Ni lo uno ni lo otro

La Comunidad. Dir: Alex de la Iglesia. 2000.

Es la era de la comunidad. El nacionalismo manda. La xenofobia orienta los destinos de la política exterior. Se globaliza el temor al otro. Las banderas despliegan el paisaje y arropan a las almas en pena. La información, el deporte, el consumo, las conmemoraciones, el Nóbel, el automercado, parecen dispositivos y eventos autónomos, pero son banderas occidentales. En tiempos de guerra, izarlas es un deber; glorificarlas, un placer. Britney canta el himno con orgullo. La platea llora de emoción. Kid Rock quema foto de Bin Laden. Sus fans aplauden. Las estrellas de la música se preguntan retóricamente, qué está pasando. Alex de la Iglesia responde: la intolerancia y la avaricia carcomen los cimientos de la babel posmoderna. La implosión es el destino de las torres de la sociedad global.

La Comunidad es uno de los largometrajes mas emblemáticos de la era contemporánea. Narra la crónica de una autodestrucción social anunciada, la tragicomedia de un cataclismo vaticinado. El dinero es el detonante del conflicto dramático. Por un lado, dinamita las fantasías opulentas de un vecindario empingorotado, promoviendo una guerra entre sus integrantes. Por el otro, establece el caos y la corrupción para devastar la apariencia de las instituciones. La ola expansiva del capital arrasa con la sagrada familia y la sociedad. El otro, una mujer en este caso, no representa alternativa alguna a los valores demolidos. Desea quedarse con el tesoro, como los demás personajes. El desenlace la favorece; pero su triunfo deja una huella de muerte y decepción tan imborrable como las victorias y revanchas bélicas de los tiempos que corren.

   
   

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Volavérunt (La amante de Goya)

Dir: Bigas Luna. 1999.

Volavérunt presenta dos historias entretejidas, pero incompletas en su tratamiento y en su relación. Comienza por mostrar los confusos lazos entre los protagonistas. Se deleita tanto en los pequeños detalles, que en un principio hacen pensar al espectador que el tema central de la película es Francisco de Goya, sus dos amantes (la Duquesa de Alba y Pepita Tudó) y el proceso de la pintura “La maja desnuda”, todo ello tratado como una unidad.

Sin embargo, el discurso narrativo queda obviado súbitamente cuando la atención se vuelca sobre la muerte de la duquesa, un viraje brusco, en el cual se percibe una de dos cosas: las escenas anteriores fueron una introducción muy larga para presentar el verdadero tema de la película (asesinato de la Duquesa), o la atención prestada a esta muerte eclipsa la historia entre Goya y la Duquesa (como lo sugiere el título Volavérunt). A partir de las especulaciones, el director espera crear una atmósfera de suspenso que no se corresponde con el ritmo de la película y por ende, no es logrado. Volavérunt puede presentar un hecho histórico cuidadosamente documentado, pero no por ello bien estructurado, y eso es lo que la convierte en una película que no compensa la lentitud de su desarrollo.

   


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Legalmente Rubia

Dir: Robert Luketic. 2001.

La película deposita en Harvard a una Barbie de Bervely Hills, para esgrimir una manida reflexión sobre la tolerancia. Ya el cine indie nos ha perfilado el mismo cuento, pero con diferente decorado, en tragicomedias a la gloria del universo teenager. En cualquier manual dramatúrgico figura la formula que sustenta el argumento de este subgénero del cine juvenil .

Primer acto: Joven “extraño “ aterriza en comunidad homogénea. Todos lo ignoran, nadie lo respeta. Foráneo desea reconocimiento. Sus próximas acciones estarán orientadas a conseguir tal objetivo. El chico debe poseer una vocación. Antes de que termine el acto, se tropieza con la chica más popular en treinta manzanas a la redonda. Queda perdidamente enamorado de ella.

Segundo acto: el chico es puesto a prueba por la comunidad. Sale aplazado. Excomulgado, se condena al anonimato para desarrollar su vocación y planear una venganza aleccionadora. Secuencia con el chico contemplando la luna mientras suena una musiquita tristona. Casualmente la chica linda se atraviesa en la secuencia. Al ver al joven, se le arruga el corazón, lo acompaña, conversa con él. Se da cuenta que es un chico sensible. Lo compara con su novio; un jugador de fútbol americano en permanente estado de celo. Tras el encuentro, el joven descubre la razón de su existir: lograr el amor de la chica. Antes de culminar el acto, el novio oficial de la pretty woman se entera del encuentro de su novia con el rechazado. Ergo, lo amenaza de muerte.

Tercer acto: la vocación del joven es desnudada en todo su esplendor, frente a la comunidad. Derretida por la demostración, la chica decide felicitarlo, con abrazo incluido. Al verlos, el novio cumple su promesa. Pin, pan, pun contra el feo. Chica reclama a novio. Como es deportista y bruto, la jamaquea y humilla en público. El escenario para la venganza ha sido servido.

