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Top-5 personas con las que nunca me he debido acostar

Top-5: s. Lista arbitraria, extremadamente personal, hecha por un colaborador de Panfleto Negro.

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Rudo. Este es el tipo de vainas que ponen a prueba la solidaridad para con una revista. Normalmente no respondería, pero bueno:

La primera es la fea. Era muy amiga mia y jamás se me ocurrió verla como algo más que como una amiga, pero una noche de estudios fue pidiendo que me acercara más y yo con la inocencia del que recién ha hecho el amor un par de veces, todo sea por la amistad, la dejaba acercarse y “hacerme cariño” e incluso el espectáculo bizarro e inolvidable de verla desvestirse. Cuando ya no tenía dudas de por donde iba era muy tarde. Quizás yo lo habría disfrutado (he de confesar que era una feladora hábil) de no ser por su actitud de conquista, de “dejemos algo de locura para el próximo encuentro”. Al rato me levanté y me fui. Me sentí sucio :-)

La segunda es la virgen. La conocí el mismo dia que perdió su virginidad. Esa noche no me dejó dormir pues quería hacerlo a cada rato y sí, lo insaciable es un punto a favor, pero a veces también provoca dormir. Le dejé mi dirección de correo y terminé convencido de que nunca más la vería, pero se mudó a la ciudad donde yo vivía, convencida de que haberme conocido era una señal. Una mañana finalmente mi sexo me obedeció y no se levantó. Ella entendió que yo no sentía nada y se fue. De mi casa y de la ciudad.

La tercera son dos (tercera y cuarta): más que acostarme con alguien más mientras yo tengo pareja, no hay nada que me haga sentir tan bajo como acostarme con alguien que tiene pareja. Me ha pasado un par de veces despues de evitarlo de todas las maneras posibles y finalmente me canso y dejo que suceda: a veces termino por hacer el amor con rabia y miedo. Es horrible.

La última es y será la mujer enamorada. A una mujer enamorada sólo se le deberá invitar a la cama si se está enamorado de ella. Si no, es una de las cosas más dolorosas que pueden suceder, para ambos, dependiendo del nivel de escrúpulos, por supuesto.


Nunca debí acostarme, siempre debí permanecer vertical, pienso horizontalmente y vienen las enfermedades, debí permanecer irreductible a la mirada perdida de mi perdición, pero no solo mi carne es débil también es débil mi pensamiento; nunca recuerdo los días pero en este llovía, bueno en realidad no, pero hace el cuento más interesante, entonces llovía y ella me ofrecía una casa, una vida, estar junto a mí, pero era mi prima, y llovía y no debía ni llover en esa calle ni yo estar con ella, pero si digo la verdad que bueno que pasó, porque en ella vi a quien en el futuro se pondría un piercing en el alma y se trasformaría en actriz, en Italiana, se orinaría en la cama, quien jugaría con muñecas y luego con los hombres, quien sabría de otras y las traicionaría, quien sabría de mí y me traicionaría también. Debí ser asceta coño y no acostarme ni siquiera conmigo que soy lo peor que tengo, pero bueno, ya es tarde, aún llueve, todo viene quedando, guardándose, acostándose con uno, incluso lo que no debió ser y menos mal que aquí no te multan si te pasas de cinco, me refiero a la vida claro está.






Parte de mi filosofía de vida consiste en evitar problemas sentimentales al no acostarme con las personas equivocadas, por más amargura, recuerdos truncados y la perenne idea del desacierto que ello genere a futuro. Como castigo a esa mezquindad, el Dios que gobierna los actos lujuriosos me ha castigado con mujeres correctas que durante ciertas noches aciagas, se han transformado para convertirnos en la peor pareja del planeta. He aquí algunas de sus mutaciones:

5. La enferma. ¿Qué esperaba? ¿Que pusiese a un lado el hecho de que se estaba muriendo del dolor para una breve sesión de sexo oral?

4. La Obsesa. Dos imágenes: Glenn Close con un cuchillo de cocina, Glenn Close llorando mientras esconde sus venas abiertas.

3. La Casada. Aunque este episodio no involucra sexo, cumple estrictamente con el significado de la palabra acostarse, y quizás una que otra... bastantes escenas de un preludio eterno a la penetración. A pesar de que primero haya sido sábado que domingo, las mujeres casadas deben dejarse en paz, so pena de recibir a futuro una venganza terrible disfrazada de azar. Lo digo por experiencia.

