CARTA DE UN GAY A SU ESPOSA

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La vida funciona de maneras extrañas. Acá estamos; tú homofóbica y yo gay. Y no es que nos veamos a nosotros mismos de esa manera. Al contrario. Quizás tú dirías que eres “normal” y, si supieras de mis andanzas, que yo soy un “enfermo”. Yo, la verdad, no se qué diría. Jamás me permito pensar en estas cosas. Es ahora que, bajo los efectos del alcohol, el velo se corre y puedo poner en palabras todo eso que flota y nos envuelve, creando la fantasía de que somos un matrimonio convencional, una familia “decente”.

Verás, no sólo me escapo a las realidades concretas de algunos baños públicos, donde en un complicado lenguaje no verbal me encuentro con otros como yo para satisfacer un deseo prohibido. También me escapo al encuentro conmigo mismo cada vez que bebo. Es curioso, la gente sueña con ir a Disneylandia para disfrutar de la fantasía, para “escapar de la realidad”. En mi caso es al contrario; vivo en la fantasía, contigo, y cada vez que puedo me visito. ¿Salgo de la fantasía? ¿Entro a la realidad? No se. En mi cabeza es un entramado, a veces confuso, donde no se si duermo o estoy despierto. Esa es la inquietud que llevo conmigo, siempre, especialmente cuando llego a casa o cuando entro a uno de mis baños públicos; ¿estoy despertando o empezando a soñar? A veces soy más concreto y me pregunto si soy lo que llaman un gay en el closet o, más bien, un heterosexual atrapado en las rigideces de esta sociedad.

Es raro. Lo se. No se cómo explicarlo mejor. Pero es como lo veo en cuanto llego a este espacio en el que me siento yo mismo. Así es. Este soy yo, así como te lo narro. Esta realidad cuyo pasaporte es el alcohol, es un lugar intermedio entre el mundo que compartimos y el destino final en el que termino cuando la botella se acaba. Mi tierra es este purgatorio desde el cual te escribo, un lugar oscuro que se ilumina por un momento. Primer trago, estoy tenso; segundo trago, empiezo a calmarme; quinto trago, el relámpago aparece y veo que las piezas encajan correctamente. Pienso, reflexiono y hoy, por primera vez, escribo. Luego pierdo la cuenta, todo da vueltas y entro a esa nada que me imagino es el cielo, cielo tranquilo al que quisiera mudarme pronto; nada pacífica que pierdo cuando despierto y, entre dolor de cabeza y náuseas, miro dónde estoy y quién está a mi lado, a la vez que rezo para que no me hayan pegado alguna enfermedad. Sobra decirlo; retorno al infierno. Pierdo mi sabiduría etílica; olvido que todo es simple, que en definitiva el corto circuito está en que nos empeñamos en suprimir lo que viene del cuerpo, antes que buscar formas más creativas de canalizarlo. Empiezo de nuevo a creer que es demasiado tarde para ser honestos; vuelvo a rechazar a todos aquellos que asumen la preferencia por el mismo sexo.

Deja que te confiese algo. No soy gay; no me junto con gays. Ellos defienden la idea de que un hombre puede enamorarse de otro hombre, que es posible establecer familias como la que nosotros tenemos. Como ya sabes, no me permito pensar respecto a este tema. Además, aún me faltan muchos encuentros conmigo mismo para llegar hasta esas honduras. Lo que sí podría decirte en este momento es que formo parte de una tribu muy particular la cual, según me he enterado, etiquetan como la de los “hombres que tienen sexo con hombres”. Tamaño rótulo lo abrevian con las iniciales HSH. A veces me río de mi mismo pensando que pasaría si te digo que soy un HSH. ¿HSH? Ni yo mismo me lo creo. Soy un H, un hombre. Punto. ¡No me compliquen la vida mientras estoy despierto! (¿o soñando?).

Sí, a veces me río, aunque casi siempre la sensación es de angustia, como cuando le dices a nuestro hijo que lo prefieres asesino antes que marico. Ahí el primer pensamiento que cruza mi mente es “si supiera…”. Un si supiera que me dispara al infierno que se desataría si nos sinceramos. Un si supiera que, ahora que lo pienso desde esta lucidez transitoria, se transforma completamente. Si supiera… ¡Si supieras que somos cómplices! Sí, bebe conmigo y verás que ambos somos coautores de nuestro drama. ¿O acaso no recibí yo los mensajes que le estás transmitiendo a él? Dios quiera que sus impulsos vayan en la dirección que esperamos, de lo contrario terminará como yo, como tantos como yo, atrapado en esta prisión de tres celdas: lo público, lo privado, la nada.

Me recuerdas a mi madre. Me recuerdo a tantos hipócritas que se empeñan en defender esta fantasía compartida que hemos accedido a sostener; el cura Norberto, quien me mira con deseo; el esposo de tu prima Romina, quien frecuenta los mismos baños que yo… Miradas densas, pacto de caballeros. Por eso, incluso ahora que estoy lúcido, me cuesta aceptar a los gays. Su sinceridad rompe nuestro pacto. Este pacto que tú y yo, y tantos otros, hemos firmado. Si nosotros hemos empeñado nuestra vida, ¿por qué debemos tolerar que ellos tengan la oportunidad que nosotros rechazamos?

¡Mierda! ¡Las vueltas! El relámpago de la lucidez se apaga. Deja que te diga algo más antes de que me suma en la borrachera y caiga en la nada. Hay, en todo esto, un destello de esperanza. Al menos así lo veo yo antes de desaparecer y retornar a esta vida absurda que llevamos. Proviene de la última frase que cruza mi mente, mientras gira. Gracias a ella puedo dejarme ir en paz: en esta historia no hay víctimas, tampoco inocentes.

1 Comentario

  1. ¿Sabes? Esto me recuerda a la descripción que hizo Reinaldo Arenas de los homosexuales de closet en «Antes que anochezca», sobre en aquello de «censurar a otros homosexuales», aunque no sé si será más como una forma de evadir potenciales agresiones o como una manifestación de resentimiento.

    En cuanto a la parte de la esposa siempre he considerado paradójico el que cuando un homosexual de closet se casa con una mujer, ésta suele ser la primera en tirarlo a la hoguera de ser descubierto, o que éste haya tenido una relación díficil con su figura materna de mayor peso (madre, abuela, tía, hermana) y acabe con contraer matrimonio con una mujer que sea el reflejo de tal figura.

    Por otra parte, recuerdo haber leído la interesante afirmación de un terapeuta sobre las mujeres que inconscientemente -o conscientemente- se casan con un homosexual: que lo hacían como un modo de defensa, al estar con un hombre cuya virilidad no representara un peligro para ellas, al tiempo que podían cumplir con el rol de esposas, amas de casas y en ciertos casos, de madres; por lo que vendrían siendo féminas que tuvieron una historia personal negativa con los hombres en general o con una figura masculina de peso (esto último es una conclusión sacada por mí misma).

    Una de muchas paradojas que se pueden observar en el siglo XXI, particularmente en nuestra entre comillas liberal y moderna nación, encendida por los sempiternos prejuicios sociales y las constantes falacias vistas en los medios.

    No sé si este comentario resulte coherente o adecuado con respecto a la publicación, Chamán, pero espero que lo sea.

    ¡Un saludo!

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