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Misión Imposible 4: Los Fantasmas del Protocolo Posmoderno

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Misión Imposible 4: Los Fantasmas del Protocolo Posmoderno


Agamben define a la posmodernidad como una condición espectral en el limbo, entre la vida y la muerte. Idea cercana a la filosofía zombie.
Por ello, un fantasma recorre a la industria de Hollywood: la de las franquicias y las estrellas de la vieja guardia, negadas a tirar la toalla y hacer el cruce definitivo hacia el olvido del más allá. Es el caso de Tom Cruise y su fondo de inversión, “Misión Imposible”, cuya producción administra cual dueño de un banco en tiempos de crisis. De su éxito económico depende el futuro de su fama en la meca.
A su edad de viejo zorro, ya no anda para meterse en negociosos riesgosos. De ahí su objetivo de apostar a ganador con una secuela millonaria, bajo el subtítulo de “The Ghost Protocol”.
Voluntaria o involuntariamente, la cinta parece consciente de encarnar un estado vaporoso y gaseoso de diseño, reglamentado por los espíritus de la época, al gusto de las almas en pena del pasado y el presente.
Así luce el contenido y la forma del irónico guión del largometraje. Por lo visto, ante la decadencia de la serie, solo queda un camino por explorar en la explotación de la saga: dinamitarla por dentro a punta de humor deconstructivo, expandir sus límites hasta rozar los linderos de la caricatura hiperbólica, derivar del barroquismo al manierismo satírico, develar la impostura de la obra a golpe de exageraciones carentes de sentido.
Lúdicamente, el espectador puede sencillamente disfrutar del espectáculo, o en doble lectura, comprender el efecto obvio de distanciamiento iconoclasta.
Por supuesto, no se trata de una demolición brusca y políticamente incorrecta a la usanza de Tarantino en “Inglourious Basterds”.
No en balde, Brad Bird, la mano derecha de Tom Cruise detrás de la cámara, es un chico sutil con sus estrategias de comicidad. Sabe guiñarlos el ojo, introducir el chiste adecuado en el instante indicado para desarmar la amenaza de solemnidad, y jugar a la subversión de los códigos cifrados instituidos por la meca. Un par de joyas animadas avalan su currículo: “Iron Giant” y “Los Increíbles”, enormes reflexiones críticas de los cimientos de la mitología occidental, alrededor de sus dioses, sueños, fantasías, pesadillas y demonios.
Con “Misión Imposible 4”, el proyecto del autor permanece incólume y se refuerza gracias al cambio de modalidad de expresión.
De los dibujos por ordenador, el realizador ahora vuelca su ingenio en la técnica del “live action” puro y duro, influido por la magia creativa de sus antecesores: Brian De Palma, John Woo y J.J Abrahams, cada uno enfocado en brindarle una personalidad al aparente artículo de consumo homogéneo e indiferenciado. En realidad fue lo contrario. Del Dogma impuesto por el Lars Von Trier de Tom Cruise, surgió una inusitada corriente de experimentación audiovisual en las antípodas del conservadurismo de los clásicos tanques del verano.
Mi favorita sigue siendo la del responsable de la lección inaugural, la del coloso de “Los Intocables”. La calidad nunca se extraviaría en el trayecto. Sin embargo, la repetición del esquema tiende a restarle frescura con el transcurso de las temporadas.
Entonces, la cuarta parte manifiesta la necesidad de Tom Cruise de encontrarse un sustituto inmediato en la figura del carismático, Jeremy Reener, plenamente dotado para el papel. Por ende, la entrega del 2011 me luce como el principio del fin para el fantasma mayor, Tom Cruise. Una suerte de prólogo de la quinta, donde el relevo cobrará el protagonismo.
De cualquier modo, “Misión Imposible 4” no evidencia malos síntomas de agotamiento, sino el absoluto compromiso de sus promotores por dilatar su fecha de caducidad, a base de nutrir el discurso con complejidad narrativa importada de la edad dorada de la televisión.
Además, cuenta con el respaldo de Simon Pegg, artífice de las grandes revisiones genéricas del siglo XXI, a la sazón de “Shaun of the Dead”, “Hot Fuzz” y la melancólica, “Paul”. Hermosos relatos, en clave de Réquiems, para sobrevivir con felicidad y risa a la triste extinción de las historias y las leyendas canónicas.
Aquí el dilema reside en llorar con una elegía crepuscular o en intentar resucitar de los escombros de la sociedad occidental. “Misión Imposible 4” opta por la segunda opción y se lo celebramos con creces.
Por tanto, el plot se circunscribe a su paradigma habitual de búsqueda del oscuro objeto de deseo, en pos de salvar al mundo en extremis, a último minuto. Puro homenaje cínico a la teoría del McGuffin propuesta por Alfred Hitchcock.
Tres bloques diferentes marcan la pauta del argumento predecible. Uno se desarrolla en Rusia, el del nudo en Abu Dhabi, el tercero en Bombay.
Nadie se sorprende por el subtexto: vamos a la caza de las economías emergentes del santuario BRIC, nos beneficiamos del subsidio concedido por los sultanes del emirato árabe, atacamos la oferta de Bollywood, y le limpiamos la pésima imagen a la política exterior de Obama, a la retaguardia de sus centrales de inteligencia.
El costado menos trascendente y original de la cuarta fase, estriba en su manoseado y trillado revival de las luchas intestinas de la guerra fría, con su típica doble moral. Los espías nuestros son buenos. La energía nuclear no debe caer en manos de los rusos malos. Solo nosotros sabemos impartir justicia en el planeta y controlar a nuestros científicos locos. Igual lanzamos la bomba de Hiroshima, y utilizamos uranio empobrecido en Irak.
En resumen, lo mejor de “Misión Imposible 4” no es su vocación didáctica o su maniquea plasmación de los conflictos de la agenda actual. Su atributo a considerar, es la habilidad para demostrar la falsedad, el disfraz y el orden de los simulacros, escondido en dicha visión de las tensiones internacionales.
Tampoco faltan a la cita los compromisos con el romance prefabricado y las concesiones demagógicas a la platea. La evasión imprime el sello del pan y circo. Tom Cruise planifica y despliega asombrosas hazañas, perfectamente editadas y coreografiadas.
Por ratos, la puesta en escena semeja un musical hiperviolento de Stanley Donen. Una especie de danza coral en 3D, con ecos de Pina y “El Artista”. Casi el diálogo no interesa. Las secuencias mudas son la carnada del banquete. Las digerimos con emoción, incontinencia y apelando a la inteligencia emocional. Luego del vértigo y de las inclinaciones suicidas, comprendemos la nuez del mensaje, del ejercicio, de la ecuación.
“Misión Imposible 4” es la proyección de una ilusión, de un timo, de una farsa, de una mentira condenada a destruirse en cinco segundos. Tom Cruise y su grupo lo saben. El propio villano muere ante la evidencia del lugar común para clausurar la función. Tom desactiva la bomba en sus narices, secundado por el caballero de “The Hurt Locker”, y evita la consumación del segundo once de septiembre.
Lo dicho: difícil tomársela en serio.
Es el precio y el costo de una parodia, con olor a pote de humo.
Los fantasmas cumplieron con el protocolo.

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