Un trozo de yermo.

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El reloj se detiene en cada derrota,
los minutos se transmutan en días
y entre los compases del silencio
se ensordecen mis plegarias.

Un susurro canta la balada
que se entona en cada pizca ocular,
danzan los parpadeos a su tonada,
las manos siguen cada lánguido paso.

El mismo vestido de anoche,
ostenta el suelo,
renunciando a la desnudez,
la oscuridad viste su anteayer.

No se necesita una bofetada en la cara
para sentir al abandono,
presente en cada esquina de mi tálamo…

No es precisa una roca en el camino,
para tropezar…
Sin haber vuelto a caminar.

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