Hay que buscar la manera de relucir la vocación del protagonista cuando le proporcione su merecido al maluco. Proyectemos que el muchacho es el peor escritor de panfleto negro (osea yo). Y que para más inri, el joven se dedica al más escarnecido oficio del periodismo, redactar críticas de cine. Fantaseemos que la venganza se consuma mediante un recital de sus peores críticas, esas que se leyeron alguna vez, y se olvidaron por arte de magia. Para hacer más trágico el final, inventemos que la contrafigura, además de bruto y jugador de fútbol americano, es un cineasta. Como último obstáculo, deduzcamos que el tipo encuentra la forma de superar el recital, tapándose lo oídos con unas cintas de video. Predigamos que, en consecuencia, el crítico de cine apela a su arma secreta: un tomo de la enciclopedia del séptimo arte que guarda baja el brazo. Concluyamos que el protagonista le revienta la cabeza al villano, como en Jamón Jamón. Determinemos que la escena final lo exhiba en primer plano besando a la chica, mientras los demás aplauden.

Fuera de ciertas diferencias conceptuales, hemos repasado el argumento que justifica Legalmente Rubia, y la nueva ola de cintas juveniles con muchacho marginado. La singular moraleja de este subgénero nos representa el mito fundacional del american way of life: la capacidad que detenta el sistema para integrar a cualquier minoría, raza, etnia o expresión de alteridad social. Desafortunadamente, la realidad xenófoba contemporánea supera a la mitología cinematográfica. Es lógico advertir que el subgénero sobrevivirá entre el anacronismo y la mentira.


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Once cineastas que definirán el cine del próximo milenio (y IV)

Arbitraria y personal como todas las selecciones, está lista no pretende ser definitiva o absoluta; viene determinada por lo subjetivo y visceral, aunque, como toda representación, se aproxima a la realidad. Por razones de espacio no están todos los que son, algunos treinta directores, por causa del medio el perfil de los elegidos se desarrolla de forma tan breve como rigurosa.


David Lynch. USA. 1946

Con media carrera a cuestas, David Lynch ya hizo de todo. Engendró junto a Jarmursch el cine independiente, renovó casi todos los géneros clásicos, subvirtió la dramaturgia convencional de Hollywod con una pesadilla delirante llamada Carretera Perdida, transformó la indigerible soap opera (telenovela gringa) en un género potable con su bizarra y surrealista Twin Peaks y por si fuera poco en su penúltimo film, Straight Story, realizó un acto de modernidad y contestación cinematográfica: dirigió una película lacónica, pausada, casi una pintura filmada, que niega todos los preceptos del cine independiente actual. Lynch, con esta película, rehuye del cinismo, de la violencia dura, del glamuor, de la incorreción política y de los miles de clichés independentosos que el mismo creó, para desarrollar una apología a los valores esenciales del ser humano, para construir una oda a la amistad y a la solidaridad en una época competitiva e individualista como la que nos ha tocado vivir. Lynch demuestra que puede ser contracultural aproximándose a la poesía de las emociones y que su estilo está apenas sedimentándose. Aguarden en esta década por más películas mayores dirigidas por este enorme director.


Abbas Kiarostami. Irán. 1940.

En la Irán fundamentalista ha surgido uno de los cineasta más transgresores del momento. Su obra no se adecua a algún patrón estético dominante, escapa a cualquier apresurada clasificación y está más allá de la realidad y la ficción. Las películas de Kiarostami no parecen decir mucho, se ruedan como falsos documentales en los que la cámara explora contextos con absoluta transparencia. Tampoco sus films dan la impresión de ser subversivos, incluso sus películas se digieren con igual fruición con que contemplamos un hermoso paisaje natural. ¿Qué hace entonces tan contracultural a este cineasta? Su visión humanista y optimista del presente en una época pesimista y cibernética como la actual, su convicción de que realidad y la ficción son parte de la misma representación cuando todos los mensajes que nos agobian se pretenden veraces, su permanente obstinación en demostrar que el futuro de su país reside en el pueblo y la provincia, no en las ciudades o en las figuras de los hombres poderosos, como permanentemente insisten las películas producidas por los grandes estudios. Susurrando como el viento, en vez de rugiendo como el huracán, Kiarostami ofrece una respuesta ingeniosa a los valores de la sociedad occidental.


Arturo Ripstein. México. 1943.

El reciente triunfo de este autor en el festival de San Sebastián confirmó la teoría que se había tejido alrededor de su figura: Arturo Ripstein es el más prominente, prolífico y fundamental de los grandes cineastas latinoamericanos en activo. Su obra es la representación de la desesperación del pueblo hispano, su puesta en escena es la contemplación dolorosa y arrebatada de la derrota de los ideales modernos en Latinoamérica. El progreso, el desarrollismo, el orden, son algunos de los conceptos y valores que quedan sepultados ante las realidades de descomposición social y degradación moral que retratan los melodramas de este creador, influenciado por la obra del Buñuel más demoledor. Con más de seis obras mayores registradas en los anales de las revistas cinematográficamente más prestigiosas, con un estilo vanguardista y rabiosamente personal, Arturo Ripstein posee las cualidades necesarias para erigirse en el paradigma cinematográfico que deberían imitar aquellos nuevos cineastas interesados en el espejo social y el retrato de nuestras realidades más crudas.


 

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