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Economía versus ética

GNB-saqueoEl DakaGate parece haber despertado una serie de inquietudes en la blogósfera venezolana, específicamente, ¿quiénes son las personas que se aprovecharon de la última arremetida madurista? ¿Debemos responsabilizarlos de algo? ¿Son simplemente personas aprovechando una oportunidad, gente castigada económicamente, sin otra alternativa? ¿Y qué hay de los opositores? ¿Deberían aprovecharse de la coyuntura, o mostrar su desacuerdo con el boicot de la barbarie?

En mi opinión, algunos blogueros y opinadores parecen confundir dos cosas: el nivel macroeconómico y sociológico, con el nivel micrológico, personal y ético.

El exacerbado énfasis en el análisis económico ha llevado a muchos a disculpar a los particulares, ya que la mano invisible del mercado es infalible: si usted crea desequilibrios y oportunidades para comprar billetes de cien a precio de cinco, siempre aparecerán personas que se aprovechen.

Esto es cierto, y es la razón por la cual la guerra contra las drogas jamás funcionará: si usted obtiene un beneficio inmenso al tomar esta planta, atravesar una línea imaginaria, y venderla, siempre habrá gente dispuesta a hacerlo.

Sin embargo, este determinismo económico es peligroso.

No se puede justificar una acción de atropello, irrespeto y hasta vandalismo, con la excusa de que “es la economía, estúpido”. Porque las decisiones humanas son individuales, personales y éticas, no grupales y societales.

Esta lógica de “Eichmann en Jerusalén”, pretende explicarnos que la cuerda de salvajes que saquearon el Daka de Valencia no tienen la culpa de nada. La culpa, de haberla, viene de arriba: es el gobierno, y sus políticas económicas, el responsable de corromper a esta gente tan íntegra. Sin madurología, jamás hubiesen zamureado una televisión pantalla plana. Sin Cadivi, jamás hubiesen raspado un cupo. Esta gente no se roba ni un lápiz: es el gobierno quien los ha vuelto aves de rapiña.

Nada más alejado de la verdad.

Obviamente, el estado siempre exacerba a la escoria humana, intenta reducir a la gente a oprimidos mendicantes y a trocar la genuflexión contra treinta monedas.

Pero entre la gente y los ciudadanos hay un salto semántico que el aguzado crítico económico pretende dejar de lado, como si las personas no pudiesen escoger Dakaizarse, robar o saquear. Como si los policías y Guardias Nacionales llenando camionetas con electrodomésticos fueran simple “briznas en los vientos históricos”, gente desprovista de ética y de valores.

Mirco Ferri tiene razón al decir que no se siente identificado con esta “gente”. Que no los puede ver como ciudadanos, que no entran en su concepción de ciudad o país. Yo tampoco. No los entiendo, no puedo hacerlo.

Está claro que los venezolanos no son un pueblo de preclaros capaces de emular el “Ensayo sobre la lucidez” de Saramago (de hecho, ningún pueblo lo es). Pero lo que me sorprende es lo contrario: descubrir, en cada día, en cada acción, en cada justificación, en cada “¡aprovechemos!”, lo mucho que distan nuestros valores, nuestra ética. Que cuando crees que has tocado fondo porque lanzan insultos xenofóbicos en una manifestación, vayan más allá y muelan a patadas a unos periodistas. Que cuando pienses que éste es el nuevo mínimo, le tiendan una trampa y le rompan la cara a los diputados de oposición. Que cuando creas que los ciudadanos van a rechazar la violencia, la abracen. Que no sólo veas gente saqueando en Valencia, sino riéndose.

En fin, que no te reconozcas venezolano. Que entiendas que esta salvajada, llámenla como quieran llamarle y justifíquenla como quieran, está en las antípodas de tu concepción del mundo y la vida.

Esa constatación es lo que más le duele a los pocos ciudadanos que quedan en el país.

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