El Muñequito blanco, equívocos y aciertos que la infancia no discierne.

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cap3
Carlos Andrés Pérez ( instantánea de fotógrafo desconocido).

Hay corazonadas; sí, tú sabes, esos golpes de circunstancias que condenan la mentira,  esos azares que te convidan a ver con otros ojos lo que muchos no ven. Seguir lo que te dicta el corazón es sumamente peligroso para las estadísticas; pero puede que salve a los políticos, cuando han perdido toda credibilidad. Mi tía, la Emperatriz de la política en la familia, la blanca y robusta madona que se sentaba en su maría-palito con la cesta llena de mangos de azúcar para embadurnarse las manos, quedar harta con las hebras amarillas enredadas en los dientes y reventar en pánico por las sanguijuelas; de repente ponía mirada de visionaria, su mirada profética… “Nos vamos a Venezuela”, así salió de su boca perfumada con trópico y moscas, y así sucedió. Yo de esos años muy poco puedo recordar, es una carrera que nunca gano, pero lo poco que me queda tiene más color que las noticias, que las propagandas y las fotografías que ayudan a mantener unificada la memoria de un país que da saltos de dictadura a dictadura, que desfila riqueza de oropeles y escasez; la  Barbie coronada de carne y hueso, con las ocho o siete estrellas, no sé;  todas las  revoluciones, los golpes, el redentor; y de nuevo aparece el caudillo que engorda y se convierte en dictador, todo tan cíclico, que te mareas cuando vas  en el metro y piensas… ¿qué más nos puede pasar?

Es de mañana y el frío empieza a disiparse al ritmo de mis pulsaciones, otra buseta perdida, otra cosa que casi alcanzo; encogida de hombros me devuelvo a la parada con mis ideas todas frescas y con el retrovisor sin espejo, mi mente busca respuesta en el pasado… Carlos Andrés Pérez. El día anterior mi pereza y mi dislexia solo me conducían a Wikipedia por su biografía, no me sentí satisfecha con el texto,  busqué notas de prensa que por lo menos me alentaran a seguir creyendo  que algo  blanco o algo bueno había en ese hombre que caminaba y saltaba charcos. Un chico escucha en su Smartphone “21 Guns” de Green Day  y me devuelve la sonrisa; como si los dos, esperando la próxima buseta, guardáramos el mismo  secreto. La hipnosis duró un minuto. Con la radio a todo volumen el chofer en su carcacha nos hacía señas de que subiéramos. Adán y Eva fueron expulsados del paraíso. Poco a poco regresa mi oído a deslizarse, empieza a sentirse bien mientras el comentarista llora por que  los Magallanes no ganaron la final,  y para mi sorpresa el locutor decide usar – para burlarse muy  finamente de “los de arriba”-, el Jingle de la campaña electoral con la que el gocho CAP ganó la presidencia. Antes de que yo naciera Venezuela estaba bañándose en su oro negro. Entonces recordé que mi tía había colaborado en su segunda campaña, en la que volvió a ganar CAP. Aunque ya no se limpiaban en las noches las avenidas de Caracas con agua y jabón, podía verse el lujo y la opulencia de lo que alguna vez fue la Arabia Saudita de América, después de la celebración los papeles duraron meses vistiendo tornados escuálidos.  La intentona de golpe nos agarró en plena calle, llegaba con mi prima de Cartagena, ya en casa y a salvo entre los brazos de la tía Empe me sentía segura , me agaché y saqué debajo de  la cama una caja de zapatos, tomé mi diario  para escribir: “Este es un día que no puedo olvidar”. Pero a la final lo único que recuerdo es que era Noviembre, mi mes favorito.  La heredera del loco gen de la alcurnia y la videncia que le venía por la vena materna, volvió a abrir la boca: “Nos vamos de este país”.

Todo el día me la pasé tarareando “Ese hom-bre si camina, va de fren-te y da la cara”.  Ahora  de regreso, de regreso a casa y al presente, no podía despedirme de las profundidades de la otredad sin mi último encuentro con el mundo ido: volver a ver al muñequito de traje blanco y corbata negra, con la calva reluciente, las manos alzadas y la cara feliz de la victoria; un Ken de publicidad política que existió y que ya yo no recordaba. Verlo en el monitor, en imágenes de Google me hizo caer en cuenta que es imposible tratar de buscar el porqué de la vida en naturalezas muertas. Lo único que mantengo con firmeza es que las corazonadas de las madres muy poco se equivocan, y  que todo pueblo tiene un corazón y vísceras y huesos, y que  se puede caminar sin ellos cuando te conviertes en un lobo hambriento y te da por comer universitarios o vagos o delincuentes que saben o no saben lo que está pasando. A cierta gente le importa conservar lo mejor de la infancia, como un pañuelo blanco almizclado para las despedidas, muchas  imágenes quedan grabadas y salen como una burbuja de aire a la superficie del agua cuando  llamas a los espíritus  que conspiran a través de su torpe médium. Pero tú sigues siendo lobo; entre tú y yo hay grandes diferencias irreconciliables, aunque somos de la misma manada, prefieres la sangre por que es roja y no por la razón que transporta de vasos a arterias la sustancia que forja a hombres apasionados que con toda su locura desvían el curso, para bien o para mal, de toda una nación.

La senilidad nos hace caer en la trampa, igual que le sucede a los niños, de engrandecer nuestras anécdotas, en eso mi tía cayo completica cuando la escuché decirle a sus amigas de la iglesia que ella había sido secretaria de estado de la república de Venezuela, pero después de los sucesos del Caracazo se mantuvo exiliada todo este tiempo para no ser expuesta a la picota por sus adversarios. Quizás se haya confundido como  lo hice yo con el muñeco de plástico, tal vez le puso los órganos que dan vida al alma; por eso ama profundamente esa figura, y lo entendió siempre y lo indultó siempre; porque al fin y al cabo, solo era un hombre que amaba realmente a su país. Y yo me quede sin respuesta. El pasado no siempre es tan blanco como la memoria de la infancia.

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