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Comentarios a mi muerte / I

¿Que quién murió? ¿Nuestro amigo, Marcos? No es posible, son inventos. Ya sé que no es eterno, nadie lo es. Pero Marcos... si la semana pasada estuve de visita en su casa... Ya ves: no es posible. Te voy a decir más: ayer mismo, ayer por la tarde, hablé con él por teléfono, él me llamo. Yo estaba arreglando la plancha, no calentaba y ya sabes, buscar quien la componga es toda una historia, bueno, y sonó el teléfono. Y ¿quién era? Marcos. Y ahora tú me vienes con que murió. No esperarás que te crea. ¿Y de dónde sacas la noticia? Seguro, alguien te fue con el chisme, no vas a creer todo lo que la gente te dice. Él mismo, Marcos, me lo habría comentado, que se iba a morir o que lo tenía pensado, morir es cosa importante. Nunca deja de comentarme sus asuntos, si parte de viaje, me voy a tal lugar, no estaré por tanto tiempo, vendrás a regar las plantas, te dejo la llave con el encargado.

¿Y ahora resulta que su ausencia será más prolongada y no me avisa, no me encarga las plantas, no le importa que se sequen?

¡Con lo que él las quiere! No, no me harás creer que se ha muerto, debe ser un error. Te voy a decir más. Cuando me llamó por teléfono, ayer mismo por la tarde, me contó de un pescado al mojo de ajo que había comido ese mediodía, ayer, sí, ayer, y me comentó que hacía calor, dejó saludos para mis hijos, no dijo palabra de morir ni cosa parecida. ¿Qué más pruebas quieres? ¿El cadáver? Vamos, no es cuestión de cadáver, sino de lógica. Escucha: si yo visité a Marcos la semana pasada y si él me llamó por teléfono ayer comentándome del pescado y que hacía calor y saludos para mis hijos, si todo eso pasó, entonces Marcos no está muerto.

   




Comentarios a mi muerte / II

¿Marcos...? Suelta un Nooo o un ¿Qué...? El ruido de la calle apaga su voz, no escucho bien. Se mató, le explico. ¿Un accidente de carretera? No, se mató, cayó al vacío desde el balcón del quinto, donde vivía.

¿Tropezó y se fue...? Ah, ya entiendo. Mi amigo se lleva la mano a la frente, como si repentinamente recordara algo, una enfermedad incurable, un "defecto absurdo", diría el poeta Pavese.

Y su rostro se congestiona, una ola de calor interno lo colorea. Luego la mano deja la frente y baja un tanto, pulgar e índice aprisionan lo alto de la nariz mientras cierra los ojos. Mi amigo permanece así varios segundos, la cabeza inclinada hacia delante. Es la viva imagen del shock; como si hubiera despertado súbitamente en las trincheras, preguntándose si sueña: ¿qué hace -qué hacemos- en pleno cruce de avenidas mientras el semáforo pasa del verde al amarillo, del amarillo al rojo. Lo tomo del brazo y alcanzamos la acera. Su mano ha bajado del todo, tiene los ojos abiertos, ahora está pálido, esboza una breve sonrisa y una frase antidramática. Tarde o temprano le iba a pasar, dice. No sé si se refiere a morirse o a matarse. Últimamente casi no salía -comento, por decir algo. Y la conversación toma un rumbo. La última vez que lo vi... Nos echábamos un cafecito, pero fue hace tiempo... Marcos se había prohibido hasta el café. ¿Quién se lo había prohibido, el médico? No, él mismo. ¿Y el mate de los argentinos? No se... Él evitaba la cafeína, por eso la coca cola tampoco, creía que le hacía mal. ¿Y para qué cuidarse tanto si al final...?

Sea la metafísica más elevada, sea el hecho más banal, la conclusión es la misma: estamos jodidos, así razonaba Marcos siempre ¿te acuerdas? Cómo no. Un silencio, ya poco queda por decir, ya lo evocamos, ya tuvimos la plática que permite el encuentro callejero y que impone el amigo muerto. Digo: El sepelio es mañana. Ay, no, discúlpame, tengo un compromiso ineludible -el giro a diálogo banal le ha servido para recuperarse, luce como antes de darle la noticia-, figúrate, son los quince de mi hija, a la noche es la fiesta,
estoy con todos lo preparativos encima, por cierto será en los jardines
del Ambassador, carísimo... te echo un telefonazo para que nos
veamos. Adiós, adiós, abrazos.