panfletonegro

La Princesa y el Sapo: el racismo y la hipocresía

Ante todo, “La Princesa y el Sapo” debería titularse “New Orleáns antes de Katrina”, tal como la película de Coco Channel, donde el lado oscuro de la modista es, guste o no, censurado, omitido, atemperado o simplemente desechado de la versión oficial, en un acto de negacionismo histórico y corrección política. La ley mordaza ataca al cine en pleno tercer milenio.

Para mí, es el equivalente de hacer una biografía sobre los años mozos de Benito Mussollini, al calor de su familia, y sin reparar en su vida como dictador. El film reprochable e irresponsable se podría llamar “La Infancia de Benito”, y sería perfecto para encargárselo a John Lassetter, nuevo midas intocable de la técnica “3D”, personaje inviolable del especto mediático y promotor de la idea de levantar el proyecto de “La Princesa y El Sapo”, en aras de compensar moralmente no sólo a las víctimas del huracán del Sur, sino sobre todo a los mártires del racismo neonazi de la Disney, cuyo fanatismo empresarial la condujo a discriminar a la minoría afroamericana desde su fundación a principios del siglo XX, cuando lo negro era visto de lejitos y con reservas. Un tabú para la meca y para la fábrica de ilusiones de “Blanca Nieves y los Siete Enanos”. Por cierto, su deriva hacia el antropomorfismo del reino animal, fue también una manera de evadir el tema con no poca elegancia. Corrían los tiempos malignos del código Hays. Y luego vino la cacería de brujas y colirin colorado, el viejo Walt cantó como una rana de estanque podrido. Es otro bello antecedente de “La Princesa y el Sapo”, nombre apropiado para resumir la dualidad esquizofrénica del conglomerado al inicio de la guerra fría.

Desde entonces, ninguna cinta del estudio se había atrevido a concentrar su interés en el desarrollo de un argumento protagonizado por una figura “de color”, a pesar de las protestas y de las reacciones de la comunidad agraviada y segregada.

Hasta el siglo XXI, la compañía apenas quiso dar un vuelco de 180 grados a su cerrada cultura corporativa y a su imagen de Ku Kux Klan, al abrirse a las leyendas originarias de los aborígenes americanos, de las tradiciones asiáticas, de las historias del medio oriente y de las venas abiertas de América Latina, por puras razones comerciales, por meros compromisos de expansión y conquista imperial de mercados difíciles, al borde del cautiverio.

Así ocurrió con “Alladin”, con “El Rey León”(África), con Mullan(China), con “Las Aventuras del Emperador” y con “Pocahontas”, siempre bajo el chantaje del “melting pot”,la bandera del estereotipo y la excusa populista de la inclusión global de grandes y chicos alrededor del mundo, más allá de fronteras sociales y nacionales. Mejor cuéntame una de vaqueros, pero en stop motion. En dos platos, es la coartada ideal ofrecida como Caballo de Troya, para encubrir la insaciable sed de lucro del Ratón Mickey, quien primero piensa en dinero y después en lo demás. Si funciona en taquilla, adelante. De lo contrario, olvídalo.

Por ello, el estreno de “La Princesa y El Sapo” no debe pasar desapercibo, de cara al extraño contexto de su creación, ocultamientoy definitiva explotación. Ojo, mucho cuidado. El gran error estriba en tomarse su lanzamiento a escala planetaria, con ligereza, complacencia y ternura, cual juego de niños. Tampoco se trata de demonizarlo en una inquisición semiótica de la talla de Ariel Dorfman en “Para Leer el Pato Donald”. Pero el tamaño y la dimensión del ardid publicitario de la obra, obligan a encender las alarmas, a llamar la atención y a ser precavidos, para no caer por inocentes, como un chiguire bipolar.

En principio, la película surge en medio de un clima enrarecido para la compañía. Es el año 2006 y la última producción del estudio en 2D acaba de sufrir el embate de la decepción colectiva, al recaudar menos del monto invertido en ella. El desastre se denomina “Vacas Vaqueras” y se une a una seguidilla de bancarrotas de la Disney encabezadas por “Brother Bear” y “Chiken Little”.

