RUTA 6 – VIAJE N° 4 (MIXTURAS IDEOLÓGICAS)

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Encabezado R64

Algunos le conocen como la baranda, otros como el posa manos o el pasamanos. Nadie se detiene a ver que, entre el tumulto de gritos, olores y secreciones fisiológicas, hay una comunicación silente. Todos se agarran a la barra en el techo para no caer en el trayecto, para no sufrir contusiones morales, desparpajos vallenateros ni maldiciones cargadas de intolerancia. Pero es aquí, donde sin duda  las manos se comunican, copulan con el metal, restriegan el día, la noche, el tiempo que acaban de vivir. Ellas se comunican, se unen con otras y se enojan, se alegran o se disgustan. Hay tantas manos que forman parejas y donde las bocas de los dueños son el efecto inmediato del estado de ánimo de sus manos. Y se mezclan, surgen las mixturas ideológicas que recrean muchas veces los viajes de una Ruta 6 cargada de olvido, desidia y cómo no, vendedores ambulantes y actos de circo.

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Una chica de tez trigueña, fisionomía alegre y pelo lacio habla sobre los fonemas del Español. Defiende su fuerte elaborando explicaciones trascendentales sobre Arabia, Castilla y Mesopotamia. La necesidad, la barbarie explicativa le estallan en los ojos. Se afana y suda frío. Se le ve tomando aire mientras un chico que, aproximando su mano a la de ella, comienza a hablar de las bondades de los cuarenta y tantos fonemas del inglés. Se refiere a un poema de pronunciación de Nolst Trenité y lo defiende a capa y espada mientras la chica traza oraciones de ofensiva lingüística. ¿Quién puede determinar cuál es el mejor idioma? Yo elijo otro diferente: el alemán, por ejemplo. La chica me rostiza con la mirada por mi intromisión innecesaria. La batalla es cruenta entre nuestros dos personajes. La chica vuelve a la carga con Andrés Bello y el sentimiento nacionalista. Usa la típica frase de que “gracias a él no tenemos el acento español. Él nos ayudó a liberarnos de ese yugo cultural”. Él, en cambio apela al siempre nombrado Shakespeare pero lo concatena con los aportes de John Banville. La mano de la chica se acerca a la del chico y la uña del meñique le traza un rasguño certero, con proporción y delicadeza afincada en el dorso de la del chico. Éste exclama por el dolor y aleja la mano. « ¿Viste por qué no me gusta hablar contigo? Aún no sé cómo hoy estamos cumpliendo cuatro años de novios».

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Dos señores comparten camino y calamidades. Tienen los años en los párpados, cómo les encanta presumir de los achaques y de los Record Guiness que han ganado al colearse más rápido y fingir una dolencia en una cola de PDVAL. Los dos me acompañan en el pasillo inestable. ¿Pero cómo me atrevo a denominar esta plataforma como un pasillo si ni suelo tiene? Sólo los retazos de metal soldado nos mantienen separados del chasis. Lo cierto es que nadie apela a las buenas costumbres y le ceden el puesto. Una señora se hace la loca y no toma conciencia de que su bolso ocupa un puesto necesario. Nadie le presta atención a la cortesía, ya los valores no significan nada en un país donde el día a día se ha convertido en una foto surrealista de la prehistoria, con sus costumbres básicas y el instinto de supervivencia. Los dos señores siguen absortos en los jocosos episodios de las colas. Uno, el más mayor lleva más productos que el otro que se hace pasar por viejo pero que no llega ni a setenta. Y llega el punto de quiebre: las repúblicas de Venezuela, los lustros vividos, las eras presidenciales y la historia que nadie recuerda. La risa se convierte en estrategia para no sacar a relucir los instintos animales primarios y que los dimes y diretes cargados de maldiciones, hijos de prostitutas y agentes propicios de felaciones no salgan hiriendo a los soldados en batalla. Todo el ácido se descarga entre la Cuarta y la Quinta República. Yo simplemente observo cómo uno dice ser partidario desde la creación del PCV y el otro ser copeyano rajado y enemistado de las concepciones “chimpansísticas” del que el señor llama “el autodenominado dios de Sabaneta”. Uno dice que pasaba hambre y que comía comida de perro, él otro responde que si comía eso era porque quería vivir en la miseria. El segundo dice que él se esforzó en trabajar y en su mesa no le faltaba nada, que la moral venezolana era como una porcelana china (inquebrantable) pero que, como todo en el mundo, si llegaba a haber una pequeña fisura todo se quebraba. Y se quebró la moral, él mismo señor dice que la necesidad nos corrompió. «El atraso es una vaina dañina compadre. Póngase a ver: aquí estamos nosotros riéndonos que nos coleamos y que nos hacemos los enfermos para comprar más o primero y por eso nadie nos tiene respeto aquí. ¿Cómo puede ser posible que en los tiempos de la Cuarta alguien le iba a negar el puesto a un pobre viejo? Pero lo que pasaba es que antes todos teníamos dignidad. ¿Ahorita? Ahorita todos parecemos ratas atrás de la comida y de lo que es mejor para mí. La viveza, mi hermano, nos condujo al fracaso, nos llevó directo a ser como animales» sentencia. El otro se baja diciendo no sé qué sobre Rosales y la malversación de fondos. El señor apátrida me ve y me sonríe. «Así que hijo, usted vaya comenzando a resolver los errores que nosotros cometimos».

