Divagaciones sobre unos poetas sucrenses (I).

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La casa de Cruz Salmerón
Casa de Cruz Salmerón Acosta. Manicuare, Edo. Sucre

No hay ideas originales, no hay conocimiento con una génesis particular. Hay una inquietud inicial a partir de la cual empieza el estudio de algún aspecto de la realidad. Hay hilos conductores, especies de médulas espinales sobre las que existe una secuencia, una evolución que vista en su conjunto da una idea aproximada del proceso para su abordaje. Hay un discurso entronizado a partir de su conexión con el poder establecido, la acción del mismo está asociada con un paradigma. El paradigma es una visión de la realidad circundante, un cristal por el que se puede mirarla. Un período de evolución de las ideas resulta notable a partir de la existencia de un poder que promociona la difusión de las mismas. El Renacimiento; fue posible en la medida en que las estructuras establecidas para la difusión del conocimiento se rebelaron contra el oscurantismo impuesto por la Iglesia Católica por ser muchos de sus representantes las voces susurrantes en los oídos del poder de la época, por ello no se puede parcelar el conocimiento circunscrito a una rama determinada del saber en un tiempo y contexto determinado, debe verse de donde vienen tales ideas y las circunstancias que la hicieron posible.

Existen muchos intentos por resumir en unas pocas páginas la historia de esto, de aquello y de lo otro, tales compendios para algunos resultan superficiales, solo útiles para cumplir con una tarea escolar; suerte de eco permanente, de discurso uniforme gracias a la magia del cortar y pegar. Es posible que tengan razón en su juicio; pero es imposible saberlo todo, la especialización concentra los recursos disponibles y (siempre) escasos en un área del conocimiento determinada que en conexión con otras en permanente intercambio permite la evolución.

A partir de la búsqueda del Ramos Sucre perdido en la maraña de su vida trágica, entre el aprendizaje de idiomas y la rigurosidad del tutelaje clerical, del Salmerón Acosta disuelto entre el gomecismo represor, el despiadado Bacilo de Hansen y el salitre de esa bruma perpetua en el horizonte de Manicuare y del Andrés Eloy Blanco profundamente comprometido con la lucha por el nacimiento de una sociedad que llegaba al siglo XX con 35 años de retardo, cívicamente rebelado contra el poder de la bota militar que para ella era el hilo conductor de su historia y su extraordinario sentido del humor que solía hacer mas mullida esa almohada de sueños que fue la Asamblea Constituyente de 1946 en la que le tocó participar.

El trío de poetas todos nacidos en el mismo estado venezolano. Las casas en las que transcurrieron sus infancias muy cercanas entre sí. Se puede ir a pie desde la de José Antonio Ramos Sucre y hasta la de Andrés Eloy Blanco, la del tercero en cuestión está apenas a 20 minutos desde el Puerto de Cumaná.

Cruz Salmerón Acosta nació 2 años después de José Antonio Ramos Sucre, se fue un año antes que el a estudiar en la Universidad Central de Venezuela Ciencias Políticas y se toparon en sus pasillos hasta que el gobierno de Juan Vicente Gómez ordena el cierre indefinido de sus aulas en 1913 como respuesta al conflicto generado por la Asociación General de Estudiantes, organización que protestaba por la manera como la dictadura impuso las autoridades rectorales de la primera casa de estudios universitarios del país. Ya para esa época Cruz empezaba a padecer el adormecimiento de sus manos y dolores en los brazos, síntomas de una enfermedad como la lepra que significaba la muerte en vida, pues por su condición de incurable y contagiosa implicaba el aislamiento del paciente dando al traste con cualquier proyecto de vida imaginado por un joven de apenas 21 años de edad. Los pacientes de humilde extracción social eran confinados en lugares donde transcurrían sus días en una tumba con puertas y ventanas compartida con otros de su misma situación de salud. Los de mayores posibilidades económicas eran aislados en sus casas; en ambos casos era la ansiosa espera de la llegada de la muerte que serviría de alivio a tanto sufrimiento. Cruz no se reincorporó a la UCV una vez levantada la medida de cierre y por ende no obtuvo el lauro académico al que aspiraba, no pudo vivir a plenitud su romance con Concepción Bruzual Serra, no estuvo presente en la bienvenida a Andrés Eloy Blanco a su regreso de España donde había permanecido un año luego de recibir el Primer Premio en los Juegos Florales de Cantabria por su poema “Canto a España” conformándose con recitarlo a viva voz mientras el barco echaba sus anclas en el muelle de la otrora Nueva Toledo. Una vida signada por el tormento de una enfermedad tremebunda, que condicionó además su creación literaria inicialmente enmarcada según Medina (1994) como románticos o parnasianos, movimiento preocupado por la forma. El encierro de Cruz María circunscribió la temática de su obra según Castro (1990) a “sus recuerdos dolientes, el paisaje de la región, su reflexión acerca de la muerte, acerca de Dios, la vida”. Visitar Manicuare, recorrer la calle costanera que lleva a la “Casa del Poeta”, como le dicen sus habitantes resulta una experiencia mística, pues los pocos lugareños que se encuentran durante el soleado trayecto que tiene como banda sonora un leve rumor de mar y el chapoteo de los peñeros varados saben que el viandante se dirige al encuentro de un destino trágico, aquel mar en una calma absoluta que roza a la de los sepulcros, un cementerio de un solo inquilino. Santuario de palabra, papel, pluma, ventana, azul, una leve sombra del árbol que está en la puerta, mar y mas mar. Apreciar desde la casa construida en un pequeño cerro el brumoso mar de cuaresma, la silueta de una ciudad geográficamente accesible en una navegación en línea recta y cercana, separado por unos pocos minutos y  la humildad de una lancha, emocionalmente; intensa e inasible. Podemos imaginar la efervescente mente del poeta  evocando a Conchita en sus diversas facetas; la de mujer piadosa caminando hacia la Iglesia de Santa Inés, frente al espejo viéndose el vestido a la medida recién hecho, buscando entre los barrotes de la ventana de la fachada de la casa su figura antes gallarda ahora destruida por el lacerante bacilo, saliendo al zaguán a sentir alguna brisa fresca venida de Manicuare que sea portadora de nuevas del atormentado sin importar si buenas o malas.

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