La inestabilidad financiera del emporio trae de regreso al fantasma de la crisis al seno de la empresa, cuando ya se creía superado y conjurado a partir del éxito de “La Sirenita”. Pero la época de bonanza de los noventa tendía a apartarse cada vez más del destino de la Disney, cuyo futuro comenzaba a evocar, irremediablemente, el pasado de la depresión y la segunda guerra mundial. Allí el Tío Walt se vio en la obligación de trabajar al servicio del Pentágono y el Departamento de Estado, para salvar a la joya de su corona. De aquella fecha datan los cortos de aliento militar: “El Reclutamiento de Donald”, “Educación para la Muerte” y “Donald in Nutziland”, micros de propaganda silenciados y ocultados por los archivos de la empresa durante décadas. Al cabo de los años, los desclasificarían en un DVD lleno de explicaciones y justificaciones, titulado “Disney on Frontlines”.

Por ende, existían motivos de sobra para sentir la inseguridad dentro y fuera de la casa de Goffy. De paso, la presencia de Bush en la oficina oval parecía augurar el inminente retroceso a la era de la contemporización y la dependencia con los magnates del Petróleo Republicano.

¿Quién ayudaría a salir a Mickey del foso, del despeñadero? ¿Dick Chenney con Hallyburton o Donald Rumsfeld con el dream team de Lockheed Martin? Por fortuna, el respiro de los accionistas llegó de una forma más pacífica, pero no menos traumática, al fusionarse con “La Pixar” bajo un contrato desfavorable para el poder de Mickey, en teoría, porque los piratas de Sillycon Valley asumirían las riendas creativas del caballo de Troya.

Steve Jobs de la Apple se convierte en uno de los principales dueños de la empresa, y John Lasseter en el capitán intelectual del equipo. Por algo, una de sus primeras decisiones es retomar la división de películas animadas en 2D, quizás para marcar territorio y subrayar la diferencia abismal entre Pixar y Disney.

“Nosotros en Pixar seguiremos haciendo las películas por computadora, y ustedes en Disney se quedaran en lo suyo, en su nota nostálgica. Nosotros somos el futuro. Ustedes el pasado”, sugería Lasseter con su movida estratégica.

No en balde, de inmediato pone en marcha la máquina de la segunda dimensión, para producir un proyecto con el sello estético de la Disney pero con el “ánimo rompedor” de la Pixar. Sería la primera película del estudio dedicada a un personaje afroamericano, en homenaje al castigado pueblo de Nueva Orleáns.

Lasseter, maestro de las relaciones públicas, introduce la idea de la película como un golpe maestro de marketing, concebido para reclamar audiencia, sentar precedente, inaugurar su gestión y calmar la ansiedad de los insensibles financistas de Wall Strett, más preocupados por el alza de sus bonos basura. En realidad, el color de la próxima de Disney les importa un bledo,con tal de llevarse el gato al agua. Lasseter buscaría complacerlos y con creces. Después de todo, es el hippie más yuppie de la historia,sabe de negocios y sabe congeniar el arte con el vil metal. Para él, la libertad es cuestión de método. Su rebeldía vende , imprime billetes y logra tranzar con los demonios faústicos de la industria. Ahora es un abogado del diablo.

Fruto de su pacto con Sátanas, es la película “La Princesa y el Sapo”, modificada y transformada a la medida de las expectativas del gran público y de las críticas de los sectores aludidos.

Verbigracia, aquí les dejo las controversias y los chismes, según el portal Wikipedia: Hubo controversia cuando se reveló el nombre de la heroína de la película, quien es de herencia afro-americana, sería Maddy; normalmente una forma corta del nombre francésMadeleine. Algunas personas percibieron que el nombre del personaje era un estereotipo de una esclava ya que el personaje era una sirvienta de clase baja al servicio de un adinerado hombre de raza blanca. Se presentaron quejas de personas que consideraban esta situación racista.

El 20 de abril de 2007 la cadena de televisión E! reportó que el título de la película podría cambiar de The Frog Princess (La princesa rana) a The Princess and the Frog (La Princesa y la Rana), y que el personaje principal, Maddy, también sufriría un cambio de nombre. El 4 de mayo de 2007, el periódico USA Today publicó un artículo en el cuál hacían referencia a la película con su nuevo título, y se referían al personaje principal con el nombre de «Tiana» en lugar de Maddy.

