Yo’r n’ hol’dy?
Vacacionando por la tierra de William Wallace

por Daniel Pratt


Edimburgo nos motivó a conocer el resto de Escocia, así que decidimos aventurarnos más al norte. Existen muchos planes turísticos con transporte de 2 y 3 días que salen de la capital de Escocia y realizan un recorrido por todas las tierras altas (Highlands). Los más decentes en términos de precio y cobertura son quizás MacBackpackers (105 High Street) y Scottline Tours (87 High Street). Nosotros decidimos hacerlo a nuestra manera, con resultados ambiguos.

Pensamos en alquilar un autobús, éramos seis, pero desperdiciaríamos nuestros pasajes de Britrail, por lo que al final decidimos viajar en tren. Mapa de ruta en mano nos fuimos a la estación de Princess St. y abordamos el primero hacia las Highlands.

Stirling
Además de tener un nombre atractivo cuando es pronunciado por un escocés de esos que ponen especial énfasis en la R, Stirling es la ciudad de William Wallace (si, el mismo de Braveheart) y un ejemplo de cómo dedicarle una ciudad a dos héroes (el otro es Robert DeBruce, el rey que terminó de fijar la frontera con los ingleses) sin convertirla en una falsa Atenas como Washington DC.

Queríamos llegar a Inverness, la capital de las Highlands, en la noche y dormir allí, así que planificamos una visita relámpago por Stirling. Por mucho tiempo he estado en contra de los autobuses-tour pues me parece que dan una vista superficial de la ciudad y además están llenos de gringos sesentones ignorantes que gritan con las bocas llenas de pan. Sin embargo, callo y muero callado pues son perfectos para una vuelta rápida por los sitios más importantes. Ideales son los autobuses sin techo como los de Guide Friday (también en otras ciudades más grandes), pues pasan cada treinta minutos por las paradas más importantes y puedes subir y bajar con un sólo ticket diario.

Las principales atracciones de Stirling son el castillo (primera defensa de las Highlands y casa de los DeBruce por mucho tiempo) y el monumento a Wallace. Según la ruta del autobús fuimos primero al castillo.

Castillo de Stirling

Para los que estamos acostumbrados a visitar los fuertes del caribe, visitar un castillo como el de Stirling es toda una experiencia, no sólo es gigantesco y vomita historia y sangre, sino que así como el de Edimburgo, el castillo de Stirling está dramáticamente construido sobre una roca, aproximadamente a unos doscientos metros de altura. Desde abajo, uno es una hormiga que imagina como tiraban a los traidores por las paredes del castillo para que se desbaratasen contra las rocas del fondo.

Los inmensos salones recuerdan grandes bailes o gigantescos ejércitos esperando una batalla en la víspera, los calabozos con miles de almas atrapadas son curiosamente más fríos que el resto del castillo y el cementerio está poblado con las lápidas torcidas de generaciones y generaciones de la nobleza escocesa. Desde cualquier parte del castillo se domina fácilmente el gigantesco valle de decenas de kilómetros que forma la puerta de entrada al resto de Escocia.

Monumento a Wallace en Stirling

El monumento a Wallace es una impresionante torre libre solitaria encumbrada en un monte a unos cinco kilómetros del castillo. Mientras subíamos a pie por la montaña (procesión que sin duda aumenta el dramatismo de la estructura), me pregunté una y mil veces por qué Bolívar, que liberó muchos más kilómetros cuadrados, no tiene un monumento así en ningún lado.
Un héroe que vivió hace siete siglos y que ayudó a definir el espíritu de independencia de Escocia despierta una sensación extraña. ¿Hasta qué punto este país es independiente? El parlamento escocés (el edificio y el organismo) está recién estrenado y el monumento a Wallace fue reabierto en 1993 después de un siglo de cierre, no entiendo como se nivela ésta historia de reciente independencia con un héroe de la libertad que vivió hace siete siglos.

Su espada medía 1.90. Vivió hasta los 35 años. Supongo que en esa época la gente no trabajaba doce horas diarias y tenía tiempo suficiente como para luchar contra el ejercito del Rey Eduardo.

El público sube por el interior de la torre y en cada uno de los pisos hay una faceta de la independencia de Escocia y la vida de Wallace en exposiciones multimedia. En el tope hay una terraza desde donde se domina todo el valle.

Inverness - Cannich
Tomamos el tren de las 3:30 rumbo a Inverness, la capital de las Highlands. Recorrimos los paisajes más espectaculares, ovejas blancas y negras increíblemente lanudas y suaves colinas imposiblemente verdes, el césped perfectamente parejo cubriendo como un manto de suave clorofila las curvas delicadas de los montes. Al fondo, detrás de las colinas, las nubes estaban rotas por las montañas impresionantes que le dan el nombre a ésta región del país.

