Divagando a pie… y en camionetica también

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Lo que una mente abandonada a su libre albedrío puede llegar a concatenar.

Termino de ponerme la ropa, tomo mis cosas (bulto, llaves, reloj, cartera, celular) y las repaso en mi mente, ¡todo listo!. Me dirijo a la cocina y despido a mi madre con un simplón y acostumbrado «chao má» y con apuro abro la puerta de la casa y salgo como queriendo evitar y no prestar atención al bombardeo de miles de bendiciones y todo el resto de peroratas que te dispara tu madre al salir de casa -y que lo hacen con todo el corazón, amor y consciencia del mundo una y otra vez, increíble pero cierto-.

Bien, me enrumbo a la parada del autobús en la Av. Andrés Bello -que es cualquier lugar de la acera y de la calzada también-, con dirección a Chacaíto. La vida, Dios, el cielo, el sol, la luna y las estrellas quisieron que tomara aquella camionetica de anuncio amarillo y sólo encontrara puesto al lado de una chica rubia, que a primera vista, se veía atractiva. Nada pues, me siento y la camionetica avanza, así como mi mente que se coloca en un estado de repaso de todo lo que me espera en el día, además del pensamiento de que la rubia es muy bella, «pero no la conoces, para que me le voy a presentar, además de este ambiente con un ‘Quién te ama como yo cosita linda, ay Dios’, ¡qué romántico!».

En ese instante una señora de aproximadamente muchos años y más inmersa en su propia mente que ninguno de los que allí íbamos, se acerca con suma dificultad a la puerta de la camionetica, sin que el conductor le prestara la más mínima atención ni menos detuviera la marcha, hasta el momento en que la anciana hizo un intento de lanzarse del vehículo, y fuera sujetada por unos muchachos apostados en la puerta e insultada por el individuo al volante. Por fin se hace la parada improvisada -sí, en mitad de la calzada-, y la señora se baja en medio de la mayor de las indiferencias de todos los que nos encontrábamos en ese instante. Vuelvo a mis pensamientos.

Llegamos a la Av. Los Jabillos y en medio de mis pensamientos, la chica a mi lado toma su cartera y con sutileza me dice: «disculpa, un permiso por favor», a lo que mis ojos se voltean y hacen contacto con los suyos, en un rostro con una sonrisa, de esas que usas para obtener algo, a lo que todo mi ser responde de un salto y con un ahogado «¡cómo no!, adelante».

Sólo bastó esa sonrisa y la mirada de la rubia para olvidar toda la planificación repasada hasta ese momento y perderme en la belleza de camisa rosada, jeans azules claros, ojos azules, melena amarilla y sonrisa delicada, además de sumirme a pensar en todo lo que he debido hacer para sacarle así fuera, su nombre. En fin, se bajó, se fue y sólo fue un rostro más de los cientos que uno ve al día y los olvida instantáneamente, aunque ahí siguiera yo prestándole un espacio de mi atención y tiempo.

Acaba mi recorrido en Chacaíto y me adentro a pie en la Plaza Brión, con aquellos mismos pensamientos dándome vueltas: “al menos me le hubiera presentado para saber su nombre”, en ese momento me percato de una rueda de prensa realizada por un político en cargo público denunciando algunas prácticas del gobierno central. Me acerco y me doy cuenta que muchos de los asistentes ven a un lado y a otro, hablan entre ellos, en conclusión, se muestran indiferentes a las palabras del funcionario, y yo no soy la excepción.

Me doy la vuelta y sigo mi rumbo a pie hacia Las Mercedes mientras continúo con el eco de mi mente diciéndome “su nombre, su nombre, su nombre”, hasta que unos metros más adelante un nuevo evento molesta mi concentración cual el zumbido de un mosquito hace al pasar cerca de tu oreja. Era uno de esos predicadores de plaza que amenaza a todo el mundo con la venida de Dios como un evento de castigo, ira y venganza sobre los impuros que sólo adoran y viven para el demonio y todo eso del fin de los días y observé exactamente lo mismo, indiferencia total a su alrededor. Aquella imagen por fin me hizo reflexionar y a conectar una cadena de pensamientos muy satisfactoria, que sirvió de resolución final a mi divagar y a mi autocuestionamiento surgido a raíz del encuentro con la rubia:

“¡Dios!, nadie le para a alguien que más allá del alcance de sus acciones pretende impartir un mensaje o una señal que le traiga un bien a los demás o pida atención de los demás”.

“¡Qué mal!. En menos de 30 minutos yo mismo ignoré a una señora mayor, a mi madre, a un funcionario público por el que voté y a un predicador”.

“Como que hay que ser el mismísimo demonio para que te presten atención en estos tiempos”

“Seguramente el demonio sabría cómo captar la atención de cualquiera por diversos métodos, uff yo caería facilito”

“Oh, perfecto, ya veo, ya se como se llama la rubia del autobús…”.

2 Comentarios

  1. Cuando lo escribí no tenía esta perspectiva, lo hice con el carácter de relato de una experiencia personal. Pero ahora que lo leo bajo tu perspectiva, tienes razón y gracias por enriquecer de significado este relato.

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