ENCERRADO EN ÉSTA, MI CIUDAD.

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No sé por dónde empezar esta trágica historia, donde los muertos gobiernan merodeándose por los pasillos de un país que nada tiene que ver con escritos de cualquier soñador. La utopía se quedó pendeja. Cabalgatas hacia la libertad se han vuelto más ajenas a nuestro ser, a ese que manifestaba Sartre. Ya no somos lo que queríamos ser. No nos acercamos lo más mínimo a lo que una vez pensamos que sería esta tierra inolvidable, de paisajes enormes que arropan tu vista. Con los inmensos y mágicos cerros y barrios que acordonan la celda de los muertos vivientes, porque eso somos. Nos llamamos humanos, pero cuánto nos cuesta pensar y actuar. Nos creemos inmunes a la muerte cuando es de día. Pero cuando la noche asoma su soledad, allí hasta el más alzado corre a ver si llega vivo a su casa, donde lo espera su novia, tan ardiente como la minifalda que compró recién en el mercado para celebrar su aniversario. En el día somos fuertes, pero en la noche hasta el más leve sonido se vuelve enemigo automático de nuestras debilidades. El miedo es nuestro caminar, nuestro tumbao’ y nos estamos acostumbrando a que nos griten, a que nos obliguen a ver Caracas de noche desde nuestro ventanal.

Encerrado en ésta, mi ciudad de madrugadas que merodean suspiros ajenos a la incertidumbre. Mediodías de desespero por las colas infernales que nos dañan la hora de almorzar. Tardes que anuncian el fin del ciclo laboral donde se vacían los edificios de los ministerios y de las torres de empresas privadas. Las mujeres, con sus grandes tacones y sus vestidos tan versátiles que hacen que cada hombre se les quede mirando para descubrir la suerte de un piropo. Locales comerciales abarrotados de miseria, de consumismo inaudito. Donde el visitante espera obtener los mejores par de zapatos para lograr la impresión de sus amigos. Nos regodeamos en esperanzas que poco a poco se van desvaneciendo. Encerrado en ésta, mi ciudad llena de enigmas en las miradas que se tocan en el metro. Miradas fidedignas de querer ser amor a primera vista, pero resultan ser un adiós.  Dejar de imaginar y dejar de pensar es ya una efímera realidad. Así se vive en Caracas. En este gran valle que nunca nos deja de asombrar con su pasado que se fue, y que jamás regresará.

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