El inseguro…

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No sé si expresar mis miedos o sólo escribir al azar para mantener mi ego a salvo. No sé si dormir con el televisor encendido o con las ventanas abiertas. Puedo despertar con el mismo pensamiento que con el que me dormí. Mi nombre creo que es Brian, o al menos eso creo ya que no le creo nada a mi madre luego de que la vi revolcándose con el plomero de la casa y mi padre la botara de la casa para que desapareciera de su vida, cosa que jamás sucedió por la gran depresión en que cayó. Tal fue aquella depresión que un 22 de mayo, un día antes de su cumpleaños se ahorcó en su cuarto mientras vestía el mismo traje lujoso que usó cuando se casó con mi madre. Ya no quería vivir, y lo comprendo. Una sociedad tan asquerosa como la nuestra, tan injusta, y que después el amor de tu vida te engañe con un simple trabajador de plomerías. A eso me refiero.

Sin embargo no crean que mi inseguridad ante cualquier decisión venga de los sucesos imprudentes de la desaparición de mis padres, bueno en realidad no lo sé. Esta inseguridad es una mierda. Me ha privado de tantas cosas, como por ejemplo una relación estable. No sé de verdad cómo he hecho para cogerme a tantas chicas. No, no soy el chico más atractivo de esta ciudad, ni tengo yates ni tengo una cuenta en Suiza o alguno de esos países inhóspitos y donde no pasa nunca nada. Soy un clase media cualquiera. Me visto bien, eso sí. No tengo nada que otros hombres tan iguales como yo puedan envidiar. Tal vez mi manera de hablar sea algo en que le guste a las chicas. Una que otra me ha dicho que beso bastante bien, otras simplemente se olvidan de la noche que estuvimos juntos.

No tengo una cuenta exacta para decir con cuántas me he acostado, pero sí les puedo decir que han sido desde muy pequeñas hasta muy viejas. No me critiquen por algo que sucede cotidianamente en las grandes ciudades. Sucede tanto en ciudades como New York, pasando por las nublosas y culturales ciudades de República Checa, hasta llegar a una ciudad ”futurista” como Tokio.

Mi primera experiencia sexual fue muy atípica a las de un adolescente cualquiera. Todo sucedió muy rápido. Fue precisamente el mismo día que supe que podía masturbarme, y que lo disfrutaría como hombre. Tenía en ese momento 12 años. Me había levantado temprano para ver mis comiquita favorita, y cuando voy llegando a la sala escucho unos gemidos impacientes, era una voz que reconocía: mi prima, que tocaba cuidarme ese día, tenía encima suyo a un chico, no me acuerdo si era su novio, eso no importa. Los dos estaban desnudos. Él en su posición de misionero jamás se dio cuenta que los estaba viendo, y en vez de resguardarme en mi habitación, vi cómo mi miembro sometió mis deseos. No sabía qué hacía cuando me bajé la bragueta del pantalón y mi mano, suavemente e inocente empezó a domar más que mi miembro, mis pensamientos que hace unos momentos estaba más pendiente de una estúpida comiquita de una esponja de mar y su amigo amorfo estrella de mar.

No crean que me encanta recordar que con la primera persona que me masturbé fue con mi prima haciendo el amor en el mueble de la sala, pero tampoco puedo fingir que no pasó. Hoy en día no sé si darle las gracias a mi prima o simplemente señalarla como la culpable de mis fetiches sexuales.

Bueno, ya que les conté la ”horrorosa” historia de mi primera vez masturbándome, ahora debes escuchar el cómo perdí la virginidad. Sucedió unas horas después, a unas pocas cuadras de mi casas. En el hogar de la señora Claudia, la mejor amiga de mi mamá. Ellas eran bastante unidas, se contaban todo: desde cómo tiraba mi padre, hasta los detalles de las posiciones en que lo hacían..

Ese día en que vi a mi prima tirando mis padres me llevan a casa de la señora Claudia porque esa noche iban a una obra de teatro y no tenían con quién dejarme sino con ella. Claudia era una señora muy atenta, demasiado diría yo. Cuando me dejaron en la puerta de su casa, me recibió con un banquete de galletas de chocolate, mis preferidas. Vivía sola. Su marido había sido arrollado en la autopista mientras trataba de arreglar su carro accidentado. Muerte al instante. La vida de Claudia nunca volvió a ser normal. Casi no salía de su casa. Tenía miedo de manejar -lógica razón-. Claudia era bella. Pelirroja natural, con bastante pecas en la cara -y en los senos ni se imaginan-. Sus ojos eran grises, casi podías ver la degradación que tenían. Flaca y con buenas caderas. Su mirada era algo desafiante, intimidante. Recuerdo sus intenciones casi obvias de desgarrarme el pantalón mientras me gritaba: «¿Quieres que sea tu madre hoy?».