Inverness es la ciudad más nórdica que he visitado jamás y el frío que hacía en pleno verano lo evidenciaba. Habíamos reservado una posada desde Edimburgo (Glen Affric Backpackers Hostel, Cannich By Beauly, Inverness), así que buscamos la oficina de turismo (23 Church Street, entre la iglesia y el castillo) para que nos diese una guía sobre cómo llegar hasta allí. A esa hora, 6 de la tarde, los autobuses no cubrían la ruta para llegar a nuestra posada, ¿Quedaba lejos?, si, como a veinte minutos en auto.
Decidimos tomar un taxi, que repartido entre los seis, era bastante barato. Paradójicamente la primera vez que abordé un taxi negro londinense fue a seiscientos y tantos kilómetros de la capital de Inglaterra. En ese taxi, nuestro conductor tuvo que repetir cinco veces la frase que le da nombre a éste escrito para que nosotros pudiésemos entender que nos estaba preguntando si estábamos de vacaciones.

El viaje duró aproximadamente media hora a alta velocidad, Cannich By Beauly resultó ser un pueblo y no un suburbio, a unos cuantos kilómetros de Inverness, en un extremo del Glen Affric, punto de salida de numerosas excursiones de montaña por las Highlands.

Por pura casualidad habíamos acabado en un pueblo en el medio de la nada, cuyo principal atractivo eran las montañas y dos bares. Las únicas personas sin equipo de montaña éramos nosotros y todos los excursionistas en shorts nos veían como si un platillo volador nos acabase de dejar en el patio de la posada.

Repuestos de la incomodidad, fuimos a inspeccionar la vida nocturna de Cannich, terminamos cenando muy bien en el Slater Arms, uno de los dos bares. Papas al vapor y kiss the blurney, postre típico irlandés. Acostumbrados ya a los escoceses, no nos importaron los gritos de los comensales ante un partido de fútbol en la tele ni nos sorprendió cuando el hombre y su esposa de la mesa de al lado se pusieron a hablar con nosotros como si viviésemos desde hace años en el pueblo y nuestros hijos fueran juntos al colegio. Guinness fue la cerveza, obviamente.

Loch Ness y Skye Island
Desayunamos al día siguiente en el otro bar, el del hotel Cannich (horas preguntándome por qué le habían puesto ese nombre). Allí, en la mesa de enfrente,

Leía y reía y miraba de reojo la italiana del suéter amarillo blanco azul con el cabello corto.
Reía y leía y el cabello castaño despeinado pelirrojo en caída libre desde su cabeza inclinada hacia adelante.
Leía y reía y hablaba ininteligiblemente su jerga latina hermosa poética de mil amores.
Reía y leía y sus labios rosados carnosos semiabiertos esperando el toque de un beso vertiginoso.
Leía y reía y su anillo ensortijado arabesco me invitaba a entrocharme con ella.

Decidimos ir en autobús, la única forma de salir de Cannich, al centro de visitantes del lago Ness, esa mítica franja de agua que se extiende en diagonal por casi todo el norte de Escocia. En el autobús, un escocés de unos sesenta años, barba blanca de aspecto humilde, produjo de su bolsillo un tubo de caramelos de menta, tomó uno y repartió el resto con una sonrisa por todo el bus. ¿Han visto alguna vez a alguien repartiendo algo de valor en un transporte público? Es tan increíble que pensé por dos segundos que estaban envenenados, pero resultó que estábamos en Escocia.

El centro de visitantes del lago Ness en Drumnadrochit (ni siquiera intenten pronunciarlo, solo carraspeen fuerte cuando se monten en el bus y el conductor sabrá su destino) es la quintaesencia de las trampas para turistas, un enclave norteamericano en medio de las Highlands. Las cuatro o cinco casas reconvertidas en el "único y verdadero museo de Nessie" (el legendario inquilino del lago), exhiben las mejores y peores fotos trucadas del planeta. Mi preocupación al bajarme del bus fue que no vi el lago por ningún lado. Se supone el centro de visitantes del lago Ness debería estar casi metido en el agua ¿Cierto? Falso. Tuvimos que caminar un par de kilómetros para llegar al primer muelle. Como teníamos los morrales y maletas encima, hicimos dos grupos expedicionarios, dejando atrás a uno de nosotros cuidando el equipaje. Aunque, pensándolo bien, apuesto que si hubiésemos dejado un maletín con doscientos mil dólares y el diamante Cullinan nadie se lo hubiese robado.

