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Al final del oasis

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Al final del oasis

Uno de los géneros más difíciles para escribir (aparte de los cuentos infantiles y los haikus) es la literatura erótica. Acá les comparto un cuento que escribí hace un tiempo. Espero que no los deje insatisfechos:

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No había querido que prendieras tu celular, ese acto hubiera sido el fin, el quiebre del tiempo estático de tu silueta en mi cama, hubiera significado romper con la sinuosidad de tu cadera en mi mano, de estas manos llenas de caricias, se hubiera detenido la respiración de tu boca sobre mi cuello y mis dedos no hubieran podido bajar hasta esas redondeces casi etéreas de tus nalgas, tu cabeza no se hubiera echado hacia atrás arqueando tu espalda con un ¡ay! apagado ni te hubiese preguntado en broma si te dolía algo, ni mucho menos hubieras podido reírte y reprocharme “pero déjate besar”, menos reírme mientras mi lengua juega con una de tus frutillas dulces y delicadas de tus pezones, ni tu mano estuviera masturbándome, ni podido jadear ni pasar mis labios por tu cuello, ni mucho menos pasar mis dedos rozando tu otra sonrisa húmeda y caliente, esa que usa un lenguaje secreto y silencioso para llamarme. De ser así, no hubiera podido besar tus huesudos hombros, ni tu espalda, ni tus muslos, como me lo pediste en aquel mensaje. No estuvieras de espaldas y con todo mi cuerpo encima de ti para darte calor y pasando mi lengua por tu oreja y tú sintiendo esos latigazos en tu entrepierna…, ni tampoco estuviera mi lengua pasando por esa cavidad tuya tan húmeda, lamiéndola, sorbiéndola, penetrándola, ni tampoco hubieras pedido con tu cuerpo que me acostara bocarriba para que te sentaras sobre mi cadera y te penetrara y que fuéramos olas de mar que chocan contra las piedras y el tiempo y el espacio se hacen uno solo en nuestros cuerpos desnudos y vibrantes y solos y es una soledad compartida un deseo que nos llevó sin querer casi sin pedirlo enlazando nuestros cuerpos sean como una pintura o una fotografía es la risa de mi cuerpo sobre el tuyo no hay peso no hay presión sólo pieles y humedad y son esos ojos cerrados y tu boca entreabierta tu jadeo tu grito sordo el calor, ese descenso, esa quietud, esa sonrisa tuya que me encanta, ese abrazo fuerte como si quisieras meter tu cuerpo dentro del mío, ni habrías hecho ese suspiro, ni te hubiera preguntado “¿Y ese suspiro?”, ni me hubieras mirado sonreída y no hubieras respondido: “Vino así nomás. Tiene vida propia”. De haber sido así, no me hubiera dedicado a acariciar tus senos con mucha delicadeza, éstos no se hubieran puesto turgentes y no hubieras dicho: “Estos pezones no son discretos, mira cómo se ponen, son unos delatores”, y mi pene tampoco se hubiera puesto delator, al estar tan cerca de la otra boca tuya, húmeda y caliente, ni te hubieras acostado de lado para entrar en ti por detrás y que tus piernas se entrelacen con las mías y seamos de nuevo esa pintura que aún no se ha creado y besar tu cuello mientras somos una misma cadencia y tu orgasmo es casi instantáneo y dejo liberar todas mis mieles dentro de ti y sin querer nos quedamos dormidos y somos de nuevo un solo abrazo, una sola piel. Todo eso no hubiera pasado, no habría sido el oasis, si no hubieras encendido tu celular para ver la hora y decir: “Debo irme”.

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Mido un metro setenta y cinco. Tengo una docena de libros. En mi cuarto hay un altarcito con un Buda. Me gusta el color azul. A veces me despierto alunado. Prefiero los gatos a los perros, porque no existen gatos policías. Soy de acuario, pelo negro. No colecciono nada, guardo la ropa ordenada. Me aburro en las fiestas y soy de pocos amigos. Tengo los ojos color café tostao. Dicen que soy bueno, aunque no sea bautizado, y aún no me llevan las brujas. Nací a las siete y media de la mañana. No creo en ovnis ni en zombies (pero de que vuelan, vuelan). Uso prendas talla "m". Prefiero quedarme en silencio. Duermo del lado derecho y con franela si hace frío. De la vida yo me río, porque no saldré vivo de ella. No uso saco ni corbata, ni me gusta el protocolo. Estoy en buena compañía, pero sé cuidarme solo. No me complico mucho, no me estanco, el que quiera celeste, que mezcle azul y blanco. No tengo adicciones, mas que de leer y estar solo. Antes creía que no tenía miedos, hasta que vi la muerte a milímetros. No me creo ningún macho y soy abstemio, aunque si hay una buena compañía y un vinito se me olvida esto último. Prefiero más a los animales que a la gente. No tengo abolengo y dudo mucho que tendré herencia. Tengo una rodilla que a veces me fastidia. Tengo cosquillas, no las diré hasta que las descubras. No traiciono a mis principios, que son cinco. Me gusta ser muy sincero, por eso no hablo mucho. (Inspirado en una canción del Cuarteto de Nos)

3 Comentarios

  1. Para ser una “primera vez” no saliste tan mal parado. Te lo digo porque mi escritura siempre ha tirado más hacia el erotismo.
    Iniciarse en este arte es como seducir una virgen, no puedes irte de bruces y meterle el lápiz al papel violentamente, plasmando penes y vaginas a diestro y siniestro. Escribir erotismo es iniciar una atracción lenta, un baile lánguido, delicioso y sugerente. Es una caricia de palabras y metáforas, que si no, es fácil caer en pornografía escrita.
    Desnudas el alma, pero más que todo la piel, mezclando los sentidos, y es que debes hacer uso del ejercicio de la memoria, de ese olor, ese sonido o sabor que te catapulto en un momento a un orgasmo y plasmarlo luego en un éxtasis literario.
    Y repito para ser tu primera vez, ha sido un buen debut.

    ¿Tienes algo más por allí guardado?

  2. Siendo un primerizo, es agradable recibir esos elogios, aunque podría ser un arma de doble filo… Sí tengo algunas cosas escritas por ahí…

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