Todo sucedió muy rápido.Veíamos una película, una de las tantas que hizo Woody Allen, y de pronto ya la tenía encima mío. No sé si decir que me violó, porque lo cierto es que me gustó, y seguí yendo a su casa una vez a la semana para que me cuidara como se debía -y vaya que lo hacía-. Cada semana me enseñaba una nueva posición del libro grandísimo de Kama Sutra que tenía en su biblioteca. Era bestial. Con ella aprendí a ser un hombre. Supe que enamorarse no es como lo pintan. Es una mierda, y más si te enamoras de una vieja sedienta de sexo. Luego de unos años me di cuenta que no era el único joven que le metía mano. Diego, mi amigo de la infancia, me contó que ella hacía lo mismo con él cuando era chamito.

Lo peor de todo es que no sé por qué soy así. Tal vez haya sido por ver a mi prima tirando o que una vieja me haya violado a tan temprana edad. Descifrarme ha sido una de las funciones que he tratado de cumplir a cabalidad todos estos años. Pasé por la secundaria, nunca fui de tantos amigos. Recuerdo a la primera profesora de Historia que tuve en el liceo. Tenía el nombre, ni más ni menos que el de la prof. Claudia. Una completa mierda. No podía concentrarme en sus clases. Sentía que me quería violar las veces que preguntaba por mi tarea.

Un día, después de tanta intimidad que me producía con su sola presencia, me decidí confrontar los misterios de mi adolescencia. Al terminar la última clase del año escolar, y después de que todos mis compañeros salieran al recreo, me quedé viendo a la profesora Claudia cómo recogía sus libros, cómo la falda que tenía dejaba al descubierto las esplendidas piernas que me mataban, Su camisa de vestir blanca permitía que a la vista humana se le viera el sosten rojo que llevaba puesto. Mi pene se creció junto a mi excitación constante de los latidos. Ella se dio cuenta, no sólo de mi presencia sino de mi eterno acompañante. Sonrió con cierta astucia. Su cierta sonrisa me dio hincapié en actuar, y rápido. Me levanté del pupitre, caminé hacia su escritorio sin pensar. Le agarré las tetas de melocotón que tenía. No le gustó. Forcejeamos con cierta dureza. Le tapé la boca para que se callara.

La profesora Claudia era flaca, no tenía casi fuerza como para poder defenderse de las ansias hormonales de un adolescente. Sin embargo, entre tanto forcejeo ella logra zafarse y me coloca en el piso de un solo golpe en la cara. Al llegar el Director de la institución junto a cinco compañeros de salón que habían escuchado los gritos míos y de la profesora Claudia, ya ella tenía su pierna completa en mi cara.

Lamentablemente -para ella- la acusaron de abuso infantil y fue despedida de inmediato. Luego supe por un amigo que la profesora se había entregado a las drogas. Cocaína, LSD, y demás. Lastima que no se adaptó a esta vida tan…cruel, diría yo. Y digo cruel, no como sarcasmo de que a mí no me hicieran nada, sino cruel porque todo fue culpa de mi prima. Esa desgraciada hizo mi vida miserable. La seguí viendo en las reuniones familiares, pero la veía y sentía que estaba desnuda. Sentía que se follaba a mis tíos en una especie de orgía. Era muy asqueroso esa escena. Al verla me producía nauseas. Una vez vomité por su presencia inagotable. Todos pensaron que fue porque estaba ebrio, que estaba en la mierda. Pero no, fue por su asquerosa presencia de mierda.

Todo empezó con un odio irracional a su presencia, luego las escenas de vómito a causa de nauseas iracundas, todo por su estúpida y maldita presencia. Y ahora, a pesar de que su presencia en este mundo haya desaparecido por completo, sigue jodiéndome la vida. Es culpa de ella que esté en una celda esperando que los policías imbéciles logren atar la soga de mi partida, de mi olvido. Sólo espero que alguien encuentre esta carta antes de que encuentren el cuerpo sin vida de mi querida profesora.

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