Mi hijo

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A mi hijo se le notaba la cara distinta ese domingo, estaba como distraído. Se paseaba por la sala como un sonámbulo con su teléfono inteligente entre manos, como quien busca una solución en las adversidades. Intenté preguntarle qué pasaba pero solo recibí evasivas. Todo está bien, viejo, me dijo. Ajá, le respondí, y seguí viendo el noticiero.

El lunes llegó de la universidad más temprano que de costumbre y con el mismo carón. Le volví a preguntar y me dijo que no pasaba nada, que sólo tenía hambre porque no había comido. Allá hay pan, le respondí, y seguí viendo el noticiero.

El martes no lo vi. Salió temprano y llegó tarde, cuando ya yo estaba en el quinto sueño.

El miércoles preparé un asado como los hacía mi esposa. Era un intento, al menos. Hace tantos años de que ella se fue que no se debe parecer mucho. Esperé a que llegara de clases para que conversáramos y tomáramos una cerveza. Las había comprado en el quiosco de abajo. Tampoco llegó. Me comí mi parte y guardé las cervezas. Me acosté a dormir.

En la madrugada me levanté para ver si había llegado agua y lo vi en la sala, pegado en la ventana con el celular en la mano. Te guardé comida, le dije. Gracias, me respondió. Me acerqué para verlo y me volteaba la cara. Creo que lloraba. Prendí un cigarro y me senté a su lado, en la ventana, sin decir palabra. Cuando notó que no me iría muy rápido, volteó y me dijo que se había ido, que ella se fue del país. Era una buena muchacha, un día se apareció con pizza para ver un partido conmigo. Creo que estuvieron bastante tiempo juntos. Hay sólo dos tipos de lágrimas, las de risa y las de dolor, pero hay varias intensidades. Las que salieron de los ojos de mi hijo las conocía: esas calientes, como el magma de un volcán, que vienen desde muy hondo. Que te dejan hinchado como después de una golpiza en un bar. Balbuceé un tranquilo chamo, mientras apoyaba mi mano en su hombro y el me miraba con una sonrisa a medias. Duramos así un rato sin decir nada, hasta que bajé al cuarto e intenté dormir. Volví a salir para intentar decirle más palabras pero ya se había acostado a dormir. Mañana le haré unas tortillas de las que le hacía Sara cuando estaba pequeño. No me sé bien la receta pero espero que salga bien.

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