HANNI OSSOTT: LA PASIÓN POÉTICA

-Beatriz Alicia García
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Sólo conocemos una realidad: el ser humano sufriente, incapaz de vivir con plenitud,
incapaz de lanzar por la borda los problemas autocreados, incapaz de ponerle fin al dolor; el ser humano víctima de su propia psique, de sus opiniones, sus ideas, sus prejuicios; el ser humano ahogado por su miedo –el telón de fondo real de su vida- el ser humano crucificado por su existencia mecánica, vivida como repetición, llena de rigideces; el ser humano que “proyecta” su angustia en todo lo que hace, creando división, sufrimiento, agonía; el ser humano atenazado por sus propios productos: odio, afán de notoriedad, deseo de poder, todo para no verse y para sentirse y para compensar su poca importancia en el cuadro de las cosas; el ser humano consciente del desastre que ha creado y sigue creando, pero como imposibilitado para detenerse. Cualquier idea brota de este mismo marco y no hace más que nutrirlo; nutrir la historia del hombre, la épica del error.
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Rafael Cadenas Realidad y literatura





¿Cómo llamarla a la luz que ha sido su Itaca inalcanzada? Debo hablar de su pasión poética, lo que para ella ha sido su centro fulgurante, su manera de asir el mundo, de crearlo, transformarlo, con una palabra que siempre surgió desde la pasión:


Veinte veces con la misma simultaneidad aparecida una
noche cualquiera, y aquellos gigantes, verdaderos des-
pojos de milagros infinitos, destrozan las armas de  an-
tiguos

        Faraones.
        Un mito
        Una gloria
        Diluvio de ocho estrellas barnizadas
                              Treinta soles
        Veinte hombres

Ocho trombos dejando los rugidos en inacabados pleni-
lunios. Deseo la recuperación definitiva de los jueves:
cartones de las mismas sombras: hilvanación de otras
palabras.

Así empieza uno de sus primeros textos publicados hace casi treinta años (1970) en la revista Imagen, tanto la poeta como la revista estaban naciendo a la luz pública en días particularmente delirantes, el primer número de la revista había aparecido dos años antes (1968). Son los días del “Mayo francés”; la Generación Beat (golpe, pulsación, latido), y las grandes poetas suicidas (Silvia Plath, Anne Sexton) en Norteamérica; el grupo literario “The Mersey Sound” en Gran Bretaña.

En aquel texto publicado de Hanni Ossott hay más pasión, necesidad de decir, que forma. Hay algo de automatismo psíquico, de alboroto surreal, donde el referente difícilmente podríamos buscarlo en la realidad cotidiana, conocida, las palabras conforman un mundo propio, muy sensorial, en el que predominan imágenes auditivas, sonidos. Ossott no escapa a la influencia de un escenario muy movido en el que se unen la Era Espacial, la revolución sexual, la desmitificación del arte, el reinado de los Beatles, la psicodelia, la búsqueda de nuevas puertas de la percepción, un sin fin de experiencias que marcarán a su generación. Veinte años después (1988) rememorando aquella época en una entrevista concedida a Rafael Arráiz Lucca, interrogada sobre qué recuerdos conserva de la época de la Renovación universitaria del 69, cuando estudiaba en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela dirá:


-Recuerdos fabulosos. Yo enloquecí con la renovación
de la escuela, fue una época preciosa, llena de fe, con ga-
nas de cambiar el mundo, la vida. Además todo se combinó
con la liberación sexual, la liberación de la mujer. (...) Aquel
fue un tiempo muy bello, de esplendor. *

Aquel primer poema publicado formalmente era prosaico, un tanto excesivo tal vez, en él todo está en germen. En él se entrelazan términos y fraseos del habla cotidiana con palabras de más fuerte carga significativa, con referencias más oscuras. Ya aparecen algunos de los temas que conformarán su poética, algunos de ellos son, la noche, el tiempo, el sueño, la soledad, la muerte, el cuerpo; todo está aún en germen, todo confluye, los mitos, los faraones, “la ciudad de los aullidos”, Marx, el amor libre, la ametralladora, un loro en la ventana, una guerra “hija del descreimiento”; se busca un lenguaje cónsono con todo ello, todo quiere ser dicho, lo exterior, pero así también el mundo interior, lo pensado, lo visto, lo leído. Es una suerte de crónica, un collage poético-prosaico de la época.


