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La Felicidad como Proyecto Político

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La Felicidad como Proyecto Político

La adopción de la felicidad como proyecto político o de vida no debería generar controversia alguna en esta época. Sin embargo, puesto que la felicidad es un término relativo, la forma de calcular dicho estado de ánimo puede generar malentendidos e injusticia. Grandes filósofos y personajes históricos dedicaron gran parte de su vida a desarrollar doctrinas acerca de la búsqueda de la felicidad y/o la disminución del dolor.

El utilitarismo es la filosofía moral más emblemática en el mundo occidental para la búsqueda de la felicidad o el placer. El padre fundador de esta doctrina fue el filósofo inglés Jeremy Bentham. Durante la edad contemporánea, Bentham utilizó su doctrina ética de corte liberal como estándar crítico contra leyes, costumbres y creencias conservadoras, inspirado seguramente por Epicuro, entre otros. En pocas palabras, para el utilitarismo el máximo bienestar para el máximo número es la medida del bien y el mal (“It is the greatest happiness of the greatest number that is the measure of right and wrong”*). La utilidad también es definida superficialmente como placer, bienestar económico y ausencia de sufrimiento.

La influencia de esta doctrina en el continente americano se puede evidenciar en varios escritos de los próceres independentistas (Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Thomas Jefferson, entre otros), y especialmente en el Discurso de Angostura de Simón Bolívar del 15 de febrero de 1819: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Cabe destacar que Bolívar prohibió en 1828 los estudios de Bentham en las universidades públicas de Colombia, después de sufrir un atentado a manos de jóvenes idealistas seguidores de Bentham (véase “La Querella Benthamista”). Sin embargo, después de la muerte del Libertador, Santander levantó la prohibición de estudiar la filosofía de Bentham cuatro años después, en 1832, cuando se convirtiera en Presidente de Colombia**.

El 2 de junio de 1974, el monarca de Bután, Jigme Singye Wangchuck, dijo: “La felicidad interior bruta (FIB) es mucho más importante que el producto interior bruto” (El País, Sociedad, 29 de noviembre 2009). Dicha filosofía no proviene obligatoriamente del utilitarismo, sino del budismo, puesto que el lama reencarnado Mynak Trulku señala que “todas las criaturas vivas persiguen la felicidad. El budismo habla de una felicidad individual” (ídem). El proyecto de la felicidad interior bruta puede ser catalogado como idílico, ingenuo y fuera del contexto actual de globalización por muchos occidentales. No obstante, representa la política de Bután y su modesto modelo de desarrollo desde ese entonces.

Por otro lado, uno de los políticos recientes más carismáticos, el expresidente uruguayo José Mujica, expuso en la Conferencia de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (Rio +20) en 2012:
El desafío que tenemos por delante es de una magnitud de carácter colosal y la gran crisis no es ecológica, es política. […] ¿Y la vida? Porque no venimos al planeta para desarrollarnos en términos generales. Venimos a la vida intentando ser felices. Porque la vida es corta y se nos va. Porque ningún bien vale como la vida y esto es elemental ¿Pero si la vida se me va a escapar trabajando y trabajando para consumir? […] [P]obre no es el que tiene poco, sino […] el que necesita infinitamente mucho y desea más y más.

El gobierno venezolano también ha asumido la felicidad como proyecto político al integrarlo en el Plan de la Patria en el 2012 y al crear el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo. Sin embargo, que uno de los países de América Latina con los índices más altos de corrupción, criminalidad, polarización, y escasez se ubique en el puesto 23° a nivel mundial y 4° a nivel regional en el Informe Mundial sobre la Felicidad 2015 genera controversia y duda sobre la efectividad de dicho informe. Otro hecho que llama poderosamente la atención es el caso de Islandia, que figura como el 2° país más feliz del mundo a la vez que es uno de los países más consumidores de antidepresivos del planeta, según el reporte Health at a Glance: Europe 2012 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, siglas en inglés).

Parafraseando al exmandatario uruguayo, ni se trata de regresar a las cavernas ni de hacer un monumento al atraso, puesto que el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad humana. En ese orden de ideas, surge no solo una pregunta política o ecológica, sino también cultural: ¿querrán los alemanes o españoles intercambiar su situación con los venezolanos, que lograron mejor evaluación en términos de felicidad? En ese sentido, Stuart Mill, uno de los representantes más conocidos del utilitarismo junto a Bentham, se diferenciaba del fundador de dicha doctrina al decir que existen placeres más elevados. En otras palabras: entre más complejo es un ser, más estimulaciones necesita éste para lograr su satisfacción.

