Método Peligroso: El Psicoanálisis según David Cronenberg

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A principios del siglo XX, cuatro intelectuales excepcionales cruzarían sus vidas: Sigmund Freud, Carl Jung, Sabina Spielrein y Otto Gross.

Entre ellos escribirían las luces y sombras de la Biblia del estudio de la mente humana, el psicoanálisis, teoría devenida en uno de los pilares del pensamiento moderno.

Al cabo del tiempo, ejerce influencia directa sobre el arte(el surrealismo), la publicidad(Edward Bernays), el cine(Hitchcock y Allen, entre otros) y la filosofía deconstructiva( Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari).

Finalmente, sufre un proceso natural de desgaste y decadencia, cuando sus ideas caen en el foso y el abismo del descrédito. Los farsantes de la nueva era se apropian de sus contenidos y los banalizan. Verbigracia, los mercaderes del templo de la pantalla chica en Venezuela. Por ejemplo, Hermes, el Iluminado.

La academia procede a clavarle su última estocada al declararla una seudociencia, cuyos principios rígidos le impiden adecuarse al paradigma del relativismo lógico y la tesis del “falsacionismo” de Karl Popper.

En suma, termina por engrosar la lista de utopías declaradas muertas y anacrónicas por parte de la era contemporánea, tras la clausura de los proyectos y los relatos motores de la sociedad del bienestar. La persistencia de la crisis demuestra la imposibilidad de redimir o curar a los pacientes enfermos del mundo en depresión colectiva.

Surgen las pastillas de la felicidad como sedantes y placebos de la generación neurótica e insatisfecha del tercer milenio.

100 años después, en el 2011, David Cronenberg estrena “Método Peligroso” para descubrir el origen del apocalípsis antes descrito y hacerle clara justicia a los fundadores y refutadores de la escuela de Viena, sin necesidad de erigirles un panteón kistch o un mausoleo de concreto armado, diseñado por Farruco Sesto al estilo rígido y acartonado de la Villa del Cine.

Para irnos entendiendo, el realizador canadiense le aplica una cucharada de su propia medicina a los creadores de la fórmula original. La ironía eleva al film a la categoría de obra maestra y definitiva sobre el tema. El Stanley Kubrick de “Barry Lindon” la admiraría con orgullo y cierta envidia.

No en balde, el subtexto nos habla de las paradojas internas del movimiento cismático aludido. Freud y Jung compiten como padre e hijo, como profesor y alumno aventajado, como Darth Vader y Luke Skywalker, bajo la sombra de un evidente complejo de Edipo.

Viggo Mortensen encarna a un Freud de habano en boca y andar por casa, obsesionado por encontrarle una explicación sexual a cualquier problema de su discípulo.

En respuesta, el pupilo lo confronta y lo desdice en privado. Según él, el empeño de su mentor radica en su obvia frustración carnal. De hecho, nunca vemos al señor de marras, echándose un buen polvo. De ahí su fijación oral con el tabaco, nos sugiere el humor sutil de la puesta en escena.

En cambio, el aprendiz goza de lo lindo, al darle rienda suelta a sus instintos como el James Spader de “Crash”, quizás manipulado por las orientaciones subliminales del Vaughan(Elias Koteas) de la partida.

A propósito, las conexiones eróticas y estéticas con la filmografía del autor, son innumerables y omnipresentes.

Jung golpea la carne de Sabina Spielrein, con el placer culposo de James Woods a Deborah Harry en “Videodrome”, la esquizofrenia de los personajes de “Historia de la Violencia” y el masoquismo de “La Mosca”.

A su vez, los protagonistas recrean el drama y los juegos de poder de los gemelos de “Dead Ringers”, hermanados por un mismo tormento. Jung es el doble y el espejo invertido de Freud. Uno es dionisiaco, el otro es apolíneo.

El primero aprende la lección del libertino, Otto Gross, y rompe con sus atavismos gracias a la compañía de Sabina Spielrein. La existencia en familia y con su esposa, adquiere el tono de un retrato gris y monocorde, condenado a estancarlo. De igual modo, saborea las mieles del éxito económico, a diferencia del segundo.

Jung aprovecha el estatus de su mujer, para asegurarse un destino de rico y famoso en una mansión de proporciones y distinciones aristocráticas. El pobre Freud comparte un piso con los suyos, en medio de la estrechez financiera.

Divertida y sarcástica la manera de trasladar su conflicto, hacia el plano de lo estrictamente social y monetario. Viajan juntos a Estados Unidos y Jung sube con una sonrisa de pícaro desalmado a su primera clase, reservada por su acaudalada señora, mientras Freud camina con resignación al cajón de sastre, a la sección turística del paquebote, del “Titanic”, con los Leonardo Di Caprio de su calaña.

En un instante, pasean en un ridículo botecito en el lago de los Jung. Freud no luce muy cómodo surcando el mar a bordo del capricho de Carl Gustav. Discuten y se sacan en cara sus diferencias religiosas. Freud es judío, anda paranoico y anticipa cacerías de brujas a futuro.

