Memento

Dir: Chistopher Nolan. 2000.

La perdida de la memoria es un tópico recurrente en el cine negro de la posmodernidad. Virilio advierte que el objetivo de la sobreinformación es anular el pasado para imponer el eterno retorno del presente. Los intelectuales criollos hacen permanente alusión a la mala memoria del pueblo Venezolano. Los semiólogos latinoamericanos entienden el fenómeno como una operación de lavado de cerebro a escala global.

Virilio compara al ciudadano mediatico de nuestra era con el autista de siempre: "el desarrollo de altas velocidades técnicas dará por resultado la desaparición de la conciencia en cuanto percepción directa de los fenómenos que nos informan sobre nuestra propia existencia".

Baudrillard: "Hoy en día la promiscuidad universal de las imágenes acentúa nuestro exilio y nos encierra en nuestra indiferencia … así como la especulación financiera arruina el principio de la economía, así la especulación mediática arruina el principio de lo político y de la historia".

David Lynch reflexiona en torno a los mecanismos de la conciencia en su Lost Higway, confrontándonos con el prototipo humano contemporáneo, el esquizofrénico. El protagonista de la historia destruye lo que ama, pero no recuerda haberlo hecho de manera voluntaria. Su otro yo comete el crimen. Viajando sin destino en una carretera, reconstruye los hechos a su alucinada manera. Cree escapar de la cárcel donde cumple la condena por homicidio, cambiando de identidad. Imagina reconquistar a su amada. Al final, la fantasía se desvanece, el personaje recobra su verdadera identidad, y acaba solo y atormentado en la misma autopista perdida del comienzo. Es la fábula de la condición existencial posmoderna.

Chistopher Nolan escribe un nueva versión de esta alegoría, bajo el nombre de Memento. La gran diferencia estriba en que su puesta en escena es hiperreal y urbana, mientras la de Lynch era bizarra y onírica. La memoria es, igualmente, la protagonista. Aquí el drama es diáfano, mientras en Lost Higway era complemente abstracto. La película preconiza textualmente sus postulados, aunque eso no la desmerece en lo más mínimo. Sin aclaratorias dialogadas habría superado a su antecesora, erigiéndose en una de las películas más impenetrables de la historia. Hacia su desenlace, el personaje principal recita unas líneas sobre el sentido de la existencia, que habrían estado bien para un artículo de Nuevas Firmas, pero no para subrayar lo que el discurso visual del film ya había sentenciado. En todo caso, es un documento suficientemente interesante como para traer a colación el chorizo de citas con que encabezamos esta nota.

   
   

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Universal

El policía, salvo en contadas ocasiones, es un personaje unidimensional; un estereotipo con todas las de la ley. No estoy seguro pero creo que las frases más manidas de la historia del cine, fueron proclamadas por los tombos largometrados. A continuación el ranking :

1) Deténgase o disparo
2) Ponga las manos donde pueda verlas
3) Tiene derecho a guardar silencio… todo lo que diga puede ser usado en su contra
4) Tengo ganas de retirarme
5) Se me salió el tiro
6) Lo mate en defensa propia
7) El crimen no paga

Y la lista pica y se extiende. Otro aspecto que evidencia el estancamiento del personaje es su vestuario. Siempre el mismo uniforme, la misma chapita, y si es detective, peor: la gabardina pa aquí ,el purito pa allá, el sombrerito de lado, el tumbao que tienen los guapos al caminar, en fin. Sin embargo, la moda contemporánea es heredera de la informalidad del dúo dinámico interracial conformado por Mel Gibson y Dany Glover; descendientes directos de la pareja protagónica de Miami Vice o Cómo Aprendí a Combatir el Crimen Sin Perder el Glamour.

Acá la cosa es un poco diferente. Los tombos cargan chaquetas de cuero, son amargados, y tienen acné. No hablan mucho, y cuando lo hacen es para pregonar amenazas ininteligibles. Sin duda, es un personaje mal tratado. Agradecemos que Fernando Venturini se haya tomado la molestia de humanizarlo en Tres Noches.

Eticamente se debaten entre el bien y el mal. No hay medias tintas en el proceder de un moviecop. No obstante, existen films que han logrado situar al personaje en el limbo que separa el cielo del infierno. Son los menos, pero hay. El Mal Teniente de Abel Ferrara encabeza la lista. Su progresivo deterioro vital es narrado con la meticulosidad, la paciencia, la transparencia, el respeto y el amor por la condición humana que profesa un sociólogo. Ferrara no juzga a su policía que se va de putas, matraquea, extorsiona, huele perico y llora sus frustraciones. Simplemente documenta su desgracia para testimoniar la miseria del mundo, materializando la premisa de Bergson: No lamentar, no reír, no odiar, sino comprender.