El 8 de mayo de 2007, la cadena de televisión BET y algunos sitios en Internet reportaron que Heidi Trotta, vocera de Disney, confirmó los nuevos nombres. Anunció que la Princesa Tiana sería una heroína en la tradición de las princesas de Disney y que los otros aspectos y personajes de la historia serían tratados con gran respeto y sensibilidad.

Posteriormente, el frenesí por la película cesó, la empresa intentó salirle al paso a cada comentario negativo en una cadena de desatinos, y muchos empezaron a sospechar la cancelación del proyecto o su estreno directo al video.

Sin embargo, la inesperada victoria de Obama disipó la ola de la polémica y la incertidumbre, al propinarle una definitiva inyección de sangre fresca a la recta final de “La Princesa y el Sapo”.

La prensa, dispuesta a comprar el bulo para contrarrestar su fuga de capitales, ayudó a consagrar el fenómeno con letras de molde al calificarlo y bautizarlo como la bienvenida de la Disney a la gestión demócrata del primer presidente afroamericano. La luna miel entre el superhéroe Barack y la ratoncita Minnie había comenzado. Lamentablemente, hasta allí llegó la capacidad de análisis del periodismo criollo, y del periodismo internacional, ambos abocados a una carrera loca de obstáculos por descubrir el sentido de la inmortalidad del cangrejo, la banalidad detrás del pensamiento único de Chino y Nacho, la imbecilidad ilustrada encumbrada por cuanta feria abunda por el continente, y la insólita nadería de nuestros poetas del silencio. Callan, otorgan y hablan para decir necedades de Perogrullo. Abajo Cadenas, gritaba el señor.

Así las cosas, toca romper el cerco de la trivialidad y la condescendencia, para llenar el inmenso vacío de nuestro gremio, rendido a la intrascendencia, el fastidio, la desinformación y el predecible señalamiento del lugar común. Son periodistas autómatas condenados a la clonación de sus lugares comunes, y a la repetición de conceptos importados prefabricados en el extranjero.

No se atreven a proponer una lectura distinta o alternativa de los hechos audiovisuales, y se conforman con ser cajitas felices de resonancia magnética de las ondas emitidas por los laboratorios de publicidad de Hollywood, con sede en Venezuela. Una distopía de ciencia ficción al alcance de la mano. Sólo basta comprar cualquier periódico de caracas y san se acabo. Todos son idénticos, todos son iguales. De ahí su natural proceso de entropía, decadencia y muerte. Nos vemos en el infierno.

Por lo pronto, es hora de deconstruir a “La Princesa y el Sapo”,en función de lo ostentado y de lo omitido por ella. Arranquemos por lo ostentado. Mi lado favorito.

El film hace alarde de su buena estrella, de su mensaje de esperanza y de su calidad técnica, inobjetable por demás. La película recupera el vigor rítmico y la vistosidad plástica de las obras maestras de Disney, mientras inunda la pantalla con paletas divergentes, asociadas a cada estado de ánimo.

La estética Disney sigue siendo consecuente con su esquema binario y maniqueo de entender la diversidad del espectro social: los buenos son retratados con colores pasteles y formas sinuosas en ambientes de recargamiento neobarroco de ascendencia kistch; los malos son esqueléticos como cuchillos y deambulan en paisajes tenebrosos, inspirados en los trazos gruesos de la pintura goyesca y en los misterios exóticos de las culturas de la resistencia, desde una perspectiva etnocéntrica y puritana.

En efecto, el villano evoca a la bruja de “Blanca Nieves”, al valerse de la magia negra para conseguir sus fines personales. El Vudú resulta, entonces, degradado y reducido a la condición de una barajita de consumo rápido, para rematar en un parque temático. Es la disneyficación del Vudú. Imagínenselo.

Paradójicamente, la fuente del mal procede de la cultura negra, no de la cultura blanca. Aparte, el malo encarna el clásico estereotipo del oportunista afroamericano, mitad bandolero, mitad mercenario, cosificado por el cine de Hollywood. Una verdadera impostura.

