Del frío de la fe

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la sangre en las fauces de la bestia
su memoria, el hambre de ver en la oscuridad
la caída del niño poeta y la creación del alma del criminal
en esta gran avenida iluminada
en la que los adolescentes y los viejos
sueñan su suerte cada nuevo siglo,

la niña pequeña concentrada en el sonido de los golpes
desde el otro lado de las almas de los muros
obligada a responder erguida y sedienta al sol padre
que es la mujer culpable de no albergar
la violencia creadora de las escrituras en su vientre
y por no ser la agradecida superviviente para todas las jerarquías innombrables,

el habitante de la frontera que juró destruir la ciudad con sus manos
si no volvía a ver a los espíritus de sus hijos
mostrarle el camino para conseguir el alimento
como lo hizo el pasado amor a la inmortalidad
con la posibilidad de no ser un muerto de la guerra
y la certeza de que ningún líder
poseyera la explosión de su muerte,

las historias de los niños asesinos
que recordaron la ira esencial
del pacto obvio pero oculto del juego de sus hermanos
y que fueron callados con el trabajo letal
de cavar las zanjas que separan y distribuyen el veneno de los pueblos
se evocan para sentir la lejanía durante algunos minutos de paz
como los hombres solos en los portales de las iglesias cerradas
no esperando por el inicio de la vida
toman lo que les pertenece.

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