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Venezuela: una visión del futuro

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Según la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein, el tiempo y el espacio son relativos; es decir, no son constantes, pueden desdoblarse dependiendo, en principio, de la velocidad a la que se mueva un objeto, específicamente a velocidades cercanas a la de la luz. Este efecto se conoce como Contracción de Lorentz.

Ambos enunciados han sido fuente de innumerables relatos del género ciencia-ficción en los que los viajes a través del tiempo se convierten en elementos esenciales de la trama; aunque, hay que decirlo, diez años antes de que el físico alemán enunciara la Teoría Especial de la Relatividad y su consabida fórmula E=mc2, H.G. Wells publicaba su famosísima novela La Máquina del Tiempo. Especial mención merece también, al hablar de viajes a través del tiempo, la Teoría del Caos, y el Efecto Mariposa, tema neural del relato El Ruido de Un Trueno de Ray Bradbury.

Tomando como base la Teoría Especial de la Relatividad, si un cuerpo viaja a velocidades cercanas a la velocidad de la luz, el tiempo propio del viajero diferirá del de un observador estacionario, al punto que unos cuantos minutos para aquél significarán un puñado de décadas para éste (véase: paradoja de los gemelos, también enunciada por Albert Einstein).

La paradoja de los gemelos es tan sólo una de las tantas que arroja el tema de los viajes temporales. Otra muy conocida es la paradoja del abuelo que, palabras más, palabras menos, se presenta de la siguiente manera: una persona viaja en el tiempo hacia el pasado y mata a su propio abuelo antes de que éste logre procrear al padre de aquél. Este argumento ha servido de base a historias como Volver al Futuro, en la que el joven Marty McFly casi anula su propia existencia. Diversas hipótesis han surgido para resolver esta paradoja, siendo la que mejor resuelve el asunto la que declara físicamente imposible un viaje temporal hacia el pasado.

Teóricamente entonces, desde esta perspectiva es físicamente posible “viajar” al futuro; aunque la comunidad científica y la especie humana en general estén contestes en que no contamos en la actualidad con la tecnología para hacerlo. En realidad, actualmente –de hecho desde siempre- viajamos al futuro, pero lo hacemos al poco interesante ritmo de un segundo a la vez. A efectos de estas líneas, y como lo ha sido en las obras de ciencia ficción, demos por sentado que la idea de viaje temporal hacia el futuro se entiende como saltos significativamente más largos.

Otra famosa paradoja sobre los viajes temporales plantea el regreso a un pasado en el que la máquina del tiempo no existe. Es la típica pregunta de por qué no hemos visto aún viajeros del tiempo provenientes del futuro. La solución más plausible es que, sin negar completamente la posibilidad de viajar al pasado, establece que resulta imposible viajar a un tiempo anterior a la existencia misma de la máquina.  Esta solución, sin embargo, no resuelve la paradoja del abuelo para un tiempo posterior a la eventual aunque remota creación de una máquina del tiempo.

Dejemos de lado por un momento el tema del viaje a través del tiempo desde el punto de vista de la relatividad especial y centrémonos ahora en la ciencia-ficción; específicamente en un subgénero de ella; la rama post-apocalíptica de la ciencia-ficción: la distopia. Los relatos distópicos se caracterizan por representar un mundo caótico, generalmente emplazados en algún lugar de un futuro relativamente cercano, sea décadas o siglos, en muchos casos indeterminado. Las causas de esos mundos caóticos pueden variar dentro de un espectro bastante amplio, desde una revolución armada por parte de los robots, a lo The Matrix; guerras mundiales; hasta el establecimiento de Estados altamente opresivos e invasivos en los que el individuo carece de privacidad y autonomía. Ejemplos notables de historias distópicas lo constituyen obras como 1984, de George Orwell; Farenheit 451 del antes mencionado Ray Bradbury; y la película Metropolis de Fritz Lang; y la ya nombrada La Máquina del Tiempo de H.G. Wells; sólo por nombrar algunas.

En lo personal he escrito dos cuentos distópicos. En el primero de ellos (Distopia 2023), una guerra atómica desencadena en una extrema escasez de recursos que conlleva a un estado de guerra civil permanente. En el segundo (Límite: Mil Millones), la sociedad evita la escasez de recursos mediante el establecimiento de un límite poblacional por parte del Estado, que conlleva a la postre a la regulación de la reproducción. Quizás soy en extremo pesimista, pero la distopia es para mí el futuro indefectible, tanto que la expresión “futuro distópico” me parece redundante.

Pero ¿qué relación tiene todo esto con Venezuela? Luego de dos páginas y fracción la pregunta resulta a la vez pertinente y necia. Venezuela vive, en la actualidad, una realidad netamente distópica: un Estado orwelliano busca controlarlo todo –y lo logra-, desde los medios de producción, pasando por la formación, hasta los medios de comunicación. Para lograrlo se vale de cuanto medio esté a su alcance, desde el Derecho a través de absurdos mecanismos legales y un poder judicial desfachatadamente fiel a sus caprichos, hasta violentos medios represivos. El Estado deja de ser Estado para convertirse en una religión, acaso la más segregacionista y extremista de todas; las plazas y demás espacios públicos pasan a ser sus templos. Al igual que en la novela de Orwell, se establecen claramente tres estatus políticos: el “inner party”, al que pertenecen la exclusiva casta de funcionarios de alto gobierno; el “outer party” formado por los demás miembros del partido y seguidores en general, sin ningún tipo de poder político importante; y la “prole”, parias excomulgados de la sociedad. A la cabeza de todo está el “Big Brother”, cuyos antojos logran incluso cambiar la historia.

A lo anterior se suma el estado caótico en el que vive Venezuela desde el punto de vista social, en el que el número de muertes violentas en un fin de semana promedio alcanza cifras de tres dígitos. Es una guerra civil no declarada en la que los delincuentes circulan libremente por las calles mientras que los ciudadanos viven literalmente en prisiones, encerrados entre muros y cercados eléctricos autoimpuestos.

Por último, aparece otro elemento recurrente de la ciencia-ficción distópica: la escasez de recursos. Todavía nos encontramos padeciendo los estragos de una emergencia eléctrica; los racionamientos de agua y su mala calidad dejaron de ser la excepción para convertirse desde hace algún tiempo en la regla, al menos en algunas regiones. Algunos rubros de comida desaparecen de los anaqueles por períodos que alcanzan semanas o se pudre en contenedores –controlados por el Estado-. El hacinamiento se incrementa, las infraestructuras se deterioran, las vías de comunicación van destruyéndose progresivamente, y un larguísimo etcétera…

La Teoría Especial de la Relatividad nos enseña que un cuerpo puede “viajar” al futuro si alcanza velocidades cercanas a la de la luz, aunque no se cuente actualmente con la tecnología requerida para ello. Pero para ir al distópico futuro no hace falta construir ninguna máquina,  pues es posible ya en la actualidad. Tan sólo cuesta tomar un avión en cualquier parte del mundo y aterrizar en Maiquetía.

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