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Por qué no soy Venezolano

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Por la misma razón que Manuel Caballero no es Bolivariano: porque es antihistórico, insostenible como concepto, mitológico desde el vamos y reaccionario hasta los tuétanos del fundamentalismo, del idiotismo latinoamericano bien pensante con sandalias y bermudas de florecitas. El nacionalismo resucita hoy con nuevos (desa)fueros en la patria del libertador ,bajo ropajes de turista V.I.P. invitado al eterno foro socialista de la izquierda divina.

A la pregunta de por qué soy Venezolano, el lugar común responde con sofismas tautológicos y señales de costumbre: porque somos diferentes a pesar de nuestras semejanzas, porque venimos de una raíz común, porque compartimos una memoria, porque desarrollamos un inconsciente colectivo sobre la base de un vano ayer, porque comemos arepas, bailamos joropo, le prendemos tabacos a Negro Primero, tenemos a Gallegos y votamos por el protector de la soberanía ante la embestida imperial.

Ahora Venezuela es de todos, por decreto de la clase dirigente. Y más que amor por lo nuestro, debe ser frenesí. Se trata de una esquizofrenia auto indulgente, promovida por el estado en forma de catequización colectiva a través de los tabernáculos de siempre.
Para sostener semejante anacronismo, no faltará quien eche mano del caduco romanticismo de Eduardo Blanco y sus trasnochadas teorías heroicas.

El actual presidente, por ejemplo, tiende a aderezar su cóctel ideológico con remembranzas al pasado de Vuelvan Caras, al tiempo que el Conac de Farruco Sesto Navas orquesta la resurrección del preso de la Carraca como correlato de la campaña, Batalla de Miranda. Nada de esto resulta casual, por supuesto. Obviamente, es la piedra angular de la teocracia premoderna en ejercicio.

A propósito, la vieja modernidad se identifica con el valor de lo sólido, según el profesor Zigmut Bauman. Modernos son, en consecuencia, los conceptos duros de identidad y cultura. Los muros y los linderos de la guerra fría vendrían a ser los íconos territoriales de la modernidad estriada en la era de bloques. Paradójicamente, las barreras vuelven a erigirse entre las naciones a la luz de una contemporaneidad a paso de cangrejo.

Por el contrario, para el catedrático Vicente Verdú, el estadio posmoderno de la evolución impone el sentido de lo líquido, en el espacio transpolítico y trasnacional de la globalización dominante.Posmodernos y líquidos son los diversos exilios y mestizajes en boga, cuyos antecedentes coloniales resultan más que obvios.

Todo ello supone, literalmente, la liquidación del antiguo paradigma de identidad nacional. De ahí la imposibilidad de concebir una definición categórica de lo Venezolano, de lo español o de lo americano, en el marco de un mundo sin fronteras aparentes.

No en balde, las tesis postestructurales de Fredic Jameson, García Canclini, Terry Eagleton, Alessandro Barrico,Derrida, Deleuze, Maffessoli y compañía deconstruyen cualquier intento por segmentar el basto plano universal en pequeñas trincheras blindadas y fortificadas contra la temida y satanizada “penetración extranjera”.

Por desgracia, los regionalismos están hoy a la orden del día,a lo largo y ancho del continente. Sin ir muy lejos,así como sobrevive la fiebre por lo venezolano, persiste la histeria por el sentimiento zuliano, reafirmada actualmente por el provincianismo chapucero de Manuel Rosales, al son del gaitazo popular de la navidad populista marabina.

Mientras tanto, la oposición amplifica la celebración propogandística de la feria de La Chinita, en pos de votos ocultos y sumergidos entre fanáticos religiosos de diverso origen. Mejor imagen para comprender la naturaleza política de la devoción en Venezuela, imposible.
¿Y cómo se justifica actualmente la zulianidad? Del mismo modo en que se justifica la venezolanidad. Es decir, con argumentos trillados, sentimentaloides , cursis e involuntariamente tragicómicos. Somos zulianos porque hablamos distinto, compartimos tradiciones,construimos una economía solvente, disputamos grandes batallas en nombre de los ancestros, comemos patacones y vemos Aló Ciudadano. Pero igual, somos cosmopolitas, vestimos a la última moda, compramos en Sambil, nuestros jóvenes se parecen a los chicos de Miami, y pasamos vacaciones en Aruba. ¿Dónde termina aquí la zulianidad y dónde comienza la americanización? Posiblemente, en el mismo lugar donde quedó la españolización de la patria, transfigurada en ruina por la curiosa resistencia indígena de la V República. Curiosa porque admite y consiente la fetichización capitalista de su patrimonio en mercados públicos para consumidores de mapiritos,collares y múltiples suorvenirs.