El lago Ness merece ser visto, no solo para decir que uno lo ha hecho, sino porque es majestuoso, la vista es impresionante, el agua es increíblemente negra ¡y no es contaminación! La impresión que deja nubla un poco la razón y evita que uno afirme categóricamente que un cetáceo prehistórico no habita allí.

Tomamos un bus rumbo a Inverness y una vez ahí tomamos otro a la isla de Skye, hogar de los McLeod (el mismo de los inmortales) y el Clan McDonald. El autobús hacia Skye pasó en sentido contrario por el mismo exacto punto en donde tomamos en Drumnadrochit el autobús a Inverness. Es cierto, no éramos de la zona. Sólo hora y media de nuestras vidas y unas cuantas libras desperdiciadas, hay cosas peores.

Castillo de Urquhart, cerca del Loch Ness

Por la ventana del autobús vimos sin bajarnos la Glenelg Scenic Route, Kintail y el castillo Eilean Donan.

A la isla de Skye se llega en ferry o cruzando un puente recién construido en Kyle of Lochalsh. Después de tres horas, llegamos a Portree, la capital de la isla, en una tarde lluviosa y fría. Estábamos en otro país. Los habitantes de las Highlands del oeste son Gaels, hablan Gaelic y un poco de inglés. Los menúes, los rótulos de las calles, los anuncios están en Gaelic y en inglés de letras pequeñas. Hasta los pobladores son fisiológicamente un poco distintos, lo único que relaciona a esta isla con el resto de Escocia son las banderas y la bondad de la gente. Portree es un pueblo de algunas pocas calles dispersas, pero con muchos bares por ser capital y centro turístico de la isla.

Tardamos tanto tiempo en llegar a Skye que no tuvimos tiempo para visitar otras atracciones ese día. Después nos enteraríamos que la única forma de salir de ella era en los buses de las 7, 8 y 1 de la tarde. Si salíamos en el de la tarde, no tendríamos oportunidad de conocer más de Escocia sin romper nuestro itinerario. Así que el grupo más excéntrico del planeta viajó horas para sólo dormir en la isla.

Nos hospedamos en el Potree Independent Hostel (Old Post Office, The Green, Portree). Nada especial excepto algunos atractivos: es una oficina de correos convertida en posada, es relativamente barato, tiene lavandería, acceso a Internet, una excelente sala con sillones para conocer compañeros morraleros, cocina, neveras e incluye desayuno de cereales y tostadas.

Portree, capital de la isla de Skye

Conexión
Le escribí y no se por que lo hice. No entendí que fue lo que me dijo aquella noche sobre enamorarse. Le escribí como una medida desesperada, pero su respuesta fría me hizo ver que ella había entendido erróneamente el asunto.
Fue una verdadera sorpresa enterarme de lo de ellos dos, pensando que quizás ella estaba en la lista mientras él estaba allí de frente. He debido sospecharlo, pero nunca pense que ambos serian capaces de eso, nunca pense que se llegarían a gustar, que fuese su tipo.
Que desastre ¿como es posible que algo que yo veía tan claro se desmoronase así tan rápido? ¿Que malabarismo mental hay que hacer para que la misma persona te siga gustando una vez que pase el primer encanto y se ponga gorda?
Es difícil.
Le escribí en la Isla de Skye, en Portree, a unos 7900kms de casa, nunca nunca me había sentido tan lejos.
Hay que volver, lo único difícil es que habría que mudarse.

La mujer con la R tatuada en el antebrazo revisaba catálogos en el sillón marrón de mil años mientras yo la observaba.

Después de hospedarnos y lavar nuestra ropa fuimos a uno de los bares por nuestra ración diaria de Guinness, cuando entramos fuimos recibidos por el estereotipo del bar escocés: lleno hasta el punto que no se podía abrir la puerta, todo el mundo brincando, aplaudiendo y cantando en coro junto a un trío de comensales que habían traído sus instrumentos (violín, pandereta y tabla). Todos en el bar éramos hermanos, nadie tenía pose ni mirada de soslayo, todo el mundo derramaba su cerveza sobre la espalda de todo el mundo, éramos uno con la música, la cerveza y el bar.
Al día siguiente partimos, frustrados por no visitar las formaciones de Old Man of Storr, la destilería de Carbost y los castillos de Duntulm y Duvengan. Vimos de nuevo sin bajarnos la Glenelg Scenic Route, Kintail y el castillo Eilean Donan.