2. La Asesina. Ir a la cama con una asesina puede ser divertido, siempre y cuando uno esté consciente de que va a la guerra y los sentimientos deben arrancarse junto con la ropa. Saber, mientras se besa, que uno está cayendo en una trampa cuidadosamente calibrada y no poder hacer nada al respecto, es el anuncio de un amanecer desgarrador.

1. La Indolente. Si hay algo peor que la asesina que al menos siente una mezcla extraña de intereses por ti, es la tipa que tú sabes que ella sabe que lo único que quiere es que la pongas medio contenta durante un rato, para luego levantarse, cepillarse los dientes rigurosamente en un baño demasiado iluminado, y quizás, prepararse para salir con alguien más.


Pese a algunas fotos instantáneas de cierta acritud perdidas ya en un pasado brumoso, puedo decir que no, que de ninguna manera incurriría en la falta de elegancia de renegar (públicamente, además) de ninguna de las benévolas mujeres que alguna vez dejaron tumbar su cuerpo junto a mí. Por el contrario, estoy más bien agradecido por ese gesto, único o repetido, indistintamente que alguna que otra podría no coincidir conmigo, incluso con razón. Evidentemente, en la libertad suprema de un ejercicio narrativo modificaría parlamentos, escenarios, leves golpes de efecto, pero en ningún caso despacharía con desdén ninguna historia. Diría que apenas realizaría pequeñas correcciones menores. Por ejemplo:

1. No insistiría en la pulcritud de un sitio cercano a Plaza Venezuela donde alguna vez llevé a una joven aséptica y traslúcida que luego, con razón, no consideró divertidas mis referencias a la transformación de Gregor Samsa.

2. Acataría esta observación, una noche bucólica en el campo, dicha en voz baja: “¿Estás seguro de que no hay bachacos?”.

3. Omitiría una conversación que comenzó así: “total, si siempre nos gustó ¿por qué no hacerlo una vez más?”. Mala idea: está claro que no es un buen efecto alargar el final de un texto.

4. Sería menos cándido ante esta frase: “no te preocupes. Mi mamá es muy liberal y comprende”.

5. Tomaría en consideración un poema de Valera Mora la vez que vi acercarse una rubia de mirada furiosa: “sofrena esa lengua tuya y cuídate mucho/ existen mujeres que nos inducen a la novela”. O en otras palabras: optaría por un relato breve, conciso; del tipo que algunos han dado en llamar cuento súbito.





Para lucir más elegante podría apelar a argumentos freudianos e ideas biologicistas. Pero sería darle rodeos a una idea tan simple como que, en ciertos momentos de mi vida, lo que más he querido es acostarme con una mujer. Por eso no existe ninguna con la que no haya debido estar. Todas ellas, con su historia y deliciosas particularidades, me han concedido un privilegio que sólo puedo agradecer. Los arrepentimientos posteriores no tuvieron que ver con la cama sino con lo ocurrido fuera de ella, cuando la odiosa neurona se impuso a la sabrosa hormona. Y lo que comenzó siendo un dulce envoltorio de sábanas acabó siendo un reguero trapos sucios.

TOP 5: “M” fue mi primera novia. Entrar a detallar los placeres y la intensidad del primer enamoramiento es un lugar común que no se puede describir sin ser cursi. Sin embargo el tiempo tiene un potente poder corrosivo que terminó con nuestra relación cuando empezamos a ver nuestros rostros sin la miopía del delirio. Con las siguientes parejas me costó asumir que la embriaguez no se repetiría, que ya me había gastado mi “primera vez” de muchas cosas, y que a partir de ahora los sobresaltos serían un recurso natural escaso y entrañable. La insatisfacción se hizo cotidiana y de pronto se me metió en la cabeza que la solución estaba en “M”. Ahí pasó a formar parte de este Top5. Tras dos años sin hablarnos cometí la estupidez de llamarla. Antes de darme cuenta estábamos en la cama entendiendo con súbita lucidez por qué ya no estábamos juntos. Así acabé con el aura de belleza de mi primera relación y la convertí en un patético intento de recuperar mis “paraísos perdidos”.

TOP 4: Mi relación con “S” fue larga y satisfactoria para ambos. Terminó por razones que, a pesar de su contundencia, eran etéreas y difíciles de explicar. Por eso el fin fue prolongado, doloroso y agotador. En medio de esa caída en picada, la cama se convirtió en un potente analgésico que nos hacía creer por momentos que las cosas tenían arreglo. Hasta que un día me llamó y dijo la frase más socorrida de los guiones de telenovelas: “Creo que estoy embarazada”. Fueron dos días de pánico absoluto. Tener un hijo de una relación terminal y en medio de nuestra carrera universitaria era aterrador. Todas las culpas se revolvieron y rogué mil veces que el tiempo retrocediera hasta un segundo antes de la cópula fatal. Al final todo fue una falsa alarma. Pero a partir de ahí no nos costó separarnos. Cambiamos las lágrimas y lamentos por una leve sensación de alivio. El asteroide había pasado muy cerca de La Tierra.

