The Warrior: Cursilería a Mamporros

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Otra metáfora obvia, casi choronga, sobre la salida de la crisis a punta de golpes y patadas en la tradición de la franquicia, “Rocky”, ícono del cine de rearme moral tras el fracaso de Estados Unidos en Vietnam. “Warrior” se adapta al patrón clásico y mainstream de cintas contemporáneas y posmodernas de corte similar: “Real Steel” y “The Wrestler”. Solo cambia la modalidad de la disciplina de combate. Allá era el boxeo y la lucha libre. Aquí es “el mundo de las artes marciales mixtas”, donde también se desarrolló el laureado documental del colega criollo, Pablo Croce, bajo el título de “Like Water”.

El film lo protagoniza un trío de súper machos de armas tomar. El guión los obliga a pertenecer a una misma familia disfuncional y a dirimir sus conflictos en el “ring side”. Nada diferente a la mecánica de juego de “The Fighter”, “The Town” y “Animal Kingdom” con sus entornos opresivos de neorrealismo independiente. La sumatoria de clichés no queda allí. Hagamos el recuento de los personajes estereotipados, al gusto de las lecturas psicológicas de manual de autoayuda. Pare de sufrir.

Hay un padre consumido por la culpa después de abandonar a sus dos hijos, quienes regresan a su puerta para acusarlo y confrontarlo. Además, el señor dejó la bebida, perdió con los marines en territorio indochino y se dedica a flagelarse los oídos con escuchas de sermones evangélicos. Pronto volverá a caer en el círculo vicioso y el descenso a los infiernos. Lo interpreta Nick Nolte en una variación del papel de su progenitor en “Aflicción”, obra maestra de Paul Schrader. Mil veces superior a la banalidad de “The Warrior”. La vi por segunda vez y la encontré peor en la sala de cine. Su director carece de ideas, se limita a mover la cámara como loco, sabe de fotografía, pero clona formatos a diestra y siniestra. Le reconozco habilidad para recrear secuencias de acción. Lo demás es el espectáculo y el paisaje habitual de la cartelera, alimentada por Sundace, Hollywood y los unitarios de las cadenas de ficción. Producen churros idénticos calcados del esquema enlatado de HBO. Ya empieza a fastidiarme lo del cuento de la edad de oro.

En cualquier caso, la parafernalia técnica esconde un mensaje de aliento conservador, reaccionario, nacionalista y restaurador. A un Ruso lo trituran a placer. Es el viejo discursito xenofóbico de Balboa contra Drago.

Por su lado, Tom Hardy encarna a una masa silenciosa y melancólica, dividida entre la hiperviolencia y el aura de misticismo de los antihéroes al uso. Ojalá no sea una antecedente de su mole de “Bane” para “Caballero Oscuro”. A kilómetros de distancia de su brillante contribución para “Bronson”. En “Warrior” hace las veces de un soldado fugado de la colonia invadida, luego de salvarle la vida a un compañero de infantería pesada. El realizador lo quiere un arquetipo de la generación escindida y maniatada como consecuencia de su intervención en Irak. Continúan los problemas con el libreto redundante. Tampoco se emocionen mucho. La crítica hacia el entramado bélico es superficial y llega tarde como una filtración de Wikileaks. Lo único divertido del asunto radica en disfrutar del irónico perfomance del “Hulk” de la partida en fase de destrucción masiva de sus oponentes.

Paradójicamente, apenas lo logra contener su hermano del alma en el último round de su contienda por la faja y la corona del campeonato. Vaya timo predecible.

El último de la casta merece la reflexión definitiva y nos vamos a las duchas. Se trata de un señor en el trance de asumir el golpe de un dilema gastado. O gana el botín de los cinco millones de dólares o lo echan de patitas a la calle de su hogar dulce hogar. Recuerden, son tiempos de depresión y de bancarrota de la burbuja inmobiliaria. En “Dick and Jane” sucedía lo propio en plan de comedia negra. “The Warrior” opta por la seriedad y la gravedad para castigar a su audiencia, alrededor de 140 minutos interminables.

A los quince, la pieza colmó mi paciencia. Me molestaba el tono, la imagen degradada de la mujer, el subrayado de la atmósfera y el desgastado perfil de alegato épico, de alegoría del país en ruinas del tercer milenio. Pronosticaba la redención del conjunto del reparto y su invitación a mirarnos en el espejo adolorido de ellos. Pensaba en la impostura de la pantalla del siglo XXI.

En resumen, “The Warrior” culmina con la victoria tranquilizadora, aunque hipócritamente dosificada con ganchos al hígado, lágrimas de cocodrilo y promesas de reunificación. El Miyagi sonríe a los lejos y los dos colosos encaran el futuro en comunión. Happy ending. Aprendieron a limar sus asperezas y a quererse. Obama encuentra un reflejo de su política demagógica. En ausencia del estado de bienestar, los individuos deben responder por su destino. Tesis de conformismo con el patrón del individualismo darwinista. Lo inverso a “The Hunger Games”. O a lo mejor es un síntoma de la época. Sea como sea, nos confunden con sus ilusiones ópticas.

“The Warrior” es el ejemplo de una industria doblegada ante los mamporros de la reduccionista filosofía del “self made man”. Principal sostén de la mitología del poder.

En descargo del resultado, el epílogo admite una lectura inversa. El estado fomenta la canibalización de la familia como forma desesperada de ahuyentar al fantasma de la miseria.

Igual no acaba de convencerme por lo cursi del trayecto.

1 Comentario

  1. hay un cuento de cabrera infante, creo, en el que un carajo va al cine con su esposa y le comenta durante toda la funcion lo barato del argumento, lo predecible de los puntos de inflexion y lo acartonado de los personajes, entre otras cosas, hasta que en algun momento voltea y le pregunta «no te parece?» ante lo cual ella responde «si, mi amor», mientras discretamente intenta secarse una lagrimita que desciende por su mejilla…

    aunque estoy de acuerdo con casi la totalidad de este inventario de errores cinematograficos, esta lista de razones por la cual Warrior pertenece al olvido, he de confesar fuera de toda mariquera que durante la secuencia final, esa redoblona fraternal, rompi a llorar como un carajito.

    debe ser porque aun me duelen en el alma las coniazas que me he dado con mis dos hermanos, esos seres maravillosos y contradictorios a quienes tanto amo.

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