EL FORENSE

8
956
I

Todo lo que contaré a continuación sucedió realmente; he decidido dejarlo por escrito de la manera más clara y breve posible, ya que no sé que pueda sucederme en las próximas horas.
Soy médico forense y trabajo desde hace treinta y seis años en el Servicio de Medicina Legal, adscrito al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas; quiero decir antes de comenzar este relato, que desde siempre he mantenido bajo siete llaves el secreto profesional que me impide –por razones éticas-, comentar con personas ajenas a la profesión lo que día a día ocurre detrás de las puertas de la morgue; pero debido a la gravedad de los sucesos y el peligro inminente que corre mi vida a partir de hoy, dejaré como único testimonio estas cuartillas, porque sé que ellos forjarán la historia clínica y los demás documentos que demuestren la verdadera identidad del occiso.

II

El olor de la muerte será siempre igual, no importa si fuiste rico o pobre, blanco o negro, si te quemaron, o te ahorcaste, o dormiste en paz; siempre olerás a muerto, así tu cadáver se haya podrido en el monte, o lo hayan lavado para borrar evidencias.
Para ser exacto, ese miércoles 10 de Octubre llovía suave, pero insistentemente en toda la ciudad; al punto que no se lograba ver el Ávila desde la subida hacia la morgue; pasatiempo este que conservo desde que comencé a trabajar allí. En dicha subida por Colinas de Bellomonte observé los primeros motorizados que estaban parados, a ambos lados de la vía.
Al tener contacto visual de mi carro, automáticamente cambiaban de actitud y se comunicaban por radio. Al ver las dos primeras motos me recorrió un escalofrío por la espalda, idéntico al que experimenté el día que voló en mil pedazos la camioneta de Danilo Anderson, en las cercanías también de la morgue, tal vez el déjà vu se debió a las chaquetas y lentes oscuros que portaban los mismos, me pregunté si en esta ocasión sería yo la víctima, aunque de inmediato lo olvidé voluntariamente –empuñar la .45 que siempre llevo bajo la pierna me dio un poco de seguridad-. Lo cierto fue que comencé a sospechar que algo no andaba bien.
La confirmación de esto fue la dura expresión de los dos tipos, que armados con fusiles de alta potencia, encontré a ambos lados de la puerta de la sala de autopsias.
– Doctor Álvaro Tuscanio ¿cierto?-. Me interrogó el que aparentaba ser mayor y tenía más cara de perro; aunque ya sabían quién era yo. Un extraño vacío se apoderó de mí, de esos que se presentan sólo en los momentos más decisivos de la vida.
– Si, ¿y ustedes quiénes son?-. Pregunté entre sorprendido e indignado.
– Eso no le interesa ahorita-.
Para ese momento ya estaba totalmente dispuesto a pelear; aquel encuentro me recordó las tardes ya lejanas de mi bachillerato internado, cuando la valentía exacerbada por las hormonas propias de la adolescencia se transformaba en puñetazos y patadas sólo por una “cuestión de honor” como podía ser el hecho de un comentario irónico o de un empujón dado en el momento apropiado. Nunca he sido cobarde, pero el hecho de cegarme y no haber calculado que ellos eran dos y yo uno, me demuestra ahora que la adrenalina es más parecida a una droga de lo que yo pensaba.
-Ah vaina chico ¿Tu como que me estás jodiendo?-. Dije en un tono más de guapo de barrio que de forense.
-¡Álvaro!-. Escuché a mis espaldas; en cuanto volteé, encontré la cara de asustado de mi jefe que me hacía señas tratando de tranquilizarme y de tranquilizarse. –Vamos a mi oficina que tenemos que hablar-. Me quedé viendo con rabia a aquellos dos intrusos que permanecieron inmóviles, algo que sumado a sus caras, me recordó a los perros de guarda y custodia, cuando se echan a los pies del chinchorro de su dueño ausente.
-Chico, tenemos una situación delicada…- Me dijo con voz trémula el Dr. Francisco Mata. El que hasta ayer fue mi jefe. Al instante me pregunté: ¿qué podría preocupar a este curtido patólogo forense con 45 años de experiencia y 70 de vida, acostumbrado a ver los cadáveres más horribles, los órganos más putrefactos, en fin, la muerte en su faceta más escandalosa? –Álvaro, creo que hasta hoy trabajamos aquí-.
– ¡Aleluya! Por fin nos llegó el cheque de la jubilación ¿verdad?, mira que cosas, todos los años de estudio jamás me hubiesen preparado para esperar tanto tiempo por ese bendito papel, ¿Dónde los retiramos?, ¿aquí mismo o tenemos que brincar para otra parte?- Y como esa otras preguntas impertinentes, producto de mis nervios y frustración. Eso fue antes de invitarme a sentar frente a su escritorio.
-Tenemos que ir ahorita mismo al centro de la ciudad, acompañados de estos señores para hacer una autopsia, así que recoge el instrumental que necesites y vámonos-. Jamás había oído hablar así a Mata, que desde siempre ha sido una persona parca para todo, incluso en su vida familiar. Hasta tal punto de no tener descendencia conocida, nunca le conocí una mujer, aunque estoy seguro de que no es marico, solo es demasiado tímido. Recordé aquella vez que me pasé de tragos en su cumpleaños número 40 y llevé conmigo una amiga demás a su fiesta, el tipo no accedió a “darnos una vuelta” por los bares que en esos años setenta eran tan famosos por su libertinaje.
-¿Qué? Ahora si te volviste loco Mata-, fue lo que atiné a decir en un ataque de irreverencia nerviosa, propia en mí de momentos de máximo estrés. -Disculpa pero si desde hace treinta y cinco años aquí jamás nos hemos salido del protocolo que reza que todo cadáver debe ser ingresado con ficha de identificación a la sala de autopsias… ¿Por qué salirnos ahora?-.
– Déjate pendejadas y ponte serio, vámonos y por cierto, tienes que dejar la pistola aquí…-
-¿Qué? ¿dejar mi pistola?; Jamás-.
-Sí que la vas a dejar, o simplemente te irás a casa…-. Realmente Mata sabe como manipularme, sabe muy bien que mi curiosidad es más grande que mi orgullo y que no me perdería por nada el desenlace de este juego y que iría a esa autopsia pasara lo que pasara.
Así fue como no volví a ver más mi .45.