TOP 3: “L” era una de esas viejas amigas que se pierden en el camino. Pero un día, de la nada, reapareció con esta perlita: “Estoy yendo a terapia y necesito resolver mis cosas pendientes, así que vengo a decirte que me gustas desde hace tiempo.” Cualquiera habría podido notar que este mensaje contenía elementos peligrosísimos. Pero pensé que había que tener coraje para hacer algo así. Empezó regalándome peluchitos, y me mandaba cartitas con el logo de Hello Kitty. El día que la besé me regaló una imagen de la Virgen que, según ella, tenía en la cama desde los ocho años. Ahí supe que estaba metido en un lío. Yo sólo quería salir al cine y ver qué pasaba; pero “L” creía que nuestros destinos estaban inexorablemente unidos por la Mecánica Celeste y que yo era el hombre más bueno del planeta. Si daba un paso más, nada me salvaría de una boda ejemplar, de los domingos en la iglesia y de visitar a los suegros con un suéter atado al cuello. Cuando la dejé, todavía decía que las vueltas de la vida me llevarían de nuevo a ella.

TOP 2: Con “A” la química fue inmediata. Entendíamos perfectamente que el sentido de nuestras frases sin terminar nos llevaban inexorablemente al sexo. No creo que le hubiera importado que yo estuviera saliendo con alguien, pero cometí la estupidez del seductor mediocre: no se lo dije. Nuestro primer y único encuentro funcionó de maravilla, así que decidió hacerme una visita sorpresa en la universidad. Me encontró saliendo tomadito de manos con mi novia. Ofuscadísimo, lo único que se me ocurrió fue ofrecerle la cola y -mujer genial- aceptó. No creo haber tenido un viaje más callado. Mi novia rápidamente entendió lo que estaba pasando, pero -genial también- nunca dijo nada. La inteligencia femenina se puso de acuerdo esa tarde para lograr en silencio humillar a este galán de bajo presupuesto.

TOP 1: Después de superar la borrachera de los primeros encuentros amorosos me dio por teorizar sobre las relaciones. El enunciado de uno de mis inútiles postulados (este particularmente machista) era: “Cualquier mujer es alcanzable si se actúa ante ella con suficiente seguridad'. Con la frialdad de un biólogo ante su cultivo de hongos, enfoqué el microscopio sobre “D”, una mujer de las que normalmente no me hubiera hecho ni caso: piel delicadamente blanca, cabello negrísimo y especialmente unos ojos verdes que la hacían la mujer mas atractiva de las cercanías. La estrategia era sencilla: acercarme sin timidez y rápidamente dejar muy claro que me gustaba, y si quería, salíamos y si no, me dada igual, “tú te lo pierdes”. Increíblemente funciono. En muy poco tiempo estaba saliendo con una chica que hubiera podido desplegarse de una Cosmopolitan; cada mirada suya, en complicidad con sus palabras, era un perfecto tratado de seducción. Sin embargo, contra todo pronostico, su picardía resulto ser una estudiada lección de sus chismosas amigas, y su interés por el sexo era nulo. De hecho lo veía como una debilidad meramente masculina que a las mujeres lamentablemente les tocada aplacar para no perder al ardoroso varón. Me plantee aquello como un reto: lograr que “D” disfrutara del sexo seria mi misión. Le enseñaría una arista oculta en su vida que nos uniría inexorablemente y nos haría cómplices en la intimidad. Apliqué trucos que creía infalibles, recurrí a un libro del “Amor Tántrico” que ocultaban mis padres en casa, creé románticas y eróticas situaciones dignas de un incipiente terapeuta sexual. Pero de todos mis esfuerzos sólo lograba sonrisas comprensivas ante lo que ella entendía como excentricidades que hacían aun mas vulgar y ridículo el acto sexual. No tardó en aburrirse. La chica más bella de Caracas sólo quería bailar changa en Las Mercedes, que me comprara un buen carro, que me vistiera mejor y que de vez en cuando le montara una escenita de celos. Yo estaba demasiado exhausto como para simular que eso me interesaba.





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