La verdadera Historia nunca jamás contada.

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Bolívar no nace un 24 de julio de 1783, el Bolívar que hoy conocemos, no es más un personaje histórico, de su tiempo, de su época, de un pasado consumado, ni una genialidad dentro de muchas, con apellidos y anónimos, ni tampoco un ser que sucumbió a la muerte un 17 de diciembre de 1830. Se trata de un ser, que no es ser porque eso empequeñece su grandeza, no es de ésta tierra, ni hijo de humanos, su especial concepción es mucho más espectacular y fantasioso que cualquier deidad parida por cualquier mente humana.

Como todo ser excepcional de grandes poderes únicos y sobrehumanos, los años son pequeños instantes donde se conjugan siglos de existencia, aún dentro de la escala humana, su tiempo es inagotable y traspasa lo que muchos llaman años.
Aunque ubicado en el siglo XIX de la existencia pagana, profana y maldita siempre y eternamente mundana, el antes no existe, porque en el caos y en la oscuridad, no puede haber certidumbres ni buenas hazañas. Las certezas son, únicamente de que no hay tales. Viene a marcar ese después glorioso y eterno. Viene a derribar los pasos agigantados del oprobio y la anatema ignominiosa de los demonios que dominaban la existencia.

Con la manía y el pecado netamente humano, afán terrible de datar, contar, reflexionar, convencionalismos usados por las mentes medianas que, fueron capaces de atreverse a refutar la encomiable labor antigua de medir el tamaño de las alas de los ángeles, o de descubrir su sexo, como si con ello se empequeñeciese su grandeza y realidad, ¡obvio! dirían los inmaculados celebrados cerebrados expertos en teología y astrología ancestral, nuestros maestros.
Podemos decir con suprema eterna y galáctica afirmación, como aquél santo que habló con pajaritos, y como otro prócer de nuestras tierras que también lo emuló, que dios nació en Venezuela aproximadamente en 1833 y se oficializó en los años 70 de ese siglo, tres años después de su último transitar por el averno terrícola y de ascender al lugar de donde provenía desde el principio a redimir nuestros pecados.

De allí se descubrió, o bueno, se dio como revelación, lo grande y excelso que era su historia y el absurdo crimen que los venezolanos habíamos cometido al sacrificar a tan grande dios.

Como toda historia de dioses y demonios, no fue Juan Vicente González su escriba, ni reencarnó en Guzmán, Castro, Gómez, López Contreras ni Pérez Jiménez. Todos falsos profetas que se han atrevido a profanar la sagrada memoria de la patria. Su real y excelentísimo señor de reyes reencarnó en el que nació en sabaneta de Barinas, coincidencia y destino privilegiado lugar de nacimiento de quien hoy escribe esta crónica sagrada, que me dicta la infinita sabiduría que oigo desde las alturas. Barinas la cuna de la providencia misma. Dos muertes han pasado y la lucha entre el bien y el mal se hace más latente. De nuevo la historia se repite, la segunda venida fue abortada gracias a nuevos malévolos descubrimientos profanos, ejecutados desde el imperio del mal mayor, al inocularle subrepticiamente una terrible enfermedad llamada Apatrioticiditis. Suerte para nosotros que hoy existe un tercera reencarnación, ésta vez no en el mismo procedimiento anterior de nacimiento, sino que desde una tierra lejana tuvo la inteligencia de encontrar una virgen que con el espíritu sagrado nació su hijo Modoros.

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