Quisiera dibujar un rostro lleno de luz, que irradiaba, debo irme casi veinte años atrás, Hanni Ossott es aún una mujer joven, muy hermosa y elegante. La conocí a comienzos de 1983, en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Yo estaba terminando el bachillerato, estudiaba hasta la una en el colegio y a la caída del sol me iba a la Escuela de Letras de oyente. Nos encontró su pasión por Rilke. Yo venía leyendo a Rilke, gracias a un préstamo de Mario Fernández, mi profesor de Castellano y Literatura, y entre otros cursos, escogí asistir a uno que la profesora Ossott dictaba sobre Rilke. Entré una tarde con la antología de Plaza & Janés y solicité permiso para asistir al curso como oyente, el cual me fue concedido. A partir de ese momento se gestó una relación que el tiempo fue estrechando y dándole profundidad. En algún momento supe, quizá a través de Mario, quien había estudiado en la Escuela de Letras, que Hanni era poeta. Yo entonces iniciaba mis balbuceos poéticos y empezaba también a leer poesía, ya que con anterioridad me había ido preferencialmente por la lectura de narrativa; a los quince, dieciséis años, nos cuesta sintonizar con las profundidades de lo poético. Leemos tal vez un Rubén Darío escolar, un Neruda, pero no estamos muy abiertos a lo que entonces empezaba a leer, el ya mencionado Rilke, Rimbaud, los simbolistas, entre los venezolanos Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Elena Vera, Sánchez Peláez, autores de cuya poesía quedé prendada.

La poesía publicada por Hanni Ossott hasta el momento era Formas en el sueño figuran infinitos, Espacios para decir lo mismo y Espacios en disolución. Esos primeros libros no son lectura fácil, salvo quizá algunos textos de Espacios para decir lo mismo en los que predomina el juego y el humor. Salía en ese momento de la imprenta Espacios de ausencia y de luz. Entonces leí con algo de curiosidad, puesto que acababa de conocer a la poeta, una entrevista que le hizo Sergio Dahbar para el Papel Literario de El Nacional, con una hermosa foto de Vasco Szinetar. Allí decía Hanni sobre el poeta:


Es un ser distinto, casi especial, ya que entrega todas sus energías
a estar atento al mundo. Se ejercita en la atención y esas energías tienen
su precio. El poeta saca a la luz lo que la gente tiene entre los ojos, pero
no ve.



Entonces sentí una mayor empatía con ella, después de leer aquella entrevista, y me atreví a decirle que yo escribía versos, con algo de susto, de temor. Para mi sorpresa Hanni fue generosamente receptiva, me dijo que si quería podía ir a su casa a leerle mis versos. Así llegué una tarde a Le Chateâu, el edificio en Colinas de Bello Monte en el que vivía en ese entonces con su esposo.

Si bien ya yo escribía hacía varios años, esencialmente un diario, cuentos, cartas y alguno que otro poema, a partir de ese momento empiezo a escribir con conciencia de oficio. Hasta ese momento escribir se había convertido en una necesidad porque me era difícil hablar, en mi entorno inmediato familiar y de estudios pocas personas entendían mi inclinación excesiva hacia los libros, la escritura y mis indagaciones de alma; entonces hablaba con pocas personas, era una muchacha silenciosa cuya voz se escuchaba en el papel. Hasta que llegué una tarde a la Escuela de Letras y dejé de ser una suerte de exiliada en el país de mis escritos y mis libros, allí encontré interlocutores que hablaban mi mismo idioma y padecían mis dolencias o por lo menos similares.

Aunque para muchos podría parecer una perogrullada, escribir es un oficio, como cualquier otro, para ejercerlo con lucidez, inteligencia, pero también con pasión, no basta tener ganas de decir cosas, tener sentimientos, experiencias, entonces todo ser viviente sería escritor. Fue lo primero que me dijo Hanni. También hay que trabajar, domesticar todo eso y lograr expresarlo del mejor modo posible. Entonces empezó a sugerir, a tachar con un lápiz, de manera sumamente respetuosa: “Mira, aquí vuelves a decir lo mismo, eres reiterativa”, “este verso creo que no aporta gran cosa al poema, podrías prescindir de él y el poema quedaría más limpio”. Empecé a aprender algo que hasta ahora no sabía, la orfebrería del trabajo poético, a cortar y pulir, empecé a organizar y trabajar en lo que se convertiría luego en mi primer libro de poemas Música de fondo. Por primera vez en mi vida dejé de sentir mis textos como algo vergonzoso, escondidos en algún rincón de mi closet, empecé a sentir cierto secreto orgullo. Empecé a leerlos en público.

Me parece que entonces Hanni era una mujer feliz, como he dicho, irradiaba una belleza serena, como puede verse en la foto que en ese entonces le tomó Vasco Szinetar. Tenía las caídas que todo ser humano medianamente sensible tiene, mucho más si se es artista, poeta. Continué yendo eventualmente a su casa, leyéndole mis versos; luego empezó a leerme ella también sus libros inéditos, el primero de ellos fue Casa de aguas y de sombra, tal vez me lo dio a leer primero porque yo era muy joven y mi infancia no estaba demasiado lejos. Me pareció un libro muy hermoso. Ella tenía mucho temor a publicarlo, e incluso llegó a repetir en más de una ocasión que sólo se publicaría post-mortem, varios años después Rafael Arráiz Lucca, entonces Director de Monte Avila Editores y su esposo, Manuel Caballero, la convencieron para publicarlo.




* Arráiz Lucca, Rafael. Grabados. Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1989. “Hanni Ossott: No me siento cómoda en el mundo”.

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