Sobre «Cinco Esquinas» de Mario Vargas Llosa

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La última novela publicada de Mario Vargas Llosa. Sugestivo nombre que cobra abolengo cuando hallamos se trata de un barrio popular de la zona central Lima, una isla de pueblo entre los cinco jirones del Cercado de Lima.

 

Lo recuerdo por su vecindad al Congreso de la República y de la Plaza Francia, y redimo por unos magníficos restaurantes populares de cocineros que logran mezcla mágica de sabores japonéses con lo mas legítimo de la herencia de la comida peruana.

 

Suelo analizar toda novela por cuanto me emociona. Por fuerza propia, por la nobleza de su arquitectura y no por hecho de pertenecer a algún creador de casta.

 

Ésta me atrajo y mantuvo interesado, por la forma cómo presenta y mezcla, critica y deconstruye, por lo menos, cinco aristas de la sociedad peruana.

 

La imagino, como un material válido, para que un director de cine se anime a concebir una película de acción de tipo thriller.

 

La ficción logra unir seres de estratos diferentes que él, traba en redes para dar conectividad social a Lima y al Perú.

 

El autor coloca el nudo de la trama y relaciones de sus personajes en el viejo barrio Las Cinco Esquinas, en el casco central, suelo de bohemios, viejos cultores del vals peruano y algunos mal vivientes. Igual coinciden periodistas que sobrellevan su vida de publicar en la prensa basura, cuanta pútrida noticia encuentran. Es otra forma de desarrollar por cuenta de la red del control el chantaje que manejaba Wladimiro Montesinos, a quién solo se mienta como el Doctor; no es así de púdico con la Némesis con que invoca a su eterno enemigo Fujimori. Con quién aún, añeja cuentas, insalvables, por haberlo derrotado en las elecciones presidenciales de ese inolvidable domingo 8 de abril de 1990. Fue tal su tormento que lo llevó a renunciar a su país y a su nacionalidad peruana.

 

Desde ese lugar desarrolla la trama de las Primeras aristas de su novela: la política y la periodística.

 

Traslada su historia a San Isidro y Miraflores, barrios elegantes. Zona donde está el Country Club, donde viven los millonarios. Lo hace para lacerar a esta clase mostrando a sus personajes distinguidos y enrumbarlos a otra de las aristas: la erótica. Hace presencia un clásico en sus obras: las “niñas malas”, en las personas de Chabela y Marisa. Qué, en esta pieza no le juegan sucio a él, Varguitas, sino a un socio abogado, tan pituco, como él.

Es singular el hecho de que el autor, sitúe los avenimientos eróticos entre estas dos damas, bajo el fuego cruzado que significó este período del terrorismo provocado por Sendero Luminoso y el MRTA. Supongo, esperando que sus encuentros amatorios bajo el espanto de los toques de queda, pudieran acentuar mayor lubricidad y emoción.

 

Pasa a entroncar la Tercera arista: la social mostrando al Ingeniero Enrique Cárdenas, víctima de un repugnante chantaje por parte de Rolando Garro editor de una revista basura. No lo describe como un millonario ocioso, sino un empresario honrado, que seguirá prosperando cuando la miseria que lo acosa termine y pueda reanudar su vida, haciendo sus tríos, con su esposa Maríta y su amiga, la bella Chabela, esposa de su socio.

Para nada asocia esta clase, con los desafueros y trampas y mecanismos de corrupción histórica del Estado peruano del período de Fujimori. Menos lo vincula con alguno de los dieciocho candidatos presidenciales de la actual campaña electoral 2016; adonde, relumbra entre otros el resbaladizo Alain García y varios actores entroncados con el Chino, con quienes ha debido dar fuerza a la arista política de la novela. En esta costado, omite, mas que señala, como debería, las trapisondas continuadas del pode en este país.

 

En contrapunto presenta la Cuarta esquina: el periodismo, el basura. Centrada en la figura de un fablistán, editor grasiento llamado Rolando Garro; y su reportera estrella llamada Julieta Leguizamón, apodada la Retaquita. Una poco honesta, cronista que compensa su insultado físico, con pura agresividad. Es un modelo de reporterismo al servicio de poder policial que los utiliza como sus huestes, buitres.