III

Jamás conocí lo que era transitar por las calles de Caracas sin tráfico hasta ese momento. Obviamente delante de la camioneta que ocupábamos y que iba manejando “el cara de perro”, dos motocicletas y tal vez más, pero no pude divisar desde el asiento trasero, nos servían de escoltas y detenían el paso de los demás automóviles que intentaban llegar a sus trabajos en aquella lluviosa mañana; en el camino nadie habló, solo se escuchaba de fondo el sonido casi fantasmagórico del radiotransmisor y su retahíla de números y códigos indescifrables para mí. Mata se sentó adelante y lo observé bastante tenso durante el recorrido. Junto a mí estaba el fusilero más joven, quien descaradamente colocó el cañón de la AR-15, en mis costillas.
Por mi parte me distraje un rato viendo por la ventanilla y recordando las palabras de Mata. Cuando pasamos por el subterráneo de las Torres del Silencio, el escolta que viajaba a mi lado me pidió que me encorvara de tal forma que mi cabeza quedara entre mis rodillas, esto con la finalidad de que no me enterara hacia adonde nos dirigíamos.
No pasaron más de 5 minutos, cuando me dijo que ya podía levantarme, estábamos en un sótano, bajamos de la camioneta, adelante iba Mata y como a diez pasos de distancia mi escolta y yo nos enrumbamos hacia una puerta que nos condujo a través de un pasillo, hasta llegar a lo que parecía la entrada de una inmensa caja fuerte, el “Cara de Perro” la abrió, entró y encendió la luz.

