Moneyball: Yes We Can

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La película se las arregla para ser fiel al espíritu de la historia original, desde su presupuesto de 47 millones de dólares, muy inferior al de cualquier franquicia ganadora de la temporada de verano y otoño.

Con tal cantidad de dinero, la producción logra convocar a un cuarto bate de la élite de estrellas( Brad Pitt), a uno de los jóvenes relevistas del año(Jonah Hill), al mejor guionista de las grandes ligas de Hollywood en la actualidad(Aaron Sorkin) y a la dupla de éxito de “Capote”(el director Bennett Miller y el actor Philip Seymour Hoffman), cuyo juego combinado la sacó de jonrón en el estadio del Oscar, frente a los demás favoritos de la academia.

Es parte del discreto encanto de “Moneyball”, destinada a colarse en las batallas finales por los premios dorados del ciclo 2011-2012, a pesar de sus limitaciones económicas y de sus modestos planteamientos conceptuales, donde regresamos a la época de la postdepresión del siglo XX, de la mano de los antihéroes del cine del “new deal”, cuando los perdederos y renegados de la industria buscaban sanear el sistema, mientras impartían lecciones de moral para tiempos de austeridad y crisis.

Así fue durante la larga década de los treinta y cuarenta, bajo el llamado social de reconstruir el país, según los estandartes puritanos y positivistas de los padres fundadores.

De igual modo, ahora volvemos a la era de las vacas flacas, los reajustes salariales, los recortes de nómina, los fantasmas de la recesión, la flexibilización laboral y el sentimiento general de derrota ante el declive de la utopía de máximo consumo con el menor esfuerzo de la generación posmoderna, versión contemporánea del ideal ciudadano de los cincuenta, a la gloria del cuento de hadas del “baby boom”.

Por ello, el estreno de “Moneyball” en la cartelera, coincide con el insólito retorno de los piquetes, las huelgas y las protestas masivas en las plenas narices del poder financiero, alrededor de las arterias enfermas de “Wall Street”.

Los indignados quieren tomar y quemar la bastilla simbólica de la Gran Manzana, por considerarla responsable del colapso de la tierra de las oportunidades, a merced de su trama conspirativa al estilo de “Inside Job”.

Por ende, la cinta llega al montículo de las salas oscuras de Estados Unidos, en un momento crucial para la historia y el devenir del país. Allí residen las principales ventajas competitivas de la empresa, a la luz también de sus posibles defectos colaterales.

Por el lado de los fouls, los outs y los ponches, deben figurar cuatro lanzamientos en curva para atajar en la mesa de discusión: un argumento excesivamente esperanzador y tranquilizador de resurrección del capitalismo funeral, un segundo acto monocorde y redundante como un partido a extra inning, una batería de arquetipos y estereotipos al servicio de la dominación populista y un subtexto con olor a manifiesto de autoayuda, en pos de la reivindicación del sueño americano.

Es el clásico cliché del perdedor enfrentado a la vieja escuela, con la oportunidad de conseguir su revancha, dejar a sus rivales en el terreno y redimirse al lado de los suyos, amén de una filosofía de bolsillo instrumentada como dogma de fe, para salvar a almas en pena, acosadas por las pesadillas expresionistas de los acreedores y cobradores.

Encima, el protagonista es un caballero noble, padre de una familia disfuncional aunque estable y líder paternalista de un equipo de renegados, casi como un remake del patrón demagógico del género beisbolero, en la tradición de “Bad News Bears” y “Hardball”.

Ya conocen el esquema. Nadie apuesta un centavo por los chicos malos del diamante, y en el epílogo, descubren la senda de la victoria hasta alcanzar el ansiado aprecio de sus fanáticos. Otros ejemplos del modelo son la pulcras, conservadoras y apolíneas, “The Natural”, “Cobb” y la nostálgica “Field of Dreams”, encabezada por Kevin Costner, el ícono del paradigma.

Sin duda, “Moneyball” las reencarna de manera consciente, pero a sabiendas de su agotamiento semiótico, procede a caerle a tablazos y maderazos, en función de la óptica crepuscular, distante, cerebral y minimalista del autor. Por lo demás, un realizador opuesto a las convenciones de la meca, y presto a experimentar con los cruces de bola de la ficción y no ficción.

No en balde, lo hizo en su magnífica adaptación de “A Sangre Fría” y además lo demostró en su increíble documental, “The Cruise”, antecedente de los estupendos segmentos laberínticos e hiperrealistas de “Moneyball”, aunado a sus fragmentos de montaje de choque inspirados en las técnicas de edición del reportaje.

Bennett Miller describe con sequedad y cierto humor negro, la emergencia del improvisado “plan B”, orquestado por Billy Beane para sacar del foso a los “Oakland Athletics”, por medio de las teorías de una suerte de nerd de los números, a la usanza universitaria del contexto de Marck Zuckerberg. De ahí el sobrenombre de la pieza. Por los caminos verdes, le dicen “La Red Social” del deporte nacional de la pelota.

A tal efecto, los punzantes diálogos del libretista contribuyen a brindarle agilidad, comicidad e incorrección política a una aparente sesión de trámite, para generar beneficios en taquilla y sustentar el cuerpo discursivo del presidente Obama. Nada más lejos de la verdad.

El film recupera un nervio y un tono adulto, relegados y extraviados en la dieta juvenil de la fábrica de blockbusters y “pop corn movies”. Aparte, admite diferentes planos de lectura y es una absoluta gozada disfrutarla en la pantalla grande, pues contiene altos valores de puesta en escena, empezando por la fotografía y terminando en la banda sonora.

Para rematar, la composición del clímax resulta impecable y el aterrizaje de la clausura de la faena, permite vislumbrar la impronta de un mensaje cifrado, abierto a la libre decodificación.

Brad Pitt decide seguir huyendo a contracorriente y en su melancólica soledad de “Jinete Pálido”, a bordo de un vehículo con destino incierto. Su lugar es el bajo perfil, en las catacumbas de su coliseo deportivo. Salir al público, condena a su novena al hundimiento. Es su maldición.

Aquí radica el prudente llamado de atención de “Moneyball”. Sus creadores no se proponen cambiar el mundo. Con humildad y honestidad, apenas nos invitan a intentar modificar las reglas burocráticas y las leyes rígidas de nuestro entorno inmediato.

Parece la única vía segura para obtener de a poco, una racha de 20 triunfos al hilo.

Es el arte de saber rentabilizar tus carencias en un mercado de restricciones.

Duro aprendizaje para las corporaciones y compañías del ramo,

Malcolm Gladwell, el coloso de la sociología pop, no lo hubiese expresado con mejores palabras y términos.

Fija entonces en mi lista del año.

PD: algunas veces,percibí un aire de conformismo en el ambiente. Los despidos son aceptados con resignación y notificados como una suerte de chiste interno, justificado por razones cuestionables. Acá Miller defiende la posición del patrón, por encima del derecho del obrero. De repente es un retrato descarnado de una costumbre absurda. Quizás no me quedo claro.

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