato popular? ¿Tienes idea de las enormes filas de jóvenes votantes que acudieron al llamado a inscribirse en el Registro Electoral Permanente, deseosos de que su opinión, ante el extremo nivel de pugnacidad que vive el país, cuente y pueda evitar un fraticidio? ¿Cuántos muertos valdrá la sensibilidad de la opinión pública mundial? ¿Sabes cuanta gente, de todos los estratos sociales y tendencias políticas, ora cada noche antes de dormir, pidiendo que en Venezuela no se desate una guerra civil, que Chávez incita inmoralmente? El venezolano sin voz, quiere hablar mediante el único recurso que tiene: su voto.

En fin, Benedetti, que hubiera querido hablar contigo de cualquier otro tema que no fuese éste tan espinoso y tan árido, pero te admiro tanto que no quiero que apoyes causas inmerecidas, al menos no por desconocimiento.

Para concluir, debo admitir que me había negado a escribir una sola línea sobre la situación del país, porque siempre sentí la discusión política como un veneno para el alma, pero gracias a ti, abordé el tema para poder sentirme en paz. En paz con mi sentido de justicia, en paz con mi sentido de nación. Gracias, poeta, por devolverme el interés por mi realidad inmediata. Gracias por darme una razón de peso para pensar en esa dulce palabra: patria. Gracias, poeta Benedetti.

Héctor Torres
Narrador venezolano.
Editor de la revista Ficción Breve Venezolana


   

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