 

Los mismos que, el escritor al final de la obra, trata con dejo compasivo, y los dota de la espada de la redención en gesta, a lo Conde de Montecristo. Hazaña concebida para que este colectivo de los periodistas tomen, por mampuesto, su venganza contra Fujimori, débito que Vargas Llosa siempre ha soñado cobrar.

 

Realiza una crítica de la realidad social de su país, por un lado que resulta obvio: hablar mal de la prensa amarilla del Perú. Tema sobredimensionado, de ese producto mugre, que palmariamente se exhibe en todos los quioscos de prensa de las calles de Lima. En este aspecto es casi un panegírico de la ligereza y la imprecisión sobre un final que se anuncia evidente mientras paso las páginas.

 

Estructura de inmundicias de un peridismo, hasta sus consumidores delatan, en público y disfrutan en privado. Son ladrillos de infamia, cada uno mas vulgar, que su anterior. Su profusión es tanta, como pobre su lenguaje, qué solo mueve a la risa por sus exagerados titulares, y absurdos contenidos y portadas.

 

Paradójicamente, es desde ese reducto que la Retaquita conoce su reivindicación y logrado ascenso social. Transvestida en agente del pueblo, en comprometida gesta logra, además de hundir al Chino Fujimori, salvar al pobre viejo Juan Peineta, la única víctima de todo el entrampado, al lograr su indulto del asesinato que cometió Montesinos, no él.

 

El Personaje Juan Peineta es un melancólico recitador de poesías. Es el más conmovedor símbolo de esta novela. Y, Vargas, lo hace desdichado, lo lleva por la calle de la amargura y transforma en payaso del Trío Los Chistosos y luego embrolla en un asesinato que no cometió.

Estamos ante una novela de mediana y convencional dimensión. Diríamos ligera de fácil lectura, pero nada inolvidable y poco tiene que ver con las obras que de Vargas Llosa hemos leído: La Ciudad y los Perros, Pantaleón y las Visitadores, La Tía Julia y el Escribidor, La Fiesta del Chivo, Travesuras de una niña mala, El Sueño del Celta, entre otras.

 

Sin duda que la obra posee aristas o esquina que van alternándose: el erótico, que desarrolla de manera divertida entre dos mujeres, que luego incorporan en la partouze, al marido de una de ella. Pero, aún en eso, se ve como una narración del tipo soft porno: modelo Sombras de Grey. Pacata, plana y de poco elevación literaria.

 

Sin duda que Mario Vargas Llosa viene desarrollando una arquitectura literaria en los últimos cincuenta años que es de un valor notable. No es el caso de la presente, adonde adelgaza este atributo. Y, menos trabajo demuestra a la hora de desarrollar personajes. Salvo el viejo declamador de poemas, Juan Peineta, que se ve obligado, por la necesidad, a vender y mal tratar su arte. Y para redondearlo hacia el barranco lo lleva a la desgracia penal.

 

No sabemos, si por cábala autobiográfica, indica que Juan Peineta tiene “setenta y nueve años”, justo la edad del autor. Hoy mas cerca de Hola y la frivolidad, que de los grupos de la literatura española.

 

Quizás está buscando vías para comercializar su nuevo producto y asociar su mercadeo a la fecha de su cumpleaños ochenta.

 

Esta obra esta mas motivada hacia el publico de Hola, por su ligereza, que la merecida por la trayectoria del escritor. Sobre este tema un crítico del País de Madrid, ha dicho que pareciera que, desde su nuevo matrimonio a iniciado un camino …“hacia un estilo tardío”… pero trivial. Esta no será una de sus mejores novelas, pero si la mas efectiva en eso del mercadeo.

 

La postdata lo tomamos de una cita de un discurso leído por Vargas Llosa en la Real Academia Española 
el día 13 de marzo de 2016, donde exhorta: “hacer siempre el esfuerzo de llegar al mayor número, de lectores comunes y corrientes, sin por ello abaratar un ápice su pensamiento” ….. insinuación válida, pero, incumplida en la fabricación de la presente novela.

 

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