Por tal razón, vale preguntarse: ¿debemos ser más conformistas para ser más felices? Y asimismo: ¿existen placeres superiores e inferiores? La posición de Stuart Mill – la cual condena la filosofía del conformismo o de los cerdos – puede resultar elitista:
Pocas criaturas humanas consentirían ser convertidas en cualquier animal inferior por la promesa de disfrutar extensamente los placeres de una bestia; ningún ser humano consentiría convertirse en un tonto, […] a pesar de poder ser persuadido de que el tonto […] se satisface más con su suerte que con la de ellos***.

En ese orden de ideas, Mill concluía: “es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho. Y si el necio o el cerdo tienen una opinión diferente es porque solo conocen su propio lado de la cuestión. La otra parte de la comparación conoce ambos lados”. El tema se torna aun más complicado en un mundo cada vez más interconectado debido a la tecnología, donde los ciudadanos más pobres del mundo tienen conocimiento de los placeres y los lujos del “primer mundo”. Inevitablemente, hay que lidiar con la pregunta: ¿si todos los ciudadanos de China e India – por citar un ejemplo – desearan imitar este estilo de vida occidental, aguantaría el planeta el actual modelo de desarrollo?

Es evidente que las teorías y las formulas para medir la felicidad y/o el bienestar resultan insuficientes debido a que las mismas están sujetas, entre otras cosas, al tiempo, espacio y al carácter dinámico del ser humano y de la sociedad. Por tal motivo, el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz ha resaltado de igual manera la dificultad para calcular el bienestar social y duda acerca de la efectividad del Producto Interno Bruto (PIB) para medir los niveles de vida, debido “a su insatisfacción, y la de muchos otros, con el estado actual de la información estadística sobre la economía y la sociedad” (El País, Negocios, 20 de septiembre 2009).

Asimismo, el Prof. Lorenzo Fioramonti (Universidad de Pretoria, Sudáfrica) advirtió en una ponencia titulada Políticas Globales & El Poder de los Números (Global Politics & The Power of Numbers) organizada por el Foro de Berlín sobre Políticas Globales (Berlin Forum on Global Politics) no sólo sobre el uso y abuso de las estadísticas en políticas globales, sino también sobre el afán de querer medir absolutamente todo: desde la felicidad hasta las recursos naturales, como sucede con el método de medición que llamamos “contabilidad del capital natural” (natural capital accounting), que en términos de acervos y flujos (stocks & flows) conducirá a la mercantilización de dichos recursos en nombre de la sustentabilidad.

Si bien es cierto que se critican los resultados del Informe Mundial de la Felicidad, ampliar la variedad de estadísticas socioeconómicas también podría generar controversia – por la simple razón que permitiría a los gobiernos de turno el uso discrecional de las mismas en detrimento de la veracidad. También es verdad que la avaricia genera insatisfacción y que el modelo capitalista actual promueve el consumismo a través de la obsolescencia programada en un planeta adolorido. Por ello, nadie en su sano juicio debería ofrecer como alternativa la noción de felicidad de Aldous Huxley en su obra Un Mundo Feliz (Brave New World), donde se manipulan embriones para crear una sociedad conformista.

[*]  Bentham, Jeremy (1776). A fragment on government. Texto digital disponible en: http://www.constitution.org/jb/frag_gov.htm. Consultado el 27 abril 2015.

[**] Para más al respecto, consulte: http://www.ucl.ac.uk/Bentham-Project/news/archive/2002_archive/bentham_ban

[***] John Stuart Mill (1969). Essays on ethics, religion and society (ed. J. M. Robson; pp. 6-32). En: Collected works (vol. 10). (Routledge & Kegan Paul: Londres)

5 Comentarios

  1. Buen artículo. Laureano Márquez lo resume de esta manera: «Definitivamente hay momentos en que uno duda de si Venezuela es realidad o ficción. Surrealismo total. Esto es Macondo con Orwell.»

  2. Tengo un amigo que siempre duda de si mí decisión de apostar por mí felicidad fue acertiva, si no sería más lindo, caótico, chévere y más cargado de bohemitud escoger ser infelizmente crítico, más preocupado por cuestiones ontológicas, ustedes saben… más rancio . La cosa es que él no puede verme como un necio al bruto porque soy muy sabio para eso ni muy sabio porque decido en banda sostenerme en la ignorancia. No me puede ver muy corriente porque estoy algo enfermo de la cabeza, ni tampoco tan descabellado porque suelo ser muy pragmático.
    El resultado es que a mi buen amigo lo confundo, lo dejo con náuseas. Pero él está lo suficientemente jodido para ver con gracia el estar mareado, y yo estoy secretamente destruido, soy una integridad de trozos irreconciliables que se encuentran por la fuerza del absurdo.
    A mí me encanta confundirlo, me llena, me parece hilarante. A él le satisface estar confundido, le gusta no poder conocerme, pues me encuentra tan absurdo como soy.
    Soy felizmente absurdo… bueno, lo somos.

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