El acierto de “Método Peligroso” estriba en exponer las luchas de clanes de la vieja Europa, como un antecedente de su colapso en la segunda guerra y el holocausto. Es el fuera de campo de la pieza y su complemento pesimista, con miras a la compresión del presente del actual desmembramiento de la comunidad económica.

La banda sonora corre por cuenta del incondicional de la causa, Howard Shore. El guión se basa en la pluma de Christopher Hampton y asume un tono decididamente teatral, por ratos apartado de la enorme imaginación audiovisual atribuida al firmante de joyas del plano secuencia y la densidad semiótica como “Naked Lunch”, “The Dead Zone” y “Scanners”, donde los adversarios pelean destrozándose los cráneos.

De lo explícito de aquellas inquietudes terroríficas, Cronenberg renuncia a la visceralidad del gore, con el propósito de conseguir un efecto similar por un vía alterna, distinta.

En “Spider” fue la dureza de un silencio sepulcral y suicida, en las antípodas del musical, “El Artista”.

En “Método Peligroso”, el pánico y el misterio proceden del manejo del diálogo, del verbo punzante, de la lengua desatada. Todos razonan y discuten en voz alta, como en un coro de una ópera fragmentada y polarizada.

Los chistes secretos y ocultos, marcan la pauta de una extraña y bizarra tragicomedia de enredo, con empaque de “época” para engatusar a fanáticos del rancio “qualité”.

Cronenberg subvierte el género a conciencia y le aporta su óptica fría, descreída, irreverente, desmitificadora.

A Keira Knightley la desnuda con sus tics, sus mandíbulas batidas y sus carencias. Por poco, le arruina la introducción al diamante en bruto. Luego comprendes la broma y optas por reírte de su estereotipo de Sabina Spielrein, al borde de copiar el cliché de “Atracción Fatal”.

También rozan la caricatura, las personificaciones de Otto Gross (Vincent Cassel), Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender), siempre en plan de “Shame” y “Bastardos sin Gloria”.

En el desenlace, nadie se salva del hundimiento, de la incertidumbre, de la intranquilidad.

Los cuatro del psicoanálisis se separan en el esplendor de sus carreras, como en el triste documental de Los Beatles, «Let It Be». Demasiados egos en competencia y colisión.

Cada cual con una visión autónoma e independiente de su vanguardia común, posteriormente eclipsada y convertida en la moneda corriente de occidente.

Frivolizada y deglutida por el sistema, pues rebelarse vende.

El mérito de “Método Peligroso” reside en develar la gigantesca doble moral de un grupo, de una tropa de élite, de un país, de un planeta.

Jung compendia la hipocresía del macho acaudalado, refugiado con sus queridas, y protegido por su mecenas. Freud ilustra al sabio aislado y alienado en su torre de marfil.

Jung desea aniquilar simbólicamente a su progenitor, Freud, al desenmascarar la artimaña y el artificio de su mecánico determinismo libidinoso.

En el duelo del clímax, lo tumba con el golpe de una sentencia lapidaria.

Freud se defiende y ataca la base metafísica, especulativa y esotérica de Jung, a menudo ingenua.

Otto Gross se vuelve loco por la cocaína, recetada y recomendada por Freud, falleciendo en la miseria y considerado el Rimbaud, el héroe maldito de la corriente.

Sabina Spielrein carga con la cruz de su legado subsidiario, y apenas es reconocida, glorificada, tras su lamentable asesinato a manos de los comandos fascistas de Hitler. Apreciamos su reivindicación feminista.

En el epílogo melancólico de “Método Peligroso”, Jung cierra el telón con una cara de circunstancia, de desconcierto. Realmente solo, consumido por la nostalgia y ligeramente confundido. Alejado de su amante, Sabina, y separado de su amigo, Freud. Los dos se divorcian a la francesa, a la rusa, a la usanza epistolar del romanticismo alemán. Se mandan cartas venenosas, como mensajes hirientes publicados en el muro del rival, del enemigo en Facebook.

Su discordia anuncia los nubarrones por condensarse en el cielo de Berlín, Moscú, Londres y París, a raíz del ascenso de los nazis.

De “Promesas del Este” pasamos a los augurios peligrosos del método de Cronenberg.

Ahora lo esperamos con “Cosmópolis”.

Ahí trascenderá del ayer al desorden de hoy. “Método Peligroso” es el germen, la semilla de nuestro árbol de la discordia.

Un pecado mesiánico del cual somos víctimas y victimarios.

El único antídoto es asumirlo con la paciencia y el genio de David Cronenberg.

Lidiar con el ying y el yang. Experimentar la ambivalencia, la transferencia y la mutación.

Responder a la puerilidad de “The Avangers” con la profundidad de sus “Vengadores” de las pasiones latentes y manifiestas.

Celebrar lo mejor y lo peor de la pandilla de Freud, Jung, Otto y Sabina.

1 Comentario

  1. Tu ensayo, una vez mas, esta excelente. Particularmente me gusto como yuxtapones los elementos de la pelicula con otras obras de Cronenberg, con la cultura popular de estos dias, y con cualquier tema de actualidad.

    Esta es una excelente e infravaluada pelicula.

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