Castillo de Eilean Donan, Kyle of Lochalsh.

De regreso en Inverness fue la primera vez que no me sorprendía de que la sangre me hirviera al oír una gaita, quizás estaba acostumbrándome.

En Inverness nuestro grupo se separó, la mitad volvió a Londres y tres nos fuimos a Glasgow.

Glasgow y el fin
El sonido de una gaita inundaba la calle. Al caminar 6 o 7 cuadras nos dimos cuenta que la música todavía se escuchaba, retumbando en los edificios, calando los huesos, como una advertencia, un recordatorio de que por más apariencia inglesa que tuviese la ciudad, todavía no habíamos salido de territorio escocés.

Acompañados por gaviotas, habíamos caminado alrededor de hora y media en el atardecer de la aparentemente triste ciudad de Glasgow -después nos daríamos cuenta que de haber caminado por Sauchiehall, una calle más arriba, nos habríamos llevado una impresión completamente distinta. Ninguno de los 5 hosteles de jóvenes en los que habíamos preguntado tenía camas libres (si mucha marihuana), ninguno de los 7 Bed&Breakfasts de la calle Renfrew nos podía dar alojamiento. Ya estabamos en la interfaz de la noche y el cielo anunciaba lluvia cuando pasamos por el último hotel de la última calle que estábamos dispuestos a caminar antes de dormir en la calle.

El dueño del Hotel Enterprize nos dijo fumando desde la puerta que parecíamos perdidos. Le contesté que estabamos buscando cuartos, a lo que el respondió que no tenía, pero nos invitó a pasar.

Adentro, nos contó sobre una señora que probablemente tendría camas disponibles en nuestro rango de precios y haciendo un gesto con la mano en la dirección de la pizarra de tarifas agregó "porque obviamente yo estoy fuera de su rango de precios". El hombre nos preguntó si deseábamos que llamara a esta señora a lo que respondimos con un brillo en nuestros ojos que sí. La llamó y sin identificarse dijo "Hola, tengo a tres jóvenes aquí buscando acomodo, ¿quizás tu tendrás algo para ellos?". El hombre cubrió el auricular con una pesada mano de cien mil cigarrillos y nos dijo que la señora tenía un cuarto familiar para tres o cuatro personas a 16 libras por persona, le dijimos que lo queríamos (aunque estaba 6 libras por encima del presupuesto), el hombre le informó que íbamos para allá en cinco minutos y colgó.

El señor Ross, dueño del hotel Enterprize, un gordo escocés de barba blanca, vestido sin zapatos con medias de cuadros nos dio la dirección de la señora Bruce, propietaria de un Bed&Breakfast a solo una calle de distancia, en pleno centro de la ciudad. No contento con esto, nos recomendó algunos bares y clubes a los cuales podríamos ir durante la noche.
Llegamos al 107 de High Street, una hilera de casas de unos 100 años, las escaleras de piedra desgastadas como en los grandes monumentos, nos recibió en su casa una señora pequeña, gorda y con la típica sonrisa escocesa nos mostró un cuarto espectacularmente grande con tres camas, TV, tetera/cafetera, closet con nombres (sombreros, camisas, pantalones, corbatas, medias) y demás comodidades. Le dijimos que lamentablemente no íbamos a tomar el desayuno pues nuestro tren salía a las 7am y ella contestó que no había problema, que prepararía el desayuno a las seis. A pesar de nuestra insistencia para que no se molestara, a la mañana siguiente nos fuimos desayunados a la estación de trenes.
Me abrumó tanta amabilidad hasta el punto de sospechar que estabamos cayendo en una especie de trampa e íbamos a amanecer robados, degollados y violados (en ese orden).

Caracas es una ciudad mucho más alegre, mucho más feliz que la gris Glasgow, pero en mi ciudad nunca jamás podría encontrar un turista caso de cordialidad desbordada similar al que experimentamos nosotros durante nuestra breve estadía en la segunda ciudad de Escocia.

En el país en donde las gaviotas son como los gallos que lo despiertan a uno, casi pasamos más tiempo en un autobús que sobre la tierra, pero quizás el viaje de éste paseo por Escocia fue precisamente "el viaje".

Primer tren a London Victoria. Probablemente si hubiésemos tomado un tour no hubiésemos cometido equivocaciones ni pasado dos veces por el mismo sitio, no hubiésemos dormido en un pueblito en el medio de la nada, no hubiésemos caminado más de lo necesario, quizás hubiésemos conocido mejor la isla de Skye o el resto de los Highlands, quizás hubiésemos disfrutado más. Sólo quizás.

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