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El hombre de mediana edad discute con su mujer sobre los pros y contras de aplicar el capitalismo en el país. El uno le dice al otro sobre teorías económicas, pensamientos europeos, estadunidenses. Salen a colación el socialismo y el neoliberalismo y los rostros desfigurados de Putin, Kim Jong-un, Chávez, Obama y demás personero según la posición que se discuta salen a relucir como un cartucho de balas, listos para la defensa. La mujer le toma la mano, se la acaricia. Entre ellos no necesitan discutir de economía. Quizá se quieren liberar en besos, pagar el impuesto sobre los besos que se dan o declarar el patrimonio de la relación que mantienen.

No quieren privatizar las fábricas productoras de gemidos ni los de suspiros. Tal vez abolir la esclavitud de las lágrimas amargas y mucho menos racionar el tacto, el contacto obligatorio de los cuerpos. Se escudan en discusiones vanas, economías que se confunden en la cama, en la cocina, en el baño. No quieren que el Ejecutivo tenga que ver con la disposición de los recursos sentimentales que aún les queda. Discuten para buscarle una respuesta a lo que los mantiene juntos. Definitivamente las experiencias, los puntos de vistas y las necesidades de estabilidad no se les han dado a los dos por igual. La mujer ha utilizado la plusvalía del concepto de amor para hipotecar su cuerpo ante un ente externo de descuento sexual. El hombre no satisface la demanda, su oferta es espuria, casi inexistente. Los activos y los pasivos de esta contabilidad ha ido a pique y la empresa se declara en bancarrota tras la última línea de la mujer.

El problema radica en que cada uno quiso privatizar su propio concepto de “hasta que la muerte nos separe”.

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Dos chicas disímiles hablan jergas distintas pero con la misma codificación lingüística. Una pierde la cabeza por el color de un vestido: algunos dicen que es blanco con dorado y otros que es azul con negro. La otra chica simplemente no le presta atención, lee algo en su celular. Vuelve la primera con el atosigo, con la desesperación vana y la segunda explota. No le interesa saber del maldito color de un vestido. La idea de la primera es vacía si se contrasta con la expresión de la segunda. La primera la mira con desprecio, la segunda simplemente vuelve su mirada al celular. Mastica chicle, necesita drenar la incomodidad. La primera le toma la mano. «Es que me asfixias a veces. O sea Julia, ¿qué me va a importar un maldito vestido mientras hay cosas más importantes?» pregunta la segunda. « ¿Cosa como qué, a ver?». «Vamos a ver: El Teresa Carreño quedó como una verdulería, el Lago está lleno de caca y en vez de ser una fuente de agua ahora es una fábrica de basura; los grupos de teatro del país dejaron de recibir ayuda, algunos de ellos hasta cerraron las puertas; no hay apoyo en nada a los escritores y demás artistas que tengan un pensamiento derecho. ¿Cómo crees que me siento cuando recurro a editoriales y fondos editoriales de otros países porque en el mío sólo les importa reproducir los discursos de Marx? No recibí apoyo y me cerraron las puertas en mis narices. La cultura aquí se vuelve una especie de leyenda. Pero tú prefieres pensar en las pendejadas del color de un vestido. Ya veo cuáles son tus prioridades» explota la segunda. «Mis prioridades es irme de esta vaina chica. Ahora me vienes con sentimentalismos. Nomás te queda cantarme aquí el “Alma Llanera”. Qué tierrúa» responde la primera asqueada. A la final de mi viaje, sólo les escucho decir un “te amo” sincero.

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Pero todas las mixturas terminan con un abrazo, un apretón de manos, un intercambio de miradas, un beso…

…o una cachetada.

 

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