Al contrario, la mayoría de las películas del género fungen de propaganda institucional de los aparatos represivos del estado, ritualizando la coerción policial y sacralizando la intolerancia. Durante años, los tiro locos largometrados han disparado y averiguado después contra los representantes de las minorías sociales. Pachucos, cholos, chundos, afros, white trash, indios, portorros y musulmanes, son las dianas vivientes que absorben el plomo de los maniacops del cine .

Resaltemos que entre criminales y agentes del orden no se libra únicamente la batalla por el monopolio del crimen organizado, sino la guerra por la dominación ideológica del sistema. Los detectives acuden a la lógica deductiva para capturar a quienes glorifican la violencia. Unos santifican la razón; otros, el ello. Los primeros son el alter ego del género, los segundos representan sus fobias. El policiaco es el cine del recato de los instintos y la celebración de la inteligencia. Cerebro y cuerpo en pugna. El primero resulta vencedor por nockout, en las películas, claro está. En la vida real los sabios de la historia proclamaron otro veredicto: empate. Aunque muy pocos cineastas se enteraron, existen algunos autores que han hecho maravillas a partir del descubrimiento. David Fincher es el caso más reciente.

Su obra maestra, Seven, aniquila los principios del cine policiaco. De hecho, por primera vez en el género, los sueños de la razón devienen monstruos. Los Sherlock Holmes creen atrapar al asesino en serie, pero es él quien se deja capturar, para envolverlos en su experimento. El criminal es más ingenioso que los detectives, y termina siendo su maestro; pero no les enseña moral y luces, sino la ética indolora de los tiempos modernos. Sereno y seguro les alecciona : en momentos críticos la inteligencia es incapaz de dominar a los impulsos. Y, en efecto, el protagonista mata por venganza al asesino. De nuevo, la razón es puesta en su sitio, al lado de la máscara de intenso.

Como estoy en una honda atávica, concluiré el artículo recuperando un poema que cita Monsivais en Aires de familia.

En la más sincopada de las rumbas, préndeme tu vacuna, ¡oh mariguana!, para universalizar el incidente.
José Juan Tablada – 1918.

   


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Iglesias

El cine independiente norteamericano es el espejo invertido del cine comercial made in USA. Ambos reafirman su aparente autonomía, pero coinciden en el propósito de rechazarse. El maniqueísmo es ley; el moralismo, norma. Donde uno glorifica la velocidad, el otro encomia el laconismo; si uno celebra la violencia, el otro la objeta. En Hollywod filman finales felices; en los márgenes de la industria, desenlaces trágicos o abiertos. Salvo algunos casos, todos narran epopeyas antroprocentricas y etnocentricas.

Simultáneamente ilustran el mismo cuento pero de diferente forma. Entre Traffic y Requiem For a Dream las divergencias son de estilo. Steven Sodenberg registra documentalmente la elegía sobre mundo de la droga que Aronosfky filma con la prolijidad de un videoasta de la generación MTV. Al parecer de ambos directores, los estupefacientes son el enemigo a combatir en la guerra por la purificación espiritual del american dream. A pesar de sus películas, los chicos no paran de rolar.

La manía por aleccionar se ha popularizado en la cinematografía norteamericana. De repente, todos se han adjudicado el papel de curas, dirigiendo sermones largometrados a diestra y siniestra. Si no te agarra un alegato contra la pena de muerte, te coge una apología al intervencionismo bélico. Y encima, uno te tiene que pagar por entrar a las iglesias donde se proyectan estas monsergas audiovisuales, cuando deberían recompensarnos por verlas, y regalarnos las cotufostias.

Ahora con lo del 11 septiembre, la manía se agudizará. Lo que viene ahora no es nada comparado con lo que hemos visto. Al lado de la nueva ola reaccionaria que está ahogando a la esfera audiovisual norteamericana, el marcatismo y el cine de Reagan representaran dos cuentos bucólicos en la historia de la cultura anglosajona.

Rambo regresa, y viene arrechísimo, cargándose a cuanto musulmán se le atreviese por delante; la familia va estar más unida que unos siameses; los diálogos serán declaraciones de principios y los monólogos fungirán de arengas políticas. Los niños representaran el caos, la muerte y el descontrol; cuando no, la esperanza blanca del pueblo americano. Lassie resucitará en el cuerpo de miles perros. No habrá animal ocioso, si la meta es reconstruir entre todos el paraíso devastado. La mujer quedará relegada al rol de madre, o de simple comparsa del héroe. Habrán mamas de todo tipo: abnegadas, coléricas, luchadoras. Físicamente seguirán moldeadas al gusto del pigmalion occidental. Ninguna podrá ser filmada sino lleva su velo de silicón. Los jóvenes consumaran el amor puritano, no la revolución malsana. Los villanos ya sabemos quienes serán. Los monstruos renacerán de sus escombros para personificar al otro. Nosotros atestaremos las iglesias.



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