Otro fenómeno consustancial al nuevo y originario amor por lo venezolano, es el frenesí por lo que el presidente vitalicio llama “los pueblos aborígenes de nuestro continente”, a los cuales se les pretende preservar y proteger como especies en extinción, con el propósito de recompensarlos por su “inmensa deuda histórica”.
Para ello, el estado les garantiza rango constitucional, y hasta la posibilidad de separarse de Venezuela si así lo desean. La buena noticia es que no parecen interesados en hacerlo, por los momentos. La mala es que el daño ya está hecho en la carta magna. Eso sin contar con la demagógica y paternalista decisión de echar del país a las nuevas tribus, denunciadas por Carlitos Azpurua. El mismo que hoy prefiere, por conveniencia, hacerse el loco con la polémica documental, para dirigir una comedia escapista como Mi Vida Por Sharon,patrocinada por el CNAC.

Lo cierto del caso es que estos “pueblos aborígenes” son tan “nuestros” como las televisiones y los equipos eléctricos que utilizan en sus viejas “tribus”. Verbigracia, el artista plástico Edgar Moreno ha plasmado semejante “proceso” de transculturización en una serie de fotografías, en donde “lo étnico” se confunde irónica y contradictoriamente con “lo fashion”. Vale que acotar que sus placas fueron tomadas en el Amazonas, sin ningún tipo de contemplaciones, a efecto de desnudar la evidente occidentalización de las “antípodas”.

En el mismo sentido, la obra del joven creador Pepe López alude a una temática similar, al intervenir productos de artesanía Wayuu con insignias de logos y marcas internacionales, como Benetton, Lacoste, Polo y Nautica, a fin de revelar el sello mercantilista detrás de la reivindicación del acervo autóctono.Así, el novel autor constata y testimonia dos formas análogas de explotación: la económica y la cultural, ambas estimuladas por el gobierno de turno, como parte de su proyecto político.

De manera simultánea y no por casualidad, el movimiento indigenista llega a las altas esferas del poder ejecutivo en Bolivia, y posteriormente en Ecuador, bajo la tutela de la “espada que camina por América Latina”. Una pava ciriaca de la que se ha librado Perú, por ahora.

Sea como sea, Evo y Correa han conquistado sus respectivas sillas presidenciales con el apoyo de “los pueblos aborígenes de nuestro continente”. Apoyo que han conseguido a base de promesas estrambóticas y de no pocas concesiones con la moralidad imperante. De más está decir que el movimiento indigenista se ha corrompido irreversiblemente, al pactar con las fuerzas de la reacción y al convalidar su propia degradación como mero artículo de consumo audiovisual,siempre por la señal de Telesur.
Y ya que tocamos esa tecla desafinada, culminamos con la siguiente reflexión.

Desde la tribuna mediática de Telesur, el apocalíptico Gettino todavía cree, con el dinosaurio Solanas, en la idea de soberanía cultural,rescatando el tradicional maniqueísmo ideológico denunciado por Van Dick, según el cual el mundo se divide en dos polaridades: ellos y nosotros.

Ellos los colonizadores, nosotros los que resistimos. Ellos los imperialistas, nosotros los revolucionarios, los venezolanos, los herederos del legado independentista de la Batalla de Carabobo. Puras pamplinas reencarnadas en la extravagante religión oficial de la V República, fase superior del opio chauvinista del siglo XIX.

Por todo esto, me declaro ajeno al sentimiento oscurantista de ser Venezolano, a pesar de haber nacido en Caracas, de pertenecer a una familia de blancos de orilla y de apostar por el triunfo de Magallanes en la temporada 2006-2007.

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