IV

Al entrar en aquel espacio, me sentí como en mi lugar de trabajo; La sala como de unos 20 metros cuadrados, mesa para autopsias en el centro, agua fría y caliente, sistema de aspiración, balanza, frigorífico con capacidad para 2 cadáveres, estanterías metálicas repletas de instrumental –nunca antes usados, o al menos así parecía- y a la izquierda un escritorio.
-¡Caramba Mata! ¿Ahora nos transfirieron a esta morgue? ¿Por qué tanto misterio?- No me respondió nada, pero ver su mirada entre rabiosa y melancólica, bastaba para quedarse callado por lo menos una semana.
– Doctores, por este lado a la derecha encontrarán el vestuario y las duchas-. Nos informó “el cara de perro”. –Tienen 4 minutos para ducharse y vestirse, en el vestuario están 2 monos quirúrgicos, batas, gorros, tapabocas y cubre-zapatos desechables-.
Mata sólo tuvo que mirarme una vez para que yo, instintivamente caminara hacia las duchas, todo era de un lujo supremo; mientras me bañaba, pensaba en mil cosas, unas más incoherentes que otras: ¿será que van a matar a Mata y yo le hago la autopsia? ¿O al revés? ¿Dónde estoy? ¿Hotel 5 estrellas con sala de autopsias? ¿Y a 5 minutos más hacia el oeste de las Torres del Silencio?
Cuando salí, ya preparado psicológicamente al vestuario, Mata se veía más pequeño de lo normal, casi enano, sus ojos enrojecidos delataban llanto reciente, estaba completamente vestido para una autopsia.
-¿Mata, en donde carajo estamos? ¿Qué significa todo esto?-. Insistía en preguntarle mientras me terminaba de vestir.
-Mira chico, confórmate con hacer tu trabajo en este momento, ya te vas a dar cuenta tu solito de donde estamos-.
En ese momento entró el fusilero más joven entro al vestuario y nos hizo seña de que pasáramos a la sala. Sobre el escritorio reposaban una historia médica, un bolígrafo y dos pares de guantes. Mata los tomó rápidamente como si alguien quisiera quitárselos, y comenzó a leer en voz alta, mientras nuestros amigos abrían el refrigerador y halaban la gaveta donde yacía un cuerpo, envuelto en un cobertor térmico.
-Paciente masculino de 58 años de edad, 1,70 metros de altura, 107 kilogramos de peso, hipertenso, alérgico al Yodo. –En ese momento interrumpió su lectura y caminó hasta el refrigerador –Doctor Tuscanio, por favor, retire el cobertor…-, me dijo viéndome directamente a los ojos.
Así quería verte, después de tanto tiempo creyéndote y proclamando a los cuatro vientos que eras inmortal, allí estás, “como un niñito indefenso”, así dijiste al ver hace tiempo la osamenta más famosa de Venezuela; y ahora te veo a ti no como un niño indefenso, sino como un cochino sacrificado y mal oliente en este sábado eterno, desgraciado.
-Colostomía terminal de Hartman por tumor extirpado por biopsia excisional, registrado en Historia Clínica N. 0976-we-11. Del Centro Nacional de Cirugía Endoscópica Hospital Luis de La Puente Uceda de La Habana – Cuba. Fallecido según informe del Director Médico del Palacio de Miraflores el día de hoy a las 03:30 horas de la mañana…-.

Así fue como vi el cadáver de Hugo Chávez.

8 Comentarios

  1. Espero que continúe esta historia… y si en efecto te refieres al 10 de octubre de 2012, creo que tendrá una divergencia muy interesante. ¿Será que «er mesmo» se murió de coraje ante la victoria de Capriles? ;).

  2. Osomayor: Yo creo que esta es la fantasía de muchos venezolanos, ¿o me equivoco?

  3. Pablo Ortega: Claro que continuará, el Forense ha dejado otros documentos por ahí.

  4. sianhulo: Gracias por tu comentario. Efectivamente no eres el único que le encantan los thrillers, somos muchos y de hecho es un homenaje a todos ustedes los amantes de este género.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here