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No todos morimos igual; unos lo hacen de hambre.

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Nos encontramos ante otro episodio de l’infame que gangrena este país, este pedazo de tierra caliente subyugado a la podredumbre. Esta vez referido a otro caso muy concreto, a una creencia popular anidada desde hace siglos en la conciencia de la masa: la muerte igualadora.

En algún momento de mi formación me enseñaron el mito (porque a pesar de lo que crean esos acérrimos defensores de la Edad Media, sigue siendo una quimera) de la muerte igualadora. Dicho tópico literario, de amplia influencia en la sociedad del medievo, consiste en la concepción de la muerte como un igualador en lo que a clases sociales se refiere. Discrepo de esta sandez, aunque no culpo a los pobres ingenuos de la época de creer en semblante refugio. Imputo pues a los contemporáneos, de todo tipo, de seguir creyendo en las ideas de la Edad Medieval.

Pallida Mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turris (la pálida muerte golpea con pie imparcial en las casas de los pobres y en la de los monarcas) decía Horacio, y no le faltaba razón. El óbito nos sacude a todos, sin discriminación. También todo ser humano precisa dormir y todos lo hacemos, unos en la calle y otros en palacios. ¿Dónde está la igualdad? Por mucho que sea mi afán no la logro ver.

La muerte no iguala a nadie. Todos morimos: jerarcas y empleados, inocentes y culpables, proletarios y burgueses, llámenles como quieran. Por supuesto, todos perecemos tras cierto tiempo de permanecer en este mundo. Eso es un hecho, pero eso no nos empareja en ningún caso.

El empresario y el empleado, el inocente y el culpable, el proletario y el burgués; nunca mueren de la misma forma. Si alguien encuentra un solo ejemplo que niegue este hecho agradecería que se pusiese en contacto conmigo, me interesa.

Resulta hermoso estudiar letras y descubrir conceptos tan afables al ánimo como este; es hermoso pero idealizado, incierto, carcomido. No debemos aceptar sin más aquellas premisas de otros tiempos (ni de hoy en día), sino procesarlas y discutir si su atractivo estético, conceptual u formal se corresponde con su elemento fructífero.

Bertolt Brecht nos legó un consejo que incita a la reflexión de lo mencionado anteriormente: «Sobre todo examinen lo habitual. No acepten sin discusión las costumbres heredadas. Ante los hechos cotidianos, por favor, no digan: ‘Es natural’. En una época de confusión organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada… Nunca digan: ‘Es natural’, para que todo pueda ser cambiado.»

Debemos aceptar la vigente desigualdad humana, no solo en la muerte sino en todos sus ámbitos; tanto aquellos que desean combatirla como aquellos que desean perpetuarla. Debemos ver la realidad tal y cómo es y no caer en actitud quijotesca y adaptarla a nuestro interés. Debemos formarnos una visión de conjunto y reducir nuestra acción a aquello que queremos defender porque creemos obvio. De ningún modo debemos dejar que una afirmación como la de José Narosky: “Cuando leo que se asesinó a un hombre quisiera ser analfabeto” nos influya a dejar de luchar por aquello que creemos justo.

Mi último deseo es incidir en el hecho de que aunque la muerte fuera igualadora ¿de qué nos serviría la igualdad una vez muertos?

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