Un día en las ojeras de una desencantada primavera

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Un día en las ojeras de una desencantada primavera
fue suficiente para que su recuerdo de musa impura
se anclara para siempre en la mar angustiosa (e insomne por capricho de la luna)
que es antesala a mis sueños.
Era una tarde espesa, construida por impulsos iracundos de anteanoche
una tarde pordiosera que revestía a la vida en su disgusto y su congoja.
Y allí estaba yo, con los rayos del solo incrustándose en mi espalda,
penetrando la memoria, exacerbando mi deseo imperecedero de noches soledosas.

Aunque la luz aun nos retuviera en su esplendor, la mugre era el sinsabor,
las sombras eran mal disimuladas y se vertían como un charco negro desde las miradas.
Fui tocado por la desmesura de las mentes abandonadas en los albañales,
por las sonrisas forzadas empañadas de sudor y lagrimas.

Fui un triste caminante que percibía el aroma degradante
de unos cadáveres descomponiéndose al sol.
Aun conservo este corazón vacío donde los ajenos sentimientos
se revuelcan sin pena ante mí adusto y comprensible resentimiento
por no ser parte de esa orgia amorosa y desdeñosa que hace eco en mis entrañas.

Anacrónicos consejos de humo y espuma intoxicante que se reparten como dadivas
a la lozanía ensombrecida por su propia inclinación hacia los vaivenes de una vida derruida.
Aquí estoy con las ansias perdidas en algún lugar de mí ser,
sin la necesidad de brillar en medio de tan oscuros entes.
La noche es usurpada de su tiempo y el día aguarda placeres trasnochados
en cavernas de multitudes en desasosiego.

Ninfas de cuero y ademanes burlescos invaden la poca conciencia del burdo público,
entre silencios cómplices y propinas insuficientes para lo que se degustaba,
iban y venían rostros distintos pero sin cambiar la mirada perdida
entre los vapores del tabaco y el alcohol. Era una mirada seca que se fijaba en la noche artificial
y buscaba alguna abertura en ese manto negruzco de repugnante realidad,
buscando recordar el pequeño instante de felicidad y hacerlo atemporal,
aferrándote a tu sueño que dejo de ser recuerdo, que dejo de ser tuyo,
para llorar en las noches por la lejanía invariable de un espejismo maltrecho.

Alucino dentro de un vaso de cristal y mientras me ahogo voy bebiendo sin parar,
suspiro esa extraña oscuridad compuesta por mundanas miserias que se asemejan a mi paz interior. Ignoraba su mirada y toda diminuta humanidad que exhalara con secretismo su cuerpo de sirena,
debo confesar ya en estas instancias sepulcrales y delirantes
que solo me importaban las líneas moldeables de su silueta
sobre la columna de concreto manchada en luz espectral.
Mi corazón también era de concreto, ahora los vicios vistos con estupor,
lamían indefinidamente mi piel hasta pasear por el sendero de fuego que me conducía a ella.
La había concebido de la misma forma pero de manera distinta, era “ella” que estaba frente a mí conduciendo mis deseos por sus antojos corporales, era idéntica y no importaba otro sobrio pensamiento que influyera en mis pasos hacia la subida de unos escalones que parecían infinitamente verticales.

Su dorso semidesnudo era mi ensueño, sus caderas inmersas
en un vaivén natural y descomunal, mantenían dócilmente sus bragas negras.
Era mi diosa terrenal, que se desprendía de los efectos de mis sueños en primavera e invierno.
Una diosa ecléctica que conciliaba con su defecto humano
mi irrisorio amor por la eterna contemplación de una rosa con luz propia
y mí vano esfuerzo por llamar la atención de la belleza envuelta en enigmas y sombras,
que llame amapolas.

Su cuerpo dejo de ser disgusto para mi inquieta imaginación…
estas manos no son mías, estas piernas doloridas tampoco lo son,
su desnudez me privo de muchas cosas.
Su dolor se podía mezclar con el mío mientras se dilataba el engaño
de este ser que suponía jamás sucumbiría al encanto
de un mundo enfermizo enfrascado en su propio vomito.

Cuando mis respiros rozaban sus mejillas y se anclaban en su cuello
para poder acariciar a la musa que ansiaba desde mi infancia,
su desprecio fue vil y sin medidas. Su molestia era evidente, sus quejas un aliciente,
para abandonar la cueva nauseabunda donde el tiempo era también un inconsciente.

En la libertad que me entrega la sociedad por medio de inútiles valores materiales,
pude ahondar, ya sin extrañezas por la tibia oscuridad que me rodeaba
y sin nubarrones de lluvia etílica, en su mirada grisácea.
Yo estuve conciente del mundo, por eso recuerdo el miedo compartido.
Su mirada gris, tan fría como las calles desoladas en las noches de madrugada,
fue el miedo por ser la nausea que nace de sus entrañas
cada vez que mira a su luna de plata
y se va aferrando mas y mas a su recuerdo, a su sueño de felicidad marchita.

Un día en las ojeras de una desencantada primavera
fue suficiente para que su recuerdo de musa impura
se anclara para siempre en la mar angustiosa (e insomne por capricho de la luna)
que es antesala a mis sueños.
Mi corazón de concreto no resistió la verdad de una mentira forjada por la sociedad.
Ella maltrato mi éxtasis de ensueño y yo maltrate su ya agonizante espíritu
y la aleje aun más de su anhelado deseo.
Mis manos surcaron como bestias su herido cuerpo,
mis labios muertos dejaron huellas en su piel.
Ya no era una mujer, solo era un par de piernas y un rostro que volteaba sus ojos hacia la almohada, quizás recordando el destello que la hace humana ante tanta barbarie.

Su recuerdo esta conmigo cuando me desvelo en mi apacible y oscura soledad,
mis noches son suyas al igual que la antesala a mis sueños,
donde nunca mas he vuelto a soñar.
Su mirada gris fue un inolvidable suceso, las musas parecen perder terreno,
las ansias se quedan sin miedos y la añoranza por la belleza errática
se desvanece al pensar solo en un par de piernas,
que no representan la poesía de una diosa fulgurante que duerme en mi subconsciente.

Ella desarmo a mis musas, las dejo sin razones para existir en mi conciencia,
son reales al igual que ella por lo tanto no me pueden ofrecer
la belleza imaginaria que ostentan las diosas de mi creación.
Espero sus nauseas bajo la inmensa luna, guardiana de la fragilidad del mundo.
Su áspera melancolía atragantada en rabias malditas y herejías incendiarias,
espero mi indeseado recuerdo sobre su cama bañada en lágrimas y desamor.
Imagino su cautiverio en las cavernas inflamadas
de grotescas lisonjas que hacen arder las heridas sin cicatrizar.

Imagino su mirada cansada con oscuras ojeras
que delatan el sufrir de su inocente rostro
que alguna vez resplandeció en primavera.

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