En paralelo, la protagonista tampoco escapa de las clasificaciones tradicionales al uso. Es una joven carenciada dependienta de una familia adinerada, en una adaptación afro de la Cenicienta, a la pista de un príncipe azul redentor. Su relación con la familia adinerada es de tolerancia y aceptación resignada de sus diferencias de clase. Ella trabaja para ellos y sueña con emularlos al regentar un restaurante de dos pisos. Su fantasía quiere demostrar la vigencia, la persistencia y la realidad del mito del “american dream” en Nueva Orleans, en antitesis al caso del documental de Spike Lee sobre Katrina. Recomiendo verlos y cotejarlos. Uno es una mentira edulcorada, el otro es más honesto, aunque igual de manipulador.

Metafóricamente, el cuento de hadas sublima la condición de precariedad de la chica al transmutarla en una rana platanera extraviada en los pantanos de Nueva Orleáns. Su misión es regresar a tiempo al centro de la ciudad, para romper el encanto y recobrar su identidad perdida. En el camino, descubrirá amistades, obstáculos y experiencias límites destinadas reforzarla como heroína.

En tal sentido, es un personaje rígido adscrito a la formula de oro y al credo bíblico de la Disney. Ni su cronología, ni su espíritu, ni su aura y ni su desenlace renuncian o rechazan el paquete ideológico de las protagonistas de la factoría. Por consiguiente, Tiana es el típico cambio Gatopardiano en la producción arquetipal de la Disney. Cambia de color para que nada cambie en realidad. La trampa sale y se le sale por todos los poros.

En el happy ending, obtendrá la recompensa por su esfuerzo, a la usanza de las telenovelas con protagonistas pobres pero honradas, y con ello, servirá de modelo , de patrón y de ejemplo a seguir por su pueblo.

Por tanto, la moraleja pasa de lo esperanzador a lo siniestro, al afirmar un sofisma de la cultura dominante: los negros son responsables de su condición, y si se ahogan en la selva darwinista de la libre competencia, es por su culpa. Indirectamente, el film sienta un precedente nefasto para comprender el origen de Katrina.Tácitamente, cien años de discriminación son borrados por la Disney de un plumazo.

Por supuesto, no se trataba de hacer un fresco panfletario contra la esclavitud, pero al menos sí era importante recordar el origen de las inmensas diferencias de hoy en día. Además, si tomamos al pie de la letra la consigna neoliberal de “La Princesa y la Rana”, la podemos utilizar en la campaña republicana para abortar el proyecto de salud y seguridad social de Obama, con lo cual, millones de damnificados de Katrina se verían perjudicados.

Semejante paradoja, abona el terreno para emplazar las incontables raíces omitidas por la película. Para no irme de rosca con los caracteres, las comprimo en una: la segregación racial. Para la época del film existía un apartheid en la ciudad de Nueva Orleáns. Blancos por un lado, negros por el otro. Es decir, tensas relaciones entre ricos y pobres.

No obstante, “La Princesa y la Rana” opta por disimular la miseria a través de un caleidoscopio de retazos bucólicos unidos por las bisagras de hule de las coreografías de Hollywood, al estilo de la escuela musical de la Metro Golden Meyer, asociada, no por casualidad, a la Disney. Sendos estudios nacidos y crecidos en la recesión. Sus canciones y sus celebraciones son el epítome de una cierta tendencia del cine americano, consagrado a la edificación de simulacros y simulaciones de tercera generación.

Así basan y perpetúan su control sobre la demanda y la oferta, sobre la torta del mercado, sobre la gente de a pie. Hacen películas para capitalizar los escombros calientes de Katrina, para glorificar su escueta filosofía tecnocrática de “pare de sufrir” y para legitimar su orden monárquico de reyes blancos.

La triste verdad de “La Princesa y el Sapo” es simple: ninguno de sus productores es negro. De ahí su engaño general y gerencial. Allá usted si desea comprarles el paquete gráfico y creerles la lección de adormecimiento por entregas.

Extra, extra, Hombres Blancos Estúpidos realizan película para enseñarle a los negros cómo sacar adelante su comunidad.

Desde las aulas de Misión Ribas, desde las escuelas y de los reformatorios cubanos, no se veía una subestimación similar.

La pedagogía de izquierda y de la derecha vuelven a darse de la mano.

Fin del cuento.

 

Salir de la versión móvil