Cuando la realidad te golpea en la cara – Crónicas de Cuba (II)

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La Habana, a pesar de la falta de mantenimiento que se podía apreciar en sus edificios y casas, tenía algo que me fascinaba. Una energía particular que me recargaba las baterías y me permitía con apenas dos o tres horas de sueño por noche, recuperarme y salir a buscar cubanos que me mostraran una imagen más agradable de la ciudad que la que dan los marginales que pululan alrededor de los hoteles y a impregnarme de ese mundo que me resultaba extraño y atrayente.
La Habana
La Habana
Al segundo día, caminando por Coppelia, el parque donde se encuentra la famosa heladería, donde los cubanos podían consumir con sus pesos el helado varadero ya que los demás estaban destinados para las divisas de los turistas, me encontré a unos amigos venezolanos que no daban crédito a la especie de hamburguesa que habían comprado y que no pudieron comerse. Después, algunos cubanos me comentaron que la carne la rendían con cartón. La verdad no sé si es un mito urbano, pues no me interesó comprobarlo.
TIENDA POR DEPARTAMENTOS
Dejé a mis amigos en el cine y seguí escudriñando la ciudad. Iba distraido, admirando la arquitectura que no me dejó de impactar durante los ocho días. Realmente La Habana es hermosa.
Calles de La Habana
Calles de La Habana
En esas, veo una hilera interminable de gente. Era la hora del almuerzo y, por curioso, comencé a recorrer la fila de atrás hacia adelante para averiguar que me esperaría al inicio de esa cola. Entonces me dí cuenta que entraba en un almacén que, en alguna época, debió ser una tienda por departamentos o algo así. La hilera continuaba a lo largo del establecimiento y yo no sabía si mirar a los que estaban en ella o la ropa y los zapatos mal hechos que allí vendían.
Al llegar al comienzo de la cola los ojos se me iban a salir de las órbitas. Esa gente estaba allí para recibir, la verdad no llegué a preguntar si tenían que pagarlo, un plato masacotudo de pasta que de sólo verlo revolvía el estómago.
Recordé a la señora del restaurante del hotel y con unas terribles ganas de llorar salí del sitio sin poder dejar de mirar los artículos que allí vendían: camisas con una manga más grande que la otra o pantalones en unas tallas realmente inverosímiles.
Días después, Fidel, un poeta a quien conocí en el teatro Mella, me indicaría que en las fábricas donde hacían la ropa lo que importaba era la producción y no la calidad. Esto explicaba por qué, cuando un turista quería meter a un cubano al hotel (donde tenían prohibida la entrada, como en muchos otros sitios), generalmente, le buscaban ropa prestada. Una de las formas de reconocerlos era por la indumentaria y, la otra, por el acento.
Según me contó, los cubanos sólo podían disfrutar de los hoteles para turistas, cuando se casaban. Entonces les permitían pasar tres días de luna de miel allí. Eso sí, siempre y cuando no llegaran clientes del exterior y necesitaran las habitaciones. Si esto sucedía, tenían que abandonar el hotel pues el turista tiene preferencia porque deja divisas.
La Habana y su gente
La Habana y su gente
A partir del tercer día, ya los recuerdos se me agolpan y no puedo distinguir exactamente que pasó primero y que después.Todo lo que iba viviendo era muy intenso y desconocido para mí. Sentía que las injusticias que estaba viendo me cargaban cada vez más y me indignaba que los cubanos fueran ciudadanos de quinta categoría en su propia tierra. Lo que sí tengo muy claro es que esos recuerdos más que en la memoria los llevo guardados en el alma…
Continuará

Memorias de un viaje a la isla – Crónicas de Cuba (I) http://li.co.ve/hxp

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