Los Ojos de Julia:La Calle Ciega del Pánico Hispánico

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Fuimos a ver «Los Ojos de Julia» y salimos con severos ataques de conjuntivitis.
El director sufre de miopía y confunde terror posmoderno con melodrama lacrimógeno de televisión española.
Belén Rueda y rueda poniendo caras de asustada y miradas de bizca para ilustrar el ensayo de su ceguera.Solo se la cree el director por culpa de su estrabismo.Desde «Topacio» una actriz no se veía tan ridícula en la piel de un personaje así.
De igual modo,la visión del guión peca de reduccionista y simplificadora.
No hay nada más allá de la anécdota superficial de la típica víctima acosada por el asesino en serie de turno,quien es encarnado por el estereotipo del treintón solitario con complejo de edipo, consentido por la madre. Derivación kistch del cuadro psicológico de Norman Bates.
A partir del segundo acto,la óptica del libreto se nubla para siempre y pierde el foco.Los golpes de efecto se apoderan de la puesta en escena, sin aportar mayor suspenso. Todo es predecible y monocorde.
El final adopta la montura de unos lentes cursis,con vista al fondo del universo y más allá.
La pareja se reencuentra en la muerte y el desenlace aspira a la trascedencia del mensaje «choronga»,enfermo de importancia y de qualité.
El realizador de la cinta necesita con urgencia una cita con el oftalmólogo,pues no le quedó bien su remake del «Fotógrafo del Pánico».
Para rematar,el ciego de «Los Abrazos Rotos» hace de pareja de Julia.Ahora el caballero sí ve,pero igual empaña el resultado.
Me dijeron «te gustará porque es un homenaje al terror italiano de Mario Bava».En realidad no asusta y mueve a la risa involuntaria.
Sintomático de cierto pánico hispánico estancado en el remedo neoclásico de los viejos géneros de explotación.Pero cero evolución.
Su espejo es «Mar Adentro»,»Biutiful» y las divisas de la tragedia concienciada, afecta a los calvarios individuales y a las redenciones colectivas.
Subjetivismo de las pasiones privadas manufacturadas por los comerciantes del sentimentalismo new age.
Autoayuda de la peor especie.
Superación de la adversidad cargada de teorías manidas,lecciones de aprendizaje forzoso y consejos de vida.
La apadrina Guillermo del Toro. Antes lo respetabamos.Ahora lo consideramos un productor sobrevalorado por el marketing.
De un tiempo para acá, el filón del espanto y brinco sabe adaptarse a la crisis,para responder con dignidad,a pesar de los problemas económicos y la reducción de los presupuestos. Discutible o no,es el caso de «Buried» y «Rec», dos piezas de cámara capaces de compensar sus notables carencias de liquidez.
Con «Los Ojos de Julia», ocurre a la inversa. Su ejercicio de estilo y su juego de sospecha, conspiran contra la posibilidad de romper el esquema dentro de las limitaciones impuestas.
En consecuencia,como dice un acertado amigo, termina por lucir como una novela «escrita por Martín Hann y rodada en la hermandad Gallega». Espero disculpen la incorrección política.
Pura forma en busca de un contenido inexistente.
¿Cuál es la moraleja?¿No confiarse de nadie?¿Huir de los acosadores?¿Denunciar la socorrida violencia doméstica de la madre patria?
La respuesta peca de obvia. Su paranoia coincide con el miedo de la industria, a quedar sumida en las tinieblas.
En suma,un retroceso y un avance de los clásicos clichés del imaginario feminista.Víctimas devenidas victimarias por la ley del ojo por ojo. No suena muy distinto a la tesis reaccionaria de venganza de «Kill Bill».
Seguimos entrampados en el oscurantismo del cine ibérico en blanco y negro.
Maniqueismo con olor a guerra civil no declarada y concluida.
Todavía hay diferencias irreconciliables,sublimadas en 24 cuadros por segundo.
Persisten las fobias a la provincia y a la otredad de andar por casa.
Reflejos de un etnocentrismo latente a debatir en el foro.
Por eso,»Los Ojos de Julia» conquista el mercado occidental.
Reafirma sus pavores y polaridades.
Son las paradojas del Euro-Hollywood.
Mera sustitución de importaciones con capital criollo,donde la identidad y la personalidad brillan por su ausencia.
Es una constante negativa de las migraciones posmodernas. La periferia se quiere parece al centro,pero casi nunca sucede al revés.
Ahí surge el dilema.
Me quedo con la nueva ola española de Isaki Lacuesta y Albert Serra.

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