Divagaciones sobre unos poetas sucrenses (II)

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Jose Antonio Ramos Sucre

 

José Ramón Medina en su obra “Contribución a la historia de la poesía venezolana” hace una cronología de autores de la poesía venezolana y una clasificación de los mismos, al llegar a los años que van desde 1918 y 1920 dice de José Antonio Ramos Sucre:

“Ramos Sucre rompe el esquema por arriba, declarándose a la vez romántico, simbolista, parnasiano, modernista y posmodernista, cuando no surrealista y, fundamentalmente, el mismo, único y creador, en la síntesis, de su propia tradición y de nuestra modernidad.”

La obra del atribulado poeta, víctima del insomnio, atormentado por la soledad resulta una suerte de proceso dialéctico; allí lo curioso y apasionante. Si se revisan las definiciones del diccionario on-line de la Real Academia Española de la Lengua, apreciamos que éstas clasificaciones resultan contradictorias entre sí, la riqueza de elementos presentes la hacen compleja. Su afición por lo clásico, por la nostalgia sobre una época remota que no vivió como la edad media y la expresión de sentimientos lo acerca a la categoría de romántico, la etiqueta de moderno  se aprecia en el desarrollo de una obra llena de elementos universales que angustian al hombre desde siempre y en cualquier contexto geográfico al mismo tiempo que resulta cercana al posmodernismo por estar desprovisto de razonamientos profundos, de relaciones funcionales; provista de elementos imaginarios inscribiéndose en la corriente surrealista previo a su existencia formal en 1924 por mano y voluntad de André Breton. Tengo mis dudas acerca de su identificación como parnasiano, pues ésta corriente se caracteriza por el apego a la estructura métrica del verso que si bien está presente en Cruz Salmerón, no existe en la obra de Ramos Sucre por estar escrita en prosa. Tal vez algún avezado especialista en el asunto pueda dilucidar si esa manera de escribir lo excluye de la categoría.

Durante esa época, languidece el criollismo y empieza a mostrarse el modernismo. Es el tránsito de una República fundada bajo el signo de la violencia de los caudillos en perpetua pugna por el poder hacia otra de estabilidad institucional conseguida bajo la pisada militar y el puño de hierro del gendarme necesario que resultó  vencedor en las múltiples escaramuzas  entronizado definitivamente una vez disipado el polvo del campo de batalla, los muertos terminaron como pasto de las aves carroñeras y llegado a la capital para hacerse de los símbolos del poder.

Todo poder tiene un paradigma que lo sostiene y justifica; que usa las estructuras existentes  para el empeño en crear un entramado legal que materialice lo que contiene. Durante los primeros 20 años del siglo XX el positivismo se entronizó como paradigma con sus determinismos incluídos que algunos aprecian como promotor de la supremacía cultural europea y bajo la convicción que la sociedad era incapaz de gobernarse debidamente si no era bajo la conducción de un padre de familia vestido de traje con galones militares. Había una exaltación de la racionalidad científica expresada en un marco de discursos que resultan capitales para la entender la forma de pensar en la Venezuela de la época como el libro publicado en 1907  titulado : “¿Qué es la vida?” del Dr. Luis Razetti donde asume como paradigma el evolucionismo darwiniano, las palabras dirigidas a los miembros de la Academia Nacional de Medicina en el marco de la celebración del centenario del nacimiento de Charles Darwin donde enfatiza sobre la única verdad científica como aquella derivada del método y que está incluida como la pieza representativa venezolana en el positivismo latinoamericano. Ambas obras marcaron la tendencia de la formación de la personalidad de la academia, del lado de la sociedad resulta indispensable la obra: “El cesarismo democrático” de Laureano Vallenilla Lanz del que no pocos autores abominan como la justificación de las dictaduras que sometieron a la sociedad venezolana a su arbitrariedad mientras para otros es una obra de gran rigor analítico, histórico y sociológico para comprender el estado de las cosas de aquella sociedad que se negaba a entrar en la cultura del siglo XX.

En éste contexto se desarrollaron en paralelo las obras de Cruz María Salmerón Acosta y de José Antonio Ramos Sucre, ambas vidas desdichadas, salidos de Cumaná, representantes de una corriente literaria mas precisa en el caso del primero si nos atenemos al estricto respeto por la métrica de su obra y el acendrado carácter sentimental de la misma marcado por el padecimiento del dolor extremo, de ver como su carne se cae a pedazos demoliendo su espíritu bizarro, la elegancia y gallardía de su porte, declamando en una solitaria mas no lejana orilla de playa la amargura de sentir como se va extinguiendo. La época en la que vivió le dio ese carácter formal de sonetos; catorce versos endecasílabos en los cuáles riman primero con tercero y segundo con el cuarto algunos; otros riman  primero con segundo y tercero con cuarto. A continuación, se muestra el soneto Cielo y Mar que estaba dedicado al poeta de la otra orilla en el horizonte del Manicuare:

CIELO Y MAR

A José Antonio Ramos Sucre

En este panorama que diseño

para tormento de mis horas malas,

el cielo dice de ilusión y galas,

el mar discurre de esperanza y sueño.

La libélula errante de mi ensueño

abre la transparencia de sus alas,

con el beso de miel que me regalas

a la caricia de tu amor risueño.

Al extinguirse el último celaje,

copio en mi alma el alma del paisaje

azul de ensueño y verde de añoranza;

y pienso con obscuro pesimismo,

que mi ilusión está sobre un abismo

y cerca de otro abismo mi esperanza.

En sintonía con el lado romántico estaba José Antonio Ramos Sucre con el uso de los elementos de ésta tendencia pero con el uso del recurso de la prosa poética al estilo de Charles Baudelaire, con referencias simbólicas, el nostalgia por un tiempo pasado, la angustia de la soledad que revela cierta dificultad para relacionarse por estar fundidos  un ser complejo con obra densa, su vasta cultura para referenciar a partir de elementos descriptivos ajenos al paisaje local que sirve de vinculación con el positivismo imperante de la época.

Como muestra está el poema “El crimen de la esfinge” que el poeta cumanés le dedicó al atormentado de Manicuare que se puede leer en el siguiente link:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=316&Itemid=31&limitstart=4#6

 

El paradigma imperante de ésta época condena a los autores insertos en determinada corriente por el crimen de vivir sus vidas en un momento con unas circunstancias determinadas sobre las cuales no suelen tener conciencia ni responsabilidad menospreciando el valor de su obra y su contribución al acervo literario del país, por ello es necesario desenmascarar la intención de ocultarlo en la maraña del tiempo, en un cajón cubiertos por capas y capas de polvo. El presente es un aporte muy leve, muy torpe, muy ingenuo a esa noble causa.

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