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Historia del peine, y las calendas griegas.

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El peine, esa curiosa pieza dentada con la que nos arreglamos el pelo (y que está con nosotros desde hace varios miles de años) tuvo alguna vez un significado más profundo (y complejo) de lo que parece.

Para los antiguos egipcios, los peines no eran sólo un artículo de belleza, sino algo quizá hasta ceremonial. El intrincado diseño que se observa en algunos de ellos sugiere que su propósito iba más allá de enderezar los cabellos mal arreglados. Es claro que tenían un significado.

En el caso de los japoneses, el peine o “Kushi” tendría varios: La marca de una mujer casada, buena o mala suerte (dependiendo si era encontrado y recogido, o perdido). Para los hindúes, el período de luto determinaba la prohibición cepillarse, peinarse, o aceitarse el cabello.

Además de los significados, los usos también han variado. Ha servido como adorno y como herramienta de aseo personal (para remover piojos, garrapatas y demás bichos) a lo largo de diferentes períodos, y en diversas presentaciones: Se han hecho peines a partir de hueso (marfil, cuando este no era objeto de la condena pública por las leyes a favor de las especies protegidas, cuernos de búfalo), madera, metales (bronce, plata), caparazones de tortuga (codiciados para este fin por su extrema maleabilidad), y plástico.

Claro está, también han abundado los usos (poco nobles) para los peines. Además de algunos bastante cómicos.

Ad calendas graecas

No han sido sólo las carreteras pavimentadas, el concreto, los desagues y cañerías, los meses del calendario y las ideas políticas lo único que hemos heredado de los romanos. También está el gusto por las frases irónicas. El mundo occidental en general (y el universo popular del venezolano en particular) no es tacaño en cuanto a las frases que sirven para expresar lo infinitamente ¿cómico? ¿divertido? que resultan aquellas cosas (o situaciones) que nunca se darán.

Los romanos, tenían una muy aguda: Ad calendas graecas (“En las calendas griegas”).

Para los romanos, las calendas (Kalendae) era como se conocía el primer día de cada mes (esta parece ser la etimología de la palabra “calendario”). En ese día se honraban las deudas, y los compromisos acordados se llevaban a cabo.

Los griegos, al poseer un calendario y costumbres diferentes a las romanas, obviamente no tenían “calendas”. La sola idea era un absurdo. Por eso, al decir que algo se haría “en las calendas griegas”, un romano expresaba (invariablemente) la idea de que ese algo jamás se realizaría.

Una chanza muy propia entre deudores.

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