[an error occurred while processing this directive]



   

9º 21’ Norte, 79º 54’ Oeste

-Daniel Pratt
<[email protected]>


    Influenciado por Kapuscinski imagino que en cualquier momento una patrulla de rebeldes nos abaleará el taxi. Una morena en hotpants aparece entre la multitud de gente que brinca y hormiguea alrededor de un baile de congo. La veo caminar, olvidada del bullicio que la rodea, contra un edificio color crema en ruinas y estamos en Mogadiscio. Algunos de los locales llevan palos, otros bolsas de mercado, es domingo y todos visten distintas combinaciones de rojo, negro y azul, todos son distintos y se parecen, hijos de Jamaica.

    El puerto de Colón se devora a sí mismo, los edificios son desalojados justo antes de caerse y las familias simplemente se mudan al de al lado. En el centro hay cuadras enteras con inmuebles desplomados, mientras los niños se agolpan en las ventanas sin cristales de los que quedan en pie. Las casas sostenidas por tablones a manera de arbotantes, los edificios de madera con columnas de cemento improvisadas en medio de los pasillos, todo parece a punto de caerse con el próximo aguacero.

    Alejándonos de los ensayos para el carnaval, paseamos por calles desiertas: cientos de negocios chinos, carteles en árabe y el extraño silencio mesoamericano de la gente perdida en sus calles, zombies negros hinchados, transitando la humedad y el calor.


    Calle primera, playa gramada, rompeolas, la persistencia irrefrenable del salitre, tanqueros, cargueros, pesqueros, cruceros: millones de toneladas de contrabando, joyas, combustible, droga, viejos adinerados, papeles personales y electrodomésticos; esperando silentes contra el crepúsculo su turno para negociar el canal.

    Entro a una barbería y está llena, el barbero levanta a uno de sus supuestos clientes y me ofrece la silla. Nadie se está cortando el cabello, están allí, en ese instante de 1938, para ver un Brasil – Argentina. Discuten, divididos en afición como si se tratase de dos selecciones Panameñas.


    La última vez que alguien se ocupó de Colón fue hace siglo y medio, cuando la construyeron para embarcar el oro de California. Heredera del frenesí del oro, no extraña que los franceses la hayan elegido como punto de partida para la megalómana idea de unir a los dos océanos con un canal de navegación. Desde entonces, según Eduardo, la ciudad ha crecido, pero sigue teniendo una sola calle principal –convenientemente nombrada “Calle Central”- en la que comerciantes chinos venden bajo las precarias arcadas toda clase de decomisos y contrabandos. Eduardo ama su ciudad, me lleva a lugares opacos que seguramente son hermosos a través de los ojos de su infancia. La embellece a toda costa, revelando lo que oculta el tiempo: “Aquí había una fuente”, “Allá en esa concha hacían conciertos los sábados”, “¡Mocho! Le pusieron otra vez la espada al Bolívar”. Me pasea por decenas de edificios abandonados que no terminan de ocultar su antigua grandeza, enumerando las instituciones que los ocupaban. “Mami no te apriete tanto la faldita, que si la tiene suelta rápido se quita”, un reggaeton retumba en los bajos, pero como si se tratase de una versión menor de La Habana, lo único que cuadra con lo que quedó de este lugar es un viejo y cansino son.

    -Tengo aquí al treinta y seis, hay dieciocho y le estoy dando un tur po aquí po los corre-tango.
    -¿Corre-tango? ¿Por qué le dicen corre-tango?
    -A lo Muelto
    -Si claro, pero ¿Por qué le dicen corre-tango?
    -Ah, clave.

    Las lápidas góticas delatan el origen evangélico de quienes yacen bajo tierra. Es el antiguo cementerio de los gringos, inexplicablemente dejamos el calor en el arco de la entrada y se respira el frío caduco de los muertos. El verde pertenece a otro planeta, es hermoso y como tal, probablemente sea importado.

    -¿Prity no?
    -Sí, está bien ¿No tienen playas aquí?
    -Como a media hora, yo a vece voy pa’lla pa’ Costa Arriba con mi señora, compro unas cerveza, una calne pa’ el barbiquiú y cuando veo el mar, listo.

    Puede ser –pienso -, el mar, una arena pulcra despojada de toda construcción, es el único espacio en el que esta gente podría encontrar sosiego.

   

